Desde el comienzo de la cuarentena, en las redes sociales se repiten las fotos de copas de vino, aperitivos, vasos de cerveza, que cada quien toma en su casa, pero al compartir, convierte en una especie de brindis virtual. Las reuniones de zoom también las convocan. “Una copa de vino diario era ya rutina los días previos a la cuarentena, sabiendo que se venía. Procuré tener vino, Cynar y Amargo Obrero, tipo acopio. Los negocios seguían abiertos, pero por las dudas, fue lo primero que pensé que tenía que comprar”, cuenta Inés, riéndose de sí misma, sobre su reacción antes del aislamiento social preventivo obligatorio. Florencia, en cambio, madre de dos hijos pequeños, de 11 y 8 años, dice que a las 5 de la tarde ya tiene ganas de tomar algún aperitivo, después de un mes de pasar las 24 horas con ellos. Mirar series cuando se duermen y ese consumo de alcohol diario antes confinado al fin de semana son sus dos vías de escape. “Con la cantidad de responsabilidades y demandas que se suman, los días se hacen muy largos, ya a las 5 o las 6 de la tarde ya tenemos ganas de tomar algo, porque se siente que así se acelera el proceso y ya está cerca de la noche, que es cuando los chicos se duermen, y una tiene ese rato de soledad”, dice sobre ese consumo que tampoco le gusta develar. “Querés ocultarlo y no contarlo tanto, para no quedar como alcohólica y desbordada, y en realidad estamos desbordadas, pero son herramientas que una tiene a mano. Digo, si no estuviera el encierro, una sale con amigos, el trabajo incluso te separa de la vida familiar, o una caminata. Y ahora que está el encierro, el alcohol se presenta como una de las pocas oportunidades de escaparse de la situación”, agrega. Cuando ya no se habla de alcoholismo sino de consumo prudente o problemático, la pregunta vuelve a pivotear en esa delgada línea entre las políticas de cuidado y el paternalismo.

No sumar un alerta más a la situación extraordinaria que supone la pandemia es una de las recomendaciones de Gabriela Torres, titular del Sedronar. Es necesario evitar más pronósticos catastróficos. Sí, el alcohol es la droga más utilizada en la Argentina: es legal, es barata, viene rodeada del glamour que antes le daban al cigarrillo las campañas publicitarias. Sí, se pueden hacer recomendaciones para que esa forma de mitigar la angustia y la incertidumbre no se convierta en una soga que ate los días y consuma energías. Pero prohibir, como se hizo el fin de semana pasado en la provincia de La Rioja, y en 50 municipios del país, es una forma de tirar de la cuerda del sanitarismo hasta restringir libertades. Prohibir es minorizar, una vez más. Como si cualquier consumo debiera ser objeto de una sanción punitiva. Como si nunca se pudiera elegir. “Tenemos que pensar en todas las dimensiones de la vida de alguien, por eso es tan complicada la pandemia. Es un momento donde toda la complejidad y toda la desigualdad están puestas sobre la mesa”, dice Gabriela Torres.

Confiar en que la mayoría de las personas tienen herramientas para manejar las situaciones problemáticas, aún en las circunstancias más complicadas, fue la base de las recomendaciones que publicó Sedronar sobre consumo de alcohol. La otra opción es pedir ayuda. “Es importante preguntarnos para qué consumimos, identificar nuestro estado de ánimo y qué nos pasa en el cuerpo”, es la primera de las recomendaciones, entre las que se incluye el “antes de tomar alcohol, comer algo y tomar mucha agua”, y “establecer horarios: si tomamos en el almuerzo y en la cena, es muy difícil que podamos realizar otras actividades. Por eso es muy importante sostener las rutinas, distintas actividades para realizar durante el día, estar comunicados con otras personas, llamar a nuestros adultos mayores y ofrecer ayuda a vecinos y vecinas que puedan necesitarlo”. Son varios puntos más, y uno nodal: “El aislamiento puede producir angustia, tristeza, ansiedad. El consumo de alcohol no va a eliminar estos sentimientos sino a profundizarlos; es importante encontrar la medida de cada persona, no consumir en exceso, hablar con alguien de lo que sentimos”.

