Cola de tigre        5 puntos

Tigertail; Estados Unidos, 2020.

Dirección y guion: Alan Yang.

Duración: 91 minutos.

Intérpretes: Tzi Ma, Christine Ko, Lee Hong-Chi, Fang Yo-Hsing, Fiona Fu.

Estreno exclusivo Netflix.

Creador, productor y/o director de series de tono humorístico como Master of None, The Good Place y Parks and Recreation, los pergaminos del estadounidense (de origen taiwanés) Alan Yang son estrictamente televisivos. Pero su ópera prima en el terreno del largometraje, producida por la plataforma de streaming Netflix, poco y nada le debe a ese bagaje creativo preexistente: Cola de tigre es un drama en el más estricto sentido de la palabra y ofrece todas las características de lo semi autobiográfico. Hay tres películas latiendo con diversos ritmos en el film de Yang. La primera transcurre en el pasado, en Taiwán, con el protagonista, Pin-Jui, atravesando la infancia y luego la juventud. La otra tiene lugar en el presente y en los Estados Unidos, con un Pin-Jui anciano, divorciado y padre de un chica veinteañera con la cual mantiene una relación distante. En medio de ambas, otra capa temporal describe los primeros meses de la experiencia inmigratoria, con el muchacho y su flamante esposa intentando sobrevivir a los conflictos propios y externos en una nueva tierra.

El uso del formato granuloso de 16mm para el pasado y un prístino digital para el presente hace aún más evidente esa división, aunque lo más destacable es el desparejo nivel artístico entre los segmentos. Mientras que el registro de la vida de Pin-Jui durante los primeros años del gobierno del Kuomintang ofrece más de una instancia genuinamente emotiva, la sección contemporánea está marcada por la escasez de ideas y un estilo y resonancias cercanas a la telenovela de prestigio. En Taiwán, la historia de amistad y amor con una muchacha del barrio, la relación del protagonista con su madre y la inesperada oferta de un casamiento arreglado con exilio incluido recuerda por momentos –sin que esto implique una comparación directa, a todas luces absurda– con el cine de Edward Yang y el del primer Hou Hsiao-hsien. El paso del lenguaje hokkien (taiwanés) al mandarín, diferenciado en los subtítulos por el uso de corchetes, aporta otro nivel de verosímil cultural, que luego Cola de tigre va perdiendo merced a la acumulación de lugares comunes.

La estructura de ida y vuelta entre los diferentes tiempos posibilita que la película no caiga por completo en el tedio y la obviedad, pero al mismo tiempo hace evidente las diversas estaturas creativas de los segmentos: mientras que la experiencia taiwanesa es capaz de sembrar en la memoria dos o tres escenas, la consecución del sueño americano y el presente están plagados de conversaciones que explicitan de manera obvia aquello que las imágenes nunca logran transmitir. El estreno online del film de Yang habilita una recomendación directa: la vida en el campo o en la ciudad en el Taiwán de los años 50 y 60, como así también la experiencia inmigratoria, tiene dos largometrajes extraordinarios producidos en la isla –A Brighter Summer Day (1991), de Edward Yang, y A Time to Live and a Time to Die, (1985), de Hou Hsiao-hsien–, ambos con fuertes raíces autobiográficas y una maestría absoluta a la hora de recrear un pasado que resuena con fuerza en tiempo presente.