En el primer capítulo de la serie australiana Please Like Me, su joven protagonista sale del clóset con una naturalidad algo inquietante: es su propia novia Claire la que le dice que no quiere estar más con él porque es gay, y Josh se hace cargo. Conoce a un chico que le gusta, sus padres aceptan de inmediato su nueva elección sexual, y todxs contentxs. En esta aparente simpleza y falta de conflictividad es que esta comedia dramática hace pie y ensancha sus virtudes. Se ocupa de un puñado de personajes que sí tienen problemas, para abordarlos sin acartonamientos ni dramatismos, con dosis de fino humor y desparpajo (como lo demuestran los títulos de apertura, siempre distintos, donde los personajes cocinan y bailan).
La trama es muy simple: Josh, el protagonista, es un jovencito en pleno despertar gay -conflictuado con su imagen y su cuerpo-, que comparte vivienda con su amigo Tom, una especie de adolescente tardío, y que tiene que encargarse de su madre, una cincuentona maníaco-depresiva con varios intentos de suicidio en su haber, y a la vez lidiar con su padre, que volvió a casarse y a formar una familia con una dominante mujer tailandesa. O sea que si bien no es original como el planteo inicial de Transparent de Jill Soloway -serie estrella en la que un padre de familia ya mayor decide dar el gran paso y asumir su identidad femenina-, en Please Like Me los contrastes entre quienes están alternadamente alegres o deprimidos son los que van estructurando la narración. La vida privada en esta serie se exterioriza y comparte, tanto si transcurre en una casa compartida como en un neuropsiquiátrico, pero es el humor el que marca el pulso. Hay muerte, hay crisis de ansiedad, hay indecisiones de distinto calibre, enamoramientos exagerados, infidelidad, pero todo tratado de manera sutil y sencilla, como si no tuviera grandes consecuencias en la psiquis de los protagonistas.
En cuatro temporadas y con breves capítulos de apenas media hora de duración, Please Like Me logra lo que a muchas propuestas televisivas les falta: generar empatía con sus personajes a partir de sensibilidades que entran en crisis pero sin sobredimensionarlas. Josh Thomas, su guionista y creador, además de su protagonista, es un joven talento australiano de la comedia que con ideas simples logra entretener, hacer reír, y no caer en tantos lugares comunes. La homosexualidad en esta serie no es un problema a tematizar, sino un estado, una elección que nadie puede cuestionar. Y el hecho de que retrate a jóvenes de clase media bien de Melbourne, la segunda ciudad más grande de Australia, en vez de ocuparse de jóvenes norteamericanos quizás explique por qué no hay tanto cinismo, risas grabadas ni maldad. Tampoco hay interpretaciones psicoanalíticas ni posturas demasiado radicales sobre cómo deben ser las relaciones entre amigxs ni con los padres. Josh, joven desvalido o hipersensible por momentos, es también quien debe hacerse cargo de sus progenitores y ponerse en el rol de un adulto sin traumarse por eso.
Es interesante el tono que la serie logra al ridiculizar a sus personajes con ternura; no hay malicia, no hay tensión, sino una empatía que hace que nos encariñemos con estos seres algo inseguros y románticos. También es interesante el deslizamiento entre la realidad y la ficción: Josh es su creador y elige llamarse igual en la serie. Thomas Ward es el coguionista, y como coprotagonista también decide llamarse igual. Hasta su propio perro John es un personaje que pasa a la ficción como si no hubiera barreras.
Please Like Me es un producto cuidado que cumple su cometido: agradar, divertir, plantear algunos temas pesados con naturalidad, sin juzgar ni generar polémicas allí donde solo hay un grupo de amigxs que quiere crecer y divertirse.
Please Like Me, de Josh Thomas
Disponible en Netflix (cuatro temporadas).