Desde Barcelona

UNO Días atrás, Rodríguez leyó que el consumo de consumidores noticieros y tertulias (des)informativas se había desplomado en Italia luego de haber alcanzado máximos históricos e histéricos. Los motivos eran obvios: fatiga de materiales, infoxicación, fandemia. Y, así, los tele-italianos emigraron en masa a la serie del comisario Montalbano. Igual, Rodríguez se ha ido desconectando de las noticias desde el comienzo de este estado de alarma cada vez más extended-play. Después de todo, España es el país que --síntoma digno de diagnóstico-- cuando se levantó/acostó a CNN+ a finales del 2010 se decidió reemplazarla con Gran Hermano 24 Horas. Así que basta para Rodríguez de maratones compaginando Al Rojo Vivo y Todo es mentira y Más Vale Tarde. Y --durante la publicidad-- de saltos a programas como ¡Sálvame! infestados por portadores del echar pestes farandulesco mutados en "especialistas" y "expertos" epidémicos. Suficiente de imprecisas cuentas regresivas de sanos/vivos virando virósicas a muertos/infectados. Adiós a estadísticas y reglas de tres nada simples calculadas sobre arenas movedizas y cepas variables y mascarillas defectuosas por el enronquecido vocero-viral Fernando Simón cada vez más parecido a un cervatillo de ojos encandilados por las luces de un tren de alta velocidad de contagio. Y --sobre todo y todos-- hasta la vista a esa miope corte de los no-milagros que es la clase política pronunciando (aunque por lo general se les traba la lengua al decirla) la palabra "solidaridad" cada quince segundos y moviendo mucho las manos y sonriendo dientes para distraer cual malos (des)ilusionistas atendiendo su juego que va más de sillones que de camillas. Todos aún convencidos de que a esta altura a alguien le sigue preocupando eso del gran reto que afrontan los diferentes partidos especializados en repartir al juntarse a pactar quién sabe qué. Todos --con malicia o con ineptitud, a esta altura da igual-- mirando al cielo o al suelo, pero nunca a los ojos (excepción hecha de Pedro Sánchez, que no deja de mirarte fijo mientras habla y habla y, para Rodríguez, cada vez más parecido a uno de esos insistentes vendedores de Massimo Dutti). Todos sabiendo que, más temprano que tarde, todos ellos serán enfrentados a sus respectivas "malditas hemerotecas" con escenas escogidas sobre sus acciones y faltas o falta de reacción en programas como El Objetivo. Y que entonces correrá la sangre por el plasma. Mientras tanto se predicen "millones de pleitos" a la administración una vez que pase el temblor para que siga el terremoto (y Rodríguez se enteró de que el confinamiento aumenta la capacidad humana para detectar sismos). Y ya lo apuntan varios agrietados estudios: la sociedad se está fortaleciendo mucho en sentido horizontal; pero será más débil que nunca en lo que hace al sinsentido hacia las alturas habitadas por los más bajos y torpes instintos.

Amputar. Desinfectar. Y, sí, antes y durante y después de la operación, lavar las manos que sostienen el cada vez más remoto de los controles.

DOS El punto de inflexión/reflexión para el desenchufe de Rodríguez fue hace tres domingos. Entonces, se anunció en conferencia de prensa --de la que participó el licenciado en Filosofía con un máster en Economía y Dirección de empresas y, ah, Ministro de Sanidad Salvador Illa-- lo del testeo masivo a asintomáticos y su posible aislamiento obligatorio, "buscando fórmulas legales", en centros especiales o "Arcas de Noé". Y se lo hizo tan mal y de un modo tan confuso que la paranoia subió varios grados en una población ejemplar y cívicamente internada en sus domicilios. Inmediatas "aclaraciones" con un "sería voluntario" no hicieron más que empantanar la ya cenagosa "propuesta".

Esta turbulenta claridad de Rodríguez se fortaleció aún más en su debilidad cuando, días después, se recetó el principio del retorno a la "nueva normalidad" (lo que es un oxímoron) escondiendo mal para así hacer aun más evidente la desesperación por poner si no en pie al menos de rodillas a un país sin anticuerpos para aguantar una/otra crisis económica, con la mayor tasa de mortalidad por millón de habitantes del mundo por el Coronavirus, y con sus siempre vigorosos y saludables fachas de costumbre de cara al sol y ya a punto de proclamar que "con Franco se moría mejor". Después, las (des)calificaciones entre comunidades sobre el fin del curso escolar. Y las batallitas internas por lo del Ingreso Mínimo Vital. Y el "apagón informativo" opacando la Ley de Transparencia, por lo que todo ciudadano que quiera saber algo en cuanto al accionar del gobierno (volumen y paga por compras a China y alrededores de material médico defectuoso, actas del comité de "expertos" en salud, cuántos tests se realizan y a quiénes y dónde) deberá esperar hasta nuevo aviso. Todo y todos en un país en el que, además, sus mentes mejor preparadas y más brillantes y admiradas se han venido dedicando no a la búsqueda de una vacuna sino --con el rostro cubierto por máscaras surrealistas y a ser amados por ello-- a robar los billetes de la Casa de la Moneda y los lingotes del Banco de España y olé tú. Y recluidas, sí, bajo ese vasto e indiferente cielo descontaminado por el que aquí llega ese asteroide de turno (ahora toca el 1998 OR2) que, de tanto en tanto, puede estrellarse contra la Tierra para así solucionar todo problema y curar todo mal.

TRES Así que Rodríguez bajará su persiana el próximo día de Sant Jordi para el que el Gremi de Llibreters de Catalunya no ha tenido mejor idea que invitar a salir a los balcones a leer en voz alta. Pronto, todo sucederá en los balcones --nacimientos y bodas y funerales-- y Rodríguez ya teme a los graciosos que aullarán escena de Romeo y Julieta filmándose para después subirla a sus enredaderas sociales y luego volver a sus tareas habituales, como la de aplaudir a los sanitarios y amenazar vía anónimos a vecino expuesto a contagio por su trabajo en hospital. Y, sí, Rodríguez desearía que las personas pensasen más para que se les ocurriesen menos cosas. Y decide no salir y quedarse dentro. Leyendo. En voz baja y alta concentración, como se debe hacer.

CUATRO Y a solas y separado de los suyos, Rodríguez se ha acostumbrado a verlos a través de pantallas. Como si fuesen noticias íntimas. Su hijo le dice que lo extraña. Su ex le pregunta cuál es su situación laboral. Su hija --acantonada en el loft de su novio, el dj argentino Tomás Pincho ahora orquestando raves on line-- le informa que está "igual". Y Rodríguez los mira sin saber si ellos son primicias ciertas o fake news. Y se pregunta si --cuando vuelva a verlos en persona-- se reacostumbrará fácilmente a su piel no pixelada. Quién sabe. En cualquier caso no se queja (ahí están todos esos despidiéndose para siempre de los suyos a través de FaceTime, ya sin tiempo y dando la cara por última vez). Y, finalmente, concluye que los cada vez más ajenos suyos son breaking news: de último momento y que lo rompen por dentro.

CINCO Fue William S. Burroughs quien --en sus pestíferas y ciudadanas noches rojas-- definió al lenguaje como a un virus extraterrestre. De ser esto cierto --piensa Rodríguez-- entonces la (des)información es una pandemia terrícola.

Volvemos a estudios (clínicos).

 

Seguiremos (des)informando.