Las imágenes me resultan familiares, cercanas, me trasladan a otro tiempo, a otra década. 1980..., cuando la agitación cultural de jóvenes desafiantes avanzaba frente a los estertores de la censura militar representada por un bizarro personaje llamado contador García, líder ultramontano de la Liga de la Decencia.
Veo a Carlos Ghioldi-Pepitito Esquizo con sus 18 años en lo que era el bar Odeón, Mitre y Urquiza. Con su particular gestualidad ordena leer a Trotsky al grupo que lo escucha y muestra "Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente", un texto que entendimos era la biblia contra el arte de la burguesía y el realismo socialista.
Agitan las calles de la ciudad decente y clerical con sus performance en iglesias, bares y parques, celebran -celebramos- en la casona de calle Entre Ríos 366, refugio y escuela estimuladora de oficios para jóvenes sin calma. Allí escuché tocar al baterista de free jazz Carlitos Luchese y ya nada fue lo mismo para mí ni para tantos/as otros/as que transitaron el periodismo, la escritura, la música, el humor, el dibujo.
Reconozco en las imágenes -más viejos, más sabios- a El Marinero Turco, a Pandora, a McPhantom, a Guille Giampietro, al querido Gordolui (Alfonso), a Mariano Guzmán (me había olvidado que lo llamaban Piojo Abelardo), a Patricia Espinosa, a Palmer, integrantes de un colectivo irreverente y surrealista, los veo ahora en la computadora, en cuarentena, como si fueran parte de una secuencia moderna de Los Tres Chiflados, el programa de televisón que tanto (nos) gustaba.
-Esta noche hacemos "Una temporada en el infierno" de Rimbaud. Veníte- me dijo Esquizo.
Cuarenta años después su invitación sigue presente. Sólo hay que ver el gran documental de Mario Piazza que retrata con precisión la historia de Cucaño, el grupo que con su grito insuperable "¡Acha Acha Cucaracha!" tomó el Palacio de Invierno.
Acha Acha Cucaracha: Cucaño ataca otra vez, de Mario Piazza. Disponible en la plataforma #RosarioEnCasa