Uno de los atributos más bellos del cine es su capacidad de convertir en familiares a rostros que de otro modo serían ajenos por completo. No personas, solo sus rostros, que por sus características y gestos se instalan para siempre a fuerza de haberlos visto muchas veces, aunque no siempre se recuerde dónde con exactitud. Suele ocurrir que esas caras están más unidas al título de una película que a un nombre propio, pero eso no los vuelve menos próximos. En algunos casos vienen acompañados de un cuerpo, aunque solo se los recuerda porque parecen haber sido hechos para completar esos rostros imborrables. El actor Brian Dennehy, muerto hoy jueves a los 81 años en Connecticut, la ciudad en la que nació en 1938, tenía una de esas caras. Su estampa se grabó en la memoria colectiva a fuerza de aparecer en una lista de películas icónicas, casi siempre encarnado personajes secundarios, a los que sin embargo conseguía dotar de una presencia escénica a la altura de los propios protagonistas. Un mérito del que no muchos actores se pueden enorgullecer. Para quienes recuerdan haber disfrutado de su trabajo en la pantalla será inevitable reconocer la moderada tristeza de saber que su muerte ha convertido en pasado a ese rincón de sus memorias.
Su deceso fue anunciado esta mañana por su hija Elizabeth a través de las redes sociales. Síntoma de los tiempos, en el texto publicado en Twitter consideró importante aclarar que el fallecimiento de su padre no está vinculado a la pandemia de Covid-19, sino que se debió a causas naturales. “Más grande que la vida, generoso, padre y abuelo orgulloso y devoto, su esposa Jennifer, su familia y muchos amigos lo extrañarán”, concluye el tuit que ofició al mismo tiempo de obituario y anuncio oficial. Atrás queda también una carrera de 43 años en el cine y la televisión de su país, a través de la cual Dennehy se construyó una reputación merecida. Un actor lo suficientemente versátil como para conseguir que sus gestos duros y su enorme metro noventa y uno de estatura pudieran ser puestos tanto al servicio de la creación de personajes nobles, como de otros, signados por la perfidia o la maldad.
Tal vez en el terreno popular su interpretación más emblemática sea la del Sheriff Teasle, el policía que acosa a un ex soldado traumatizado por la Guerra de Vietnam en Rambo (First Blood, 1982), película que le dio origen y representa el punto más alto de la exitosa saga protagonizada por Sylvester Stallone. Después de ese personaje despreciable y abusivo, motor absoluto de la furia del héroe, fue imposible olvidarse de Dennehy. Pero el actor ya venía construyendo una carrera sólida desde 1977, trabajando en repartos conducidos por directores de renombre o prestigio, como Richard Lester (Los primeros golpes de Butch Cassidy y Sundance Kid, 1979), Blake Edwards (La chica 10, 1979), Norman Jewison (FIST, 1978), Collin Higgins (Juego Sucio, 1978) o Richard Brooks (Buscando a Mr. Goodbar, 1977). Películas que en varios casos recibieron la atención de alguna nominación a los Oscar, pero ninguna para él. Dennehy nunca integró las ternas de candidatos a los premios de la Academia, aunque en 2001 ganó un Globo de Oro en su única postulación a esos premios. Fue por su rol protagónico en el telefilm Muerte de un viajante, basada en la obra del dramaturgo Arthur Miller.
Una relativa popularidad le llegó tras su papel en Rambo. A partir de ahí trabajó en algunas películas fundamentales de los ’80 y los’90. Entre ellas el thriller Gorky Park (1983), compartiendo pantalla con el legendario Lee Marvin, o la recordada Cocoon (Ron Howard, 1985). Fue parte del elenco estelar del western Silverado (1985); del clásico de la televisión ochentosa F/X: Efectos especiales (Robert Mandel, 1986); del policial Se presume inocente (Alan Pakula, 1990), o de Romeo+Julieta (1996), primera película del australiano Baz Luhrmann en Hollywood. Pero además de su sólida faceta como actor de reparto también tuvo un puñado de roles protagónicos, algunos incluso en el terreno del cine de autor. Es el caso de su trabajo en El vientre del arquitecto (1987), de Peter Greenaway. Ya en el siglo XXI se dedicó sobre todo a la televisión, aunque en 2007 tuvo un papel en la animada Ratatouille, uno de los trabajos más exquisitos de los estudios Pixar, donde interpreta a Django, el corpulento padre del ratón cocinero que protagoniza la película. Y en 2015 fue convocado por Terrence Malick para el film Rey de copas. Lo que se dice un modesto y eficaz todo terreno, al que no pocos van a extrañar.