En 1987 trabajaba en una sucursal de la juguetería El País de las Maravillas en Olleros y Migueletes. Cuando no había nadie, con Luis, otro de los vendedores, poníamos un casete todo quemado con canciones del Fontova Trío. Cantábamos con ganas "Si me quedo sin gomas", "Que viva la chacarera", "Me tenés podrido", "Cómo toca María", "Canchis Canchis",  “El resbalón” y ese himno a "Rosita" y Cacho todo desnudo en un hotel con una viuda. A Gloria, la encargada, también le gustaba. Claro que cuando entraba alguna señora del barrio había que salir corriendo a darle stop al grabador. La picaresca del Negro no se llevaba bien con las elegantes calles de Belgrano. Ni hablar de las posiciones políticas del Negro.

Solo un tipo indiscutible como Fontova podía anunciarse como El General en una Argentina de generales asesinos. Porque su apelativo no tenía que ver con galones sino con una concepción esencial de la vida: Fontova apuntaba a la construcción social, al todos juntos antes que al sálvese quien pueda individualista. No era “el” general, era “lo” general. Habrá sido por eso que los shows del Fontova Trío o de Fontova y sus Sobrinos producían esa sensación de comunión, de alegría compartida, de sentirse juntos y fuertes. Juntos y fuertes contra el fascismo represor, contra la ignorancia, contra la frivolidad y el cartón pintado, contra el vaciamiento ideológico y el pragmatismo que doblaba convicciones.

El Negro podía ser procaz (“la vedette paseando iba...”) y hasta grabar una canción hoy casi irreproducible como “Oh mi sida”, pero solo con mala intención se le puede dar más relevancia a eso que a Fontova conjugando el sentir de miles al cantarle a la dictadura “Me tenés podrido”; Fontova cantando “La Negra María tiene un rancho limpio, más blanco que el alma de más de un señor”; Fontova levantando la bandera de “Juventud, representas la esperanza de acabar con la miseria y la ignorancia / predicar que los pueblos son hermanos”; Fontova poniendo un bisturí cantado en la frase “El mono es siempre mono y el tero es tero / y vos sos cualquier cosa si es que hay dinero / Ya no te creo, hombre”.

Y sí, Fontova cantando que a pesar de todo se puede estar bien.

 

Hippie de Plaza Francia, dibujante, músico, gestor cultural (muchos recordarán trasnoches en Lo de Fontova, allá por Córdoba al 5500), comediante, poeta, militante antiimperialista: el Negro fue muchas cosas, una máquina de hacer, un tipo con el que daba gusto conversar, culto, divertido, apasionado. Rara combinación de artista que hacía reír y pensar, escatológico en un momento y profundísimo al siguiente, cabal conocedor de las músicas populares del continente, capaz de sintetizar la tilinguería argenta en el micro televisivo “Let’s Go” y disfrazarse de Sonia Braguetti con bigotazo y acosar a Jorge Guinzburg susurrándole “Don Johnson...”. Vamos a extrañar su carcajada, sus ojos pícaros, su voz profunda. Justo ahora, que andamos todos tan separados, se nos va el tipo que quiso hacernos sentir juntos. Y fuertes. Gracias, General.