Es simple. Hay que obedecer. ¿Qué hay que hacer para no morir, para no contagiar, para que no mueran las personas que queremos? Palabras clave: quedarse-casa-higiene-manos-alcohol-lavandina-tapabocas-desinfección.

Pero hay más. Tenemos que lidiar con el encierro. Para llevar una vida medianamente saludable, nos recomiendan hacer ejercicio. También nos recomiendan mantener una rutina para que las horas no pasen indistintamente y no lleguemos a eso de “es viernes y tu cuerpo no tiene la más remota idea”.

Con este punto contribuye el trabajo, que necesitamos mantener, a propósito, para cobrar a fin de mes. Entonces, después de ejercitarnos y bañarnos, nos instalamos en “la oficina” improvisada en algún espacio de la casa que nos resulte cómodo, que nos provea alguna privacidad.

Prendemos la computadora y demás dispositivos vitales y empiezan a caer los mails y los mensajes de whatsapp con cosas que hay que atender y resolver medio ya porque esta situación nos afecta a todes, pero qué lindo lo que estamos logrando juntes.

Ya en plena faena, la luz del alba da espacio a una nueva, de media mañana, la casa se activa, cobra vida (¡ay!) y aparecen les niñes. ¡Y quieren desayunar! Y quieren ver tele, y se pelean por el canal, y piden el celular, pero estamos trabajando, entonces piden la tablet, y cuando creemos que ya están entretenides cae un mensajito de la maestra: que la aplicación está colgada, si podemos avisar por el grupo de whatsapp que la tarea será esta cosa y esta otra, y cualquier duda preguntemos. Entonces, wap a grupo de xadres, gracias, emoji, gracias por ocuparte, corazoncito, cómo se hace, el libro de Pipi quedó en la escuela, no tengo datos, ¿le podés decir a la maestra? En el medio, videollamada laboral con fondo sonoro de niñes-tarea-perra que ladra y no muerde. (Videollamada como nueva forma de relacionarnos con les otres encerrades.)

La Tierra sigue girando y llega el mediodía. Hambre. Preparar la comida, poner la mesa, comer, sacar la mesa, lavar los platos, barrer.

Segundo round: el trabajo ya no sabe cómo competirle a la tarea escolar. Cuando una se resuelve, cae otra. Cuando un niño termina la suya, una niña recibe nueva. Y así.

Pasa la tarde y ese lugar que creíamos apacible para trabajar se convierte en la arena donde se dirimen las diferencias entre hermanes, los juegos y las risas, los llantos y las peleas, la perra que ladra sostenidamente.

Advertimos el paso de las horas en el creciente dolor de cabeza. Nota mental: cuando salgamos de ésta tendremos que reconquistar la jornada laboral de 8 horas.

En un momento de contemplación entre los aplausos de las 21 y la cena pensamos. ¿Saldremos de ésta? ¿Yo pisaré las calles nuevamente? Cuando podamos salir libremente, ¿querremos salir libremente? ¿O la libertad se habrá convertido en otra cosa?

Por suerte las dudas existenciales se