La enfermedad mental siempre ha sido más rechazada que la orgánica. Psicológicamente, la huida para protegernos aislándonos generó que la caída del mundo sea efecto de nuestra retirada ¡Y no al revés! Punto clave para entender el serio deterioro de la salud mental que sobrevendrá. Trabar ir y venir desde nuestra casa hacia el afuera será causa de locuras pues éste movimiento no podría recuperarse con gimnasia por Internet. Nuestra sustracción presentó la “aldea global” por acción de un virus o representante de vida primitiva infiltrado en las formas de vida evolucionadas que ya no pueden alojarlo sin verse profunda y estructuralmente alteradas. ¿Qué nos pasa cuando lo primitivo retorna en lo desarrollado? Las formas originarias pueden volver y en realidad nunca dejan de convivir con nosotros. En el Siglo XXI la humanidad podría ser vencida porque ya no es el alma el que encarna en el cuerpo sino un trozo de materia orgánica desprendida que anda sola y busca prolongar su vida. Triunfo inmortal de la biología por sobre el alma o espíritu que se desencarna. A veces la vida puede volverse en contra de la vida (resuena la falta de muerte).

Si la protección eficaz es detener el furor por el otro, es señal de que la privacidad salvaguardada podría permitirnos sobrevivir como especie. Extraño remedio; el que podemos dar como eslabones a la humanidad jaqueada por la muerte del individuo. Pero desinvestir el mundo para volver al narcisismo termina intoxicando, así como intentar investirlo de nuevo siempre presenta los fenómenos más patológicos. Estamos forzando política y brutalmente movimientos psíquicos muy delicados y habrá que pensar también si las personas somos más manipulables aisladas o agrupadas. Gran pregunta freudiana en el entre tiempo suspendido de dos atroces guerras mundiales: “¿Cómo avanza más el ser humano? ¿Solo o agrupándose? ¿Cuando hace manada con otros o cuando se aleja del grupo?”

Los minúsculos ritos en el interior de la casa se promueven como el factor clave de salvación del mundo. Algo tan recomendado por monjes medievales y por San Ignacio de Loyola en el Siglo XVI, quien consideraba los hábitos como lo esencial para sostener la vida espiritual. La reclusión monacal habrá nacido de pestes elevadas a virtud pero, para nosotros, la perturbación mental es encierro por definición y la vida nos viene en gran medida del bullicio antes indetenible de las ciudades que seguían latiendo al cerrar la puerta. Con los umbrales simbólicos entre el afuera y el adentro en off tambalea la vida íntima: nos quedamos sin ese cauce vital que nos venía del exterior y no podría generarse vestidos de entre casa. Hoy permanecer por tiempo indefinido adentro nos pulveriza los hábitos y debilita el espíritu. Cuando las noticias sugieren que los italianos eligieron la efervescencia de sus calles y bares antes que su propia vida, no creo que se trate de irresponsabilidad como diagnostica la moral hegemónica sino de otra cosa.

*Psicoanalista.