“ Cuando la realidad cambia repentinamente, lo automatizado deja de ser funcional y confronta al individuo con una nueva situación para la cual no cuenta con elementos previamente probados, en cuanto a estrategia de adaptación o resolución. Esto provoca sufrimiento, sentimientos de indefensión e inadaptación, manifestados en dolor, tristeza, angustia, desesperación, irritabilidad, culpa y hasta la pérdida del sentido de vida.” La reflexión pertenece a la coordinadora del Servicio de Contención y Acompañamiento de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Cristina González.
Organizado por las facultades de Psicología y Ciencias Médicas, junto con la Secretaría de Salud Mental de la provincia, el programa brinda ayuda para sobrellevar los efectos emocionales derivados de la emergencia sanitaria provocada por la COVID-19. Las consultas son gratuitas y pueden realizarse de lunes a domingo de forma virtual.
El estudio de más de 400 casos atendidos en las tres primeras semanas (78 % mujeres, 20 % hombres, 1 % género diverso y 1 % no responde) arrojó que las reacciones más frecuentes son: ansiedad (21 %), angustia (18 %) y temor (14 %). También evidenció la “sobre preocupación por síntomas físicos”, ahora percibidos como potencial amenaza. En menor medida, aumentaron el insomnio y el stress derivado de la presión laboral. Asimismo, se agudizaron cuadros psicopatológicos preexistentes al aislamiento.
La mujer, un baluarte
La tercera encuesta del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OBSA) de la Universidad de Buenos Aires (UBA) se denominó “La vida en cuarentena: sentimientos, salud y economía” y comprendió 2.631 consultas realizadas entre el 30 de marzo y el 2 de abril. La primera, que se hizo antes de que se decretara la obligatoriedad del aislamiento, se orientó en las “actitudes hacia el coronavirus” y abarcó 1.729 casos. Mientras tanto, la segunda focalizó en los “efectos de las primeras medidas tomadas por el Gobierno” y contempló 2.042 consultas efectuadas entre el 17 y el 19 de marzo. En los tres casos, se trató de una muestra probabilística al azar simple.
En relación a los sentimientos experimentados en la cuarentena, el 47 % manifestó tener demasiada y bastante incertidumbre y preocupación, y el 37 % demasiada y bastante ansiedad. Sólo el 6 % dijo no estar preocupado, el 8 % no tener incertidumbre y el 20 % no tener ansiedad. El 76 % afirmó no haber perdido el sentido de su vida y el 63 % no sentirse deprimido. Estas emociones y pensamientos son más intensos en mujeres y personas de clases sociales bajas.
En función de la edad, las personas de entre 18 y 29 años mostraron mayores niveles de ansiedad, depresión y pérdida del sentido de la vida, mientras que las de entre 30 y 49 son las más preocupadas, con mayor incertidumbre, miedo y pánico.
Al indagar sobre el grado de preocupación en relación a los efectos que el coronavirus puede tener en la economía general del país, su salud y la de su familia, y la economía personal, las mujeres y las clases sociales bajas vuelven a presentar mayores niveles de preocupación. En ese sentido, el director del OBSA, Gustavo González, sostuvo que “la mujer recibió el mayor impacto”, debido a la intensificación de las tareas de cuidado, y “reaccionó más positivamente, pues es quien más está haciendo respetar todos los consejos de sanitaristas”.
El agotamiento económico es una de las variables más complejas del informe de la UBA. De extenderse la cuarentena, sólo el 24,8 % podría sostener su economía personal más de tres meses sin llegar a problemas serios de falta de dinero para cubrir necesidades básicas. En cambio, el 50,9 % tendría capacidad de hacerlo por un mes o menos. El 75 % de las personas de clase alta o muy alta podrían sostener su economía más de tres meses, mientras que el 67 % de las personas de clase baja sólo podría cubrir sus necesidades básicas por una o dos semanas.
Si bien el 62,2 % de los participantes trabaja en relación de dependencia, el 37,8 % vive de ingresos generados de forma independiente. De este grupo, el 20 % podría sostener su economía durante tres meses o más, el 15 % por dos meses y 65 % un mes o menos.
Preservar los hábitos saludables
Los resultados preliminares de la “Evaluación del impacto emocional del aislamiento por COVID-19”, realizada por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP) y el Instituto de Psicología Básica, Aplicada y Tecnología (UNMdP-CONICET), señalan un aumento de “pequeña magnitud” en algunos síntomas de depresión, como el desarreglo en los hábitos de sueño y la dificultad para concentrarse.
El estudio busca analizar los cambios asociados a la cuarentena en distintas etapas: al inicio, durante y una vez finalizada. De modalidad online, la primera encuesta se lanzó el 22 de marzo y obtuvo 17.224 respuestas de personas residentes en todo el país, con gran concentración en Buenos Aires, de las cuales 6.640 contestaron el nuevo test enviado trece días después. Con relación al género, el 79 % se identificó como mujeres, el 20 % hombres y el 1 % otro o no lo menciona.
A partir del segundo día de aislamiento, un 17,5 % dijo que dormía “mucho más o mucho que lo habitual”. En la segunda encuesta, esa cifra aumentó un 4 % y llegó a 21,4. Lo mismo ocurrió con relación a la concentración. En la primera medición, el 13,7 % manifestó “dificultades o imposibilidad para mantenerse concentrado”, número que trepó a 16,7 en la segunda consulta.
Para la coordinadora de la evaluación, Lorena Canet Juric, el crecimiento se debe “más a los cambios de hábitos producidos por las circunstancias excepcionales y particulares del aislamiento social que por un aumento de la sintomatología depresiva”.
“También se observa disminución de la energía, aumento de la irritabilidad y cambios en el apetito, que se compensan, por la disminución de los deseos de llorar, de la disconformidad con uno mismo y por el aumento del deseo sexual y de la satisfacción o placer por las cosas”, detalló Canet Juric, investigadora del CONICET y docente de la Facultad de Psicología.
En cuanto a los hábitos saludables, como mantener una rutina diaria y una alimentación adecuada, realizar actividad física, conectarse con otros, hacer actividades manuales, artísticas o intelectuales, y rezar o meditar –según las creencias personales–, presentan una “tendencia salugénica”, asociada a “menos depresión, ansiedad y mayor afectividad positiva”. En cambio, los hábitos nocivos, como ingesta de alimentos ricos en azúcares y grasas, aislamiento, tabaquismo, consumo de alcohol o abuso de tecnologías, tienden a asociarse a “niveles más elevados de depresión, ansiedad y afectividad negativa”.