El espectador comienza a palpitar el preludio del filme. Marlon Brando, en el papel del Padrino, muere entre las plantas de tomates frente a su nieto. Toma así la jefatura de la familia su hijo menor, Michael, encarnado por Al Pacino. La asunción del “figlio” marca una nueva era, teñida por la venganza de éste y sus ambiciones políticas. En ello asesina a sus adversarios, todos deudores de la muerte de Sony (James Caan). Los cuadros de los crímenes se muestran consecutivos al tiempo que el nuevo padrino bautiza a su sobrino. 

El primero, Tattaglia, es ametrallado en la cama de un hotel alojamiento, en tanto a Barzini, mentor de la guerra entre mafias neoyorquinas, lo ultiman en las escalinatas-presumo- del palacio de justicia. Precisamente en este último pantallazo aparece el sospechado Donald Trump joven, en la piel de un “guardaespaldas”, tomándose el pecho y cayendo a la acera, víctima del tiroteo. Un “bolo”, como suele decirse, pero que también descubre las relaciones que en el ambiente supo cultivar el hoy presidente de los Estados Unidos.

El cameo, realizado en año 1972- fecha de producción del Padrino I-, fue el aparente inicio de Trump en los luminares del cine. La fortuna heredada de sus padres creció considerablemente por los vínculos del propio Donald, merced a su cadena de hoteles, con la NBC Universal. A esta presumible incursión en la pantalla grande le siguieron después, Mi pobre angelito II, Amor con preaviso (película protagonizada por Hugh Grant), Edi mi nueva coach (Whoopi Goldberg en el estelar) y  El príncipe del rap (con Will Smith) entre otras. 

Lo curioso resulta que en la nómina oficial de participaciones del mandatario, nunca figuró aquella, su primera vez. Una pista puede darla el mismo director del filme, Francis Ford Coppola, en reportaje otorgado el año 2018 donde habla de sus esperanzas a la gestión Trump, acotando, en la misma entrevista, la cercanías al líder, ambos compañeros en el colegio militar; aunque remarca, que lo había dejado de ver a los catorce años, tras su alejamiento de “esa academia para niños de papá, ricos y rebeldes”. Y sí, todavía en los setenta, la dirección del emporio comercial estaba en manos de Fredeick Christ Trump, el cual pretendía otra vida para el vástago; lejos de los set de cine; conflicto filial clave para tal omisión.

 

Sin ánimos de polemizar, y a pesar de la toma en la escena, realizada desde un plano general, puede observarse a un hombre joven de traje oscuro, espalda gruesa y cabello en su sitio, similar a Eric, tercer hijo del presidente. Una integrante de la fauna autóctona diría, “te lo dejo a tu criterio”. En tanto, y de ser así, resultaría interesante confirmar que la ficción superó a la realidad, o por lo menos la intuyó: Trump, espectáculo y crimen.