Un tren de alta velocidad une las ciudades de Chongqing y Dazhou en dos horas; y desde allí, para llegar a la Villa artística hay que hacer un recorrido de media hora en auto, bordeando el río Zhouhe e internándose en las montañas. En el camino hay puentes en construcción o reparación, decenas de edificios en construcción, rutas nuevas, así como a orillas del río, entre las rocas, se ve a varias mujeres lavando la ropa en el río. Hay tal cantidad de grúas trabajando en China que, probablemente, luego de la mayoría abrumadora de la población compuesta por la etnia han, tal vez las grúas constituyan la primera minoría del país. Una característica China es que todo cambia, se construye, mejora o recicla permanentemente. En este tercer viaje en cuatro años, compruebo que cuando se visita con una diferencia de meses o un año una misma ciudad, parece otra. Es notable el cambio de la fisonomía urbana en poco tiempo, así como la construcción de nuevas ciudades, para albergar parte de los setenta millones de personas que pasan de la vida rural a la urbana cada año. Los viajes en tren permiten ver esas nuevas ciudades acá y allá.
Cuando llegó a la villa artística, Cecilia comenzó haciendo pruebas de luces y materiales. La caverna es un lugar soñado para realizar una instalación artística, pero al mismo tiempo supone un desafío porque las condiciones durante todo el proceso eran un tanto inhóspitas en aquellos momentos preliminares de noviembre de 2019, dado que era una zona oscura, húmeda, con instalaciones de electricidad precarias, en un contexto de una ciudadela en obra, con grandes grupos de obreros y maquinaria pesada trabajando las 24 horas a contrarreloj.
“Al entrar por primera vez en la cueva, dice Cecilia, pude percibir un aparente infinito. Como si uno a través de ese túnel pudiera llegar a otra dimensión. Cuando le puse como título ‘Resiliencia’ a la instalación, pensé primero en la resonancia que para nuestro país tiene la relación entre arte y memoria. Por eso el título me ayudaría a trazar el camino para que ese lugar de defensa que estábamos resignificando, conservara algo de la historia que atravesaba la roca. Había que marcar cómo el pueblo chino había resistido y expulsado el avance japonés. También sentía un punto de contacto con nuestra historia. Nuestro carácter resiliente nos hace mantenernos en pie, de crisis en crisis”.
Para realizar su obra, Cecilia contó con la ayuda de seis operarios especializados, más una asistente artística -estudiante de Bellas Ares- y una traductora del chino al inglés. Adicionalmente, contó también con la colaboración de estudiantes de la Escuela de Artes de Dazhou, para recortar los cientos de piezas geométricas de pvc -que compondrían el alfabeto visual de la instalación- y luego pintarlas con pigmentos fluorescentes que brillarían gracias al estímulo de luces negras estratégicamente ubicadas a lo largo de la cueva.
“Éramos un equipo que empezaba a entenderse sobre la marcha, recuerda Cecilia. A pesar de los mejores esfuerzos de mis intérpretes, muchas veces costaba hacerse entender. Este fue uno de los aspectos más ricos de mi experiencia: entender y hacerme entender, no sólo en otro idioma, sino en otra cultura. Como siempre, utilicé el dibujo para explicarme, pero no siempre alcanzaba. La forma de pensar es diferente. Lo más maravilloso fue que en todo momento primó la voluntad de entendernos y lograr nuestro objetivo”.
Este cronista llegó a fines de diciembre a China, para participar de una serie de exposiciones y encuentros en Chongqing y de los preparativos, coloquios e inauguración en la Villa artística 515 de Dazhou.
La idea de Cecilia -concebida en Buenos Aires y planeada en detalle una vez llegada al Dimensions Art Center (DAC) de Chongqing y a la Villa artística-, era darle armonía, poesía, color, luz y movimiento a ese espacio originalmente cargado de una historia fuerte, para trabajar la memoria, como requería esta transformación de un sitio de defensa militar en lugar dedicado al arte. Parte de los planteos geométricos de Cecilia toman como punto de partida la tradición del abstraccionismo geométrico que cruzó de ida y vuelta a las vanguardias latinoamericanas con las europeas. El centro de su búsqueda era convertir un espacio inquietante en otro, de belleza y reflexión.
Los días de trabajo incansable se sucedieron en parte dentro de su estudio-taller en el DAC, pero cada vez más en la cueva, entre mesas de trabajo, herramientas, máquinas, tablas de corte, materiales varios, pinturas, rodillos, pinceles, marcadores, fijadores; rodeada de escaleras y andamios, cables y luces.
La instalación de Cecilia se fue desplegando de a poco. Primero fijando en paredes y techo una rítmica sucesión de núcleos de figuras geométricas arremolinadas, conformando una suerte de maelstrom que buscaría arrastrar amablemente la mirada de los visitantes. En parte en el sentido de visión maravillosa tal como lo narra Edgar Allan Poe en su célebre cuento “Un descenso al Maelström”, como un vórtice de la experiencia de los sentidos.
Pieza por pieza, Cecilia fue conformando este movimiento helicoidal interior que de a poco iba redibujando la cueva ante la sorpresa renovada, en principio de sus colaboradores, pero también de los obreros y personal de seguridad y de otros artistas que ya estaban preparando el montaje y emplazamiento de sus propias obras, al mismo tiempo que se seguía construyendo vertiginosamente y poniendo a punto la ciudadela artística. Muchos peregrinaban varias veces hacia la cueva para sacarse selfies y ver el progreso del trabajo.
“Mi idea -explica Cecilia- fue señalizar ese espacio de treinta y cinco metros con colores, de forma tal que se generara una sensación espiralada que condujera hacia delante, hacia ese futuro que proponían las obras de los artistas chinos que me acompañaban a partir de la segunda mitad de la cueva. Pero mi principal objetivo era no olvidar. Señalar la piedra, el túnel, la resistencia y el avance. Había elegido formas geométricas y la potencia del color, ya que la tradición del arte latinoamericano se ve atravesada en gran parte por la geometría, el color y la luz. A su vez, la forma del triángulo me permitió adaptarme a las formas de las rocas. Primero armé la trama rítmica y luego pusimos las piezas de color que le dan idea de resonancia y mayor riqueza de variaciones a la composición. Por último recubrimos el piso con un material espejado a todo lo largo de la cueva, para unir las obras de los cuatro artistas, lo que sumado a la sincronización de las luces crea una sensación de latencia en todo el conjunto”.
Al día siguiente de la multitudinaria inauguración del 10 de enero de 2020 al mediodía, Cecilia y yo volvimos a la Villa artística 515 y fue conmovedor comprobar que el lugar estaba lleno de público, familias y curiosos de la zona que, al igual que lo sucedido durante el montaje, disfrutaban y recorrían la obra sacándose fotos en este contexto nuevo que se había transformado un lugar para la defensa durante la segunda guerra mundial, en otro de arte y poesía.
La “Villa artística 515” de Dazhou, Sichuán, que estuvo cerrada durante el aislamiento desde fines de enero, reabrió sus puertas en abril.