La autorregulación es algo que se fue dando para muchas de las confinadas en condiciones de cierta tranquilidad material. Valeria vive muy cerca de un parque de la ciudad de Rosario, en un departamento sin balcón. “Al principio bebí más alcohol que el habitual. Luego, hace unos diez días deje totalmente porque medí el peligro del aumento del consumo de alcohol en el aislamiento (vivo sola) y no me gustó lo que podía pasarme”, cuenta sobre su experiencia. En medio del encierro, confiesa. “Me gustó haber podido darme cuenta a tiempo del riesgo del primer impulso que tuve de tomar más alcohol. Fue como una pulsión de autocuidado”. Hacen falta posibilidades objetivas o subjetivas para hacerlo.

“El fenómeno de la cuarentena generó en primera instancia voracidad, y hacer de todo, inscribirse en mil cursos, tener todo el tiempo para hacer cosas. Y después una va viendo que esto dura en el tiempo, así que se busca una manera de cuidarme y autorregularme. Se fue entendiendo, en un ejercicio de aceptación general, que esto iba a durar. El pico eufórico duró una semana, diez días y ahora ya no sucede”, considera Barby Mariscotti, integrante de la Red de Psicólogxs Feministas de Rosario, y subraya que la diferencia entre “un consumo prudente y uno problemático”. “Tiene que ver con una habilitación social, de tener muchas más cuestiones permitidas. El alcohol está asociado a la comida, los encuentros, los bares, está más asociado a la masculinidad, si te fijás, una mujer que está borracha en espacios nocturnos genera más rechazo que lo que puede generar un varón en el mismo estado”, agrega.

Gabriela Torres subraya que el consumo problemático es una construcción. “Nadie empieza con un consumo problemático de un martes para un miércoles, y esa construcción tiene que ver con su cuerpo, con lo que tolera un cuerpo, con su trayectoria de vida, su subjetividad, su historia. Y también tiene que ver con la época y el territorio”, deslinda para asegurar que si el consumo te complica la vida, llamar al 141 es una opción que está a mano las 24 horas. Porque cuenta con atención profesional que permite desmontar la compulsión y en esta época, también, porque permite escuchar las marcas del encierro y la soledad a cualquiera que lo necesite.

En los registros sociales de normalidad, un hombre solo es alguien que elige, y una mujer sola –claro que eso se está desmontando, pero no al mismo ritmo en toda la sociedad- es alguien “incompleta”, que no “logró” estar con nadie. “Por supuesto que una mujer siempre ha sido más estigmatizada por consumo, una mujer que consume es borracha, mala madre, tiene un estigma social tremendo. Eso va subiendo y las encuestas que tenemos de adolescentes de 17 a 24 años, el consumo de alcohol subió más en los últimos tiempos en mujeres que en varones. El problema es que las chicas están más empoderadas para tomar pero lo hacen con el mismo modelo de los adolescentes. Tenemos un problema ahí, porque todos tienen que cuidarse más, por eso trabajamos estrategias colectivas de cuidado, como pares”, dice sobre el problema más acuciante que encuentran en el trabajo de prevención. Los estereotipos de género siguen funcionando. “Hay cosas tremendas que te pasan en los talleres. Nosotros hacemos recomendaciones a adolescentes, por ejemplo, que coman porque si comés en una previa, el alcohol no te mata. Y mientras te cuento, me acuerdo de la cara de alguna. Me decían ‘si nosotras comemos nos sale panza, y después si tenemos panza los pibes no bailan con nosotras’. En esos espacios se arman unos debates divinos”, plantea cómo el abordaje del cuidado preventivo incluye revisar roles asignados.

Un tema álgido es la soledad. “Tenemos mucho consumo de alcohol de gente que está sola, el problema del consumo problemático de alcohol es que en general tiene que ver con la tristeza, no con la alegría. No es cierto que el alcohol te pone divino como en la propaganda de Quilmes. Tiene que ver con la angustia, y además está ligado a la pobreza, el alcohol es accesible. Tiene todas las cualidades para ser la droga más consumida y eso es lo que es”, suma Torres.

El consumo es la forma de inscribirse en una sociedad. “En el contexto de las sociedades de consumo en las que vivimos a toda la población se le exige mucho, producir y consumir. En este contexto de aislamiento eso no está exento. Si hablamos de consumos problemáticos, y evaluamos las condiciones en que varones y mujeres afrontan esta situación, sin dudas las mujeres estamos más sobrecargadas de exigencias y más expuestas a la mirada del otro. Se nos pide que seamos buenas madres, responsables, amables, que tengamos auto control y auto cuidado. Y eso sin dudas hace que el consumo aumente en estos momentos, como en otros sin pandemia, sin duda. Se habilita el consumo aun más en mujeres, como un medio de escape”, considera María Elena Raies, psicóloga, que trabaja en AVCD, institución de Rosario que aborda consumos problemáticos.

El teletrabajo aporta a esa exigencia. “Actualmente trabajo en casa más que antes, no hay escapatoria a otro lugar físico y eso funciona como un cerco simbólico”, cuenta Ana Clara Orimasu sobre las condiciones de su encierro. “Si antes había situaciones de agresividad laboral por ejemplo, ahora se intensifican ahí, escritas en redes sociales, multiplicadas por los malos ánimos. Y no hay un abrazo para ir a buscar, porque no se puede. Y no podés dejarlas en la puerta de tu casa, porque el laburo está en tu casa. Y la jornada de trabajo borró sus límites horarios”. Así, fumar tabaco y tomar alcohol todos los días se hicieron necesarios. “No se trata para nada de estados de ebriedad vespertinos o nocturnos constantes, pero ese ‘gusto’ aparece como suplantador de otros gustos que hoy no se pueden dar. Y por ahí a las siete aparece la bebida fresca tipo cerveza o amargo obrero y una copa de vino con la cena”, sigue su relato.

No siempre hace falta pedir ayuda, pero a la hora de hacerlo, con pandemia o sin pandemia, las mujeres siguen ocupándose más de cuidar a otres que a sí mismas. Sólo el 15 por ciento de las llamadas de mujeres a la línea 141 son en nombre propio. “Las mujeres nos hacemos cargo. Hoy, en cuarentena, las llamadas al 141 siguen siendo más de mujeres que de hombres, y las llamadas de mujeres en su mayoría, casi en un 70 por ciento, son indirectas, es decir que llaman por otro. Sólo el 15 por ciento de las mujeres que llaman en una consulta personal, por ellas mismas, sino que lo hacen por su marido, hijo, primo, novio, hermano, papá. Esto es siempre, y en pandemia estamos viendo que se mantiene el mismo patrón”, dice Gabriela Torres.

Para Raies, ese es un punto nodal. “Cuando hablamos del abordaje de este tipo de problemática en mujeres y disidencias, no solo que falta perspectiva de género sino que muchas veces ni siquiera llegan al sistema de salud, porque las mujeres tienen muchas exigencias y responsabilidades antes depoder enfocarse en su cuidado. Un dato que a mí siempre me deja pensando es que de los pacientes que atiendo, el 85% son varones. Solo el 15 son mujeres, mayores de 45 años, es decir, luego de que sus hijes dejaron la etapa escolar, pudieron empezar a registrarse, registrar su problemática y buscar ayuda para abordar su consumo”, describe su práctica cotidiana.

Consumo no es lo mismo que consumo problemático, y las luces de alerta aparecen cuando la búsqueda de esa sustancia interfiere en la cotidianidad, en el bienestar. Una cotidianidad que hoy está en entredicho. En estos días de rutinas suspendidas, cada mañana es un desafío. “Cuando la semana pasada tiré la basura y tenía dos bolsas de cementerios de botellas, botellitas y latas me cayó un poco la ficha y voy racionando para no irme de mambo. Hay días en que hago comida súper sana (en general y normalmente) pero hay días en que me abriría el vinito a las 7 de la tarde. Y los horarios de dormir también andan medio alternados. De lunes a viernes se labura, entonces aún hay un cierto registro de rutinas. Un día entero es un compendio de humores cambiantes, de cuerpo medio zombie, hiperactivo o de una morbidez que a veces abruma. Todos los climas, como Argentina”, dice Pau, con ironía. El encierro tiene demasiadas complejidades, y está claro que las prohibiciones, las políticas punitivas, no aliviarán en nada el peso de cada día.