El humor exorciza la impotencia que genera la pandemia. ¿Cuántas veces lloramos de risa en esta cuarentena? Quizá pocas. O ninguna. Pedro Saborido lo consigue con un texto incluido en Diarios: registro textual de los tiempos que corren, una propuesta del Centro Cultural Kirchner (CCK) en la que participan también Martín Kohan, Gabriela Cabezón Cámara, Mariana Enriquez y Camila Sosa Villada. El guionista y escritor desmonta cómo se viralizan las conspiraciones en tiempos de coronavirus. “Hola a todos… Me llamo Inés Laguerte. Soy técnica de laboratorio en el Instituto Marley. Hoy tuvimos una reunión con gente del Ministerio pero no terminó porque mientras nos daban las proyecciones un doctor sacó una 38 y se quiso pegar un corchazo. Por suerte, se le trabó el caño en el barbijo y el tiro se desvió y le pegó a un cuadro de Graciela Ocaña que quedó de cuando vino a inaugurar una expendedora de Pepsi (…) Ahora son las cinco de la tarde, así que salgan a saquear supermercados manteniendo distancia social, ya sea que saqueen un súper chino o uno de cadena”.

La ironía tal vez sea una de las más afectadas en este presente asediado por la perplejidad. El pánico expandido acelera una especie de inminente “fin del mundo” -con el horizonte de la muerte más que nunca pisando los talones de todos los mortales- y bloquea un pensamiento revulsivo que no caiga en los lugares comunes. El proyecto Diarios: registro textual de los tiempos que corren es presentado, desde la web del CCK, como una forma de resistencia. “La pandemia coloca a la humanidad en una situación extraña, un estado de alta velocidad y de estancamiento a la vez que amenaza con superar la capacidad de acción y de reflexión. El aislamiento de los cuerpos no nos deja en soledad”, plantean. Hay cuatro textos inéditos de cada uno de los cinco escritores que participan: Saborido, Enriquez, Kohan, Sosa Villada y Cabezón Cámara. Hasta ahora hay subidos 20 diarios.

En uno de los diarios Kohan repasa lo que más extraña: el bar La Orquídea y el Café de Hugo, y dos canchas: la de Defensores de Belgrano y la de Boca. “Se echa de menos la normalidad cuando falta por cierto tiempo. Ahora nos falta. Vivimos en la excepción, y ese rumor apacible de la normalidad no está. Sobre todo porque la excepción tiende a ser usurpadora, pretende la duración, se insinúa como normalidad y quiere ser tomada por ella. Quién más, quién menos, con angustia o con resignación, con pragmatismo o con entusiasmo, con rencor o con optimismo, todos nos habremos ido forjando (forjando o fraguando) una especie de rutina de cuarentena. Como si pudiese, la excepción, convertirse en normalidad. De ahí que esta normalidad de encierro nos resulte finalmente forzada. Es por eso que nos sostiene, pero al mismo tiempo nos fatiga; que nos protege, pero nos exige; que de a ratos nos anima y de a ratos nos desanima”, advierte el autor de Ciencias morales y aclara que el cambio de tema es un dispositivo indispensable para vida social. “La vuelta a la normalidad traerá también esa posibilidad, hoy tan dificultada, por momentos incluso impedida: la de cambiar un poco de tema”, concluye Kohan.

Sosa Villada, escritora, actriz, guionista, dramaturga, directora, autora de Tesis sobre la domestación –publicada en la Biblioteca Soy de Página/12-, reflexiona sobre la intimidad del deseo en tiempos de aislamiento. “Nunca pensé que la sola amenaza de una cuarentena obligatoria iba a ponerme tan caliente. Tan sexuada, como finalmente estoy ahora, en celo, que rajo la tierra, que soy completamente inflamable. Como si hubiera llovido en el nacimiento de mis hormonas y ríos desbocados descendiesen con violencia a la vasta extensión de zonas de placer que hay en mi cuerpo. Llevándose a su paso cualquier barrera de contención, arrancando de raíz toda estructura firme, todo intento de mesura. Pienso que, si fuera una mujer, estaría en los momentos previos a una fertilidad indecible, capaz de quedar preñada de a veintenas. Pero soy travesti y la única vida que soy capaz de gestar es la de mi erótica, que es un animal radiante, violento y solo”. Enriquez, en “Miedo a perder la cabeza”, explora la locura y la ansiedad. “La depresión y su amiga íntima, la ansiedad, son los carceleros de esta casa equivocada. En la depresión el encierro es constante. La vida de los demás ocurre y el depresivo la observa detrás de las rejas de su parálisis, hundido en la cama, en el sillón, en la ropa que no se cambia, desde los mismos ojos que arden siempre. La depresión se parece un poco a este confinamiento, solo que, por lo general, el mundo no se derrumba de verdad al mismo tiempo. La diferencia es que, en general, el derrumbe personal no está acompañado por el colapso del mundo entero”, escribe la autora de Nuestra parte de noche.

Hay algo distintivo en los registros de Cabezón Cámara, finalista del Booker Price, el premio más prestigioso del Reino Unido, con la novela Las aventuras de la China Iron, que está pasando la cuarentena en Abasto (La Plata). La presencia de los animales y la naturaleza, el desborde de lo dionisíaco. “Llegamos a casa y los perros como siempre me abrumaron en la esquina y les abrí la puerta del fitito y corrieron a toda velocidad –Roja con sus dos patas y media– y los cuises se escondieron y entré a casa y fui a chequear los zapallos y los repollos que crecen locamente, vertiginosamente y los miré con vértigo y alegría y con elefantes borrachos en la cabeza y decidí que mañana voy a ir a la ferretería, el presidente dijo que van a estar abiertas –qué suerte que sea Alberta el presidente de la pandemia– y voy a comprar un pico y voy a abrir la tierra para agrandar la huerta y voy a ver cómo aparecen las lombrices coloradas y los bichos bolita y cómo crecen las plantas y voy a ver si encaro el gallinero porque hace mucho que quiero vivir así, cuidando de huerta y gallinero, y porque la cuarentena empezó esta noche y entonces los planes se vinieron abajo y Caro no va a poder venir mañana y todos estos días, todos los que dure el aislamiento, voy a estar acá sola con los perros y voy a ver si puedo salirme del virus biológico y del otro virus, el de las redes, que nos secuestra la cabeza y nos extrae información como le extrae el silicio a las entrañas de la Tierra y voy a buscar mi tesoro: un rato de silencio y de quietud –confiesa hacia el final del texto-. Paro. Mañana paro como casi todo para. No les peguen a sus hijos. No les peguen a sus mujeres. Paremos y repartamos de nuevo, compañerxs, camaradas. Y festejemos con los hermanos elefantes, dejémonos caer borrachos y sonrientes sobre una tierra roja, rodeados de plantas de té, al sol”.

Gabriela Cabezón Cámara (foto: Guadalupe Lombardo)