Al Nigger no le importaba nada de nada; al Nigger le importaba lo importante. Horacio Fontova se cagaba en todo lo inútil y se alimentaba de lo básicamente cardíaco y de tripas; hacía crecer lo ridículo y adoraba destruir lo estúpido.
Un hombre entero, de verdad, comprometido, con conciencia social y con acción por una única causa: la de todos. (Además, claro, cantó tan lindo…)
Fontova fue el juglar-demonio de las paredes; siempre estuvo ahí cuando hizo falta voltearlas: música, teatro, cine, diseño, dibujo, los libros… Un Tasmania loco de dibujito animado, dando volteretas como tornado, imparable, entrañable, insustituible.
Hoy, que hay clones y homenajes de todo y de cualquier cosa, ni lo intenten. El Negro no se clona. Lampiño, nunca tuvo ni un pelo de gorila. No sé si llegó a enterarse de lo del virus, ni si pudo alegrarse o festejar en diciembre pasado. Pero en muchos de los minutos en los que cada quien la está remando mal ahora, hay un miniFontova avisando que todo va estar bien.
Es raro extrañar y
llorar tanto lo que ya nos pertenece para siempre.