Un fenómeno caracteriza a las coyunturas críticas en la historia económica argentina: la recurrencia de las administraciones públicas a la emisión de instrumentos para consolidar deuda y financiar déficit, aceptando los bonos en pago de obligaciones fiscales. Entre tanto, la naturaleza negociable de los bonos tendió a habilitar su monetización en manos de los tenedores. El proceso está enraizado en el largo plazo y forma parte de la estructuración monetaria argentina.

A mediados de 1811 la tesorería de Buenos Aires dejaba de recibir los flujos de plata que la tesorería de Potosí le remitía sistemáticamente desde el siglo XVII. El desmembramiento jurisdiccional provocado por la Revolución quitaba a la Hacienda porteña una inigualable fuente de recursos, y la guerra no dejaba de incrementar gastos en un escenario signado por la incertidumbre. 

La administración hacendaria de Buenos Aires apeló entonces a una batería de instrumentos: solicitud de donativos, descuento de sueldos, retrasos de pagos, contribuciones forzosas y, primordialmente, la recaudación de derechos aduaneros. La insuficiencia relativa de estos recursos empujó al gobierno porteño a levantar empréstitos, respaldados por los fondos aduaneros: entre 1812 y 1821 veintidós empréstitos fueron requeridos en Buenos Aires, tal como lo muestran estudios de Amaral y Moutoukias.

Para estimular la contribución de sectores vinculados al comercio externo, los pagarés que el gobierno emitía contra aquellos empréstitos eran admitidos en pago de derechos aduaneros. En un contexto de relativa escasez monetaria y de incertidumbre en el corto plazo, era claro el estímulo para los grandes actores del comercio externo; más aún cuando buena parte de dichos papeles también se volvieron negociables. Aceptados en pago de obligaciones fiscales y transferibles a terceros, los papeles pronto fueron monetizados en la plaza local.

Pero el proceso no resultó inocuo para las finanzas públicas: mientras el fisco reconocía los papeles a la par, la circulación entre particulares comenzó a realizarse por debajo de su valor nominal, dada la tasa de descuento que el comercio aplicaba para compensar su iliquidez. Ello sucedió, por caso, con los títulos emitidos por la Caja Nacional de Fondos de Sud América, creada para consolidar la creciente deuda pública. La recaudación aduanera pronto se convirtió en un acopio de papeles de bajo valor mercantil, que retroalimentaba el pasivo de la tesorería y socavaba su potencial para cubrir gastos urgentes. El esquema parece haber desfavorecido menos a los grandes tenedores que al erario: mientras aquellos licuaron obligaciones fiscales con papeles depreciados que devengaban interés, el erario veía afectada su capacidad de afrontar sólidamente las contingencias del momento.

Era el resultado de una crisis de soberanía. Se había desintegrado la unidad fiscal y monetaria del vasto territorio virreinal. El correlato monetario fue la multiplicación de monedas en el territorio: así como Buenos Aires monetizaba la deuda apuntalándose en su Aduana, otras provincias comenzaban procesos autónomos de acuñación, labrando monedas propias que solían ser igualmente endebles.

Es que la multiplicación de monedas sobre el territorio expresa una dilución de prerrogativas soberanas, como la potestad para definir la unidad de cuenta y para producir el medio de pago (entre tanto, el beneficio de señoreaje pronto sería implícitamente disputado por el sector financiero privado, mediante la cotidiana creación de dinero bancario). 

Así, la pluralidad monetaria traduce en clave dineraria una crisis de soberanía. Y la retroalimenta. Corroe la posición de la autoridad a la que se imputan aquellas prerrogativas, mermando su capacidad de regulación. Deteriora su capacidad de coordinación de las relaciones privadas y debilita, por lo tanto, su capacidad para conjurar la violencia de la sociedad mercantil, tal como lo han explicado Aglietta, Orléan y Théret.

En 1820 la batalla de Cepeda ponía fin al proyecto centralista encabezado por Buenos Aires para organizar políticamente aquel espacio fragmentado, y la soberanía se dispersaba entre provincias que la reclamaban como entidades autónomas. La pluralidad monetaria sobre el territorio se acentuó: proliferaron acuñaciones provinciales y emisiones fiduciarias, una red abigarrada de instrumentos con baja aceptabilidad mercantil, atravesada por la concurrencia de plata boliviana y la circulación de otros instrumentos externos.

Los siglos XIX y XX continuaron testimoniando el debilitamiento de la soberanía monetaria argentina con crisis recurrentes. Ya a comienzos del siglo XXI, una nueva crisis provocó otra eclosión de monedas endebles sobre el territorio. Patacones, lecop o lecor poblaron los circuitos regionales, ofreciendo alicientes de corto plazo ante la emergencia fiscal y financiera de las provincias. Aceptados en pago de obligaciones fiscales, estos instrumentos y letras provinciales lograron monetizarse. Por caso, y como lo demuestran pormenorizados estudios de Luzzi, algunas grandes empresas en Córdoba compraban lecor para pagar impuestos y salarios, beneficiándose con el tipo de cambio. El proceso parecía replicar aquel círculo vicioso iniciado con la crisis posrevolucionaria, entre una hacienda pública debilitada y grandes tenedores privados.

En ausencia de una soberanía monetaria consolidada, las administraciones regionales corren el riesgo de paliar sus urgencias financieras a costa de un mayor debilitamiento de sus arcas, condicionadas por el empleo especulativo de los instrumentos concentrados en manos de tenedores orientados por el beneficio propio. La multiplicación de unidades de cuenta agudiza a su vez la fragmentación monetaria, profundizando con ello el debilitamiento de la moneda soberana y su capacidad regulatoria.  

Aumenta así el riesgo de una crisis monetaria, que no es sino una crisis de soberanía. Y sus gérmenes pueden detectarse en estrategias financieras regionales, dispuestas al calor de las urgencias fiscales locales y ejecutadas desde una autonomía fáctica. Hoy el escenario está signado por una inédita incertidumbre y por la necesidad de recursos fiscales para afrontar las contingencias. A dos siglos de la emergencia de las autonomías provinciales, la soberanía monetaria a escala nacional sigue siendo un desafío vigente.

 * Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Conicet. Autor de “Las obligaciones fundamentales. Crédito y consolidación económica durante el surgimiento de Buenos Aires” (Bs. As., Prometeo, 2018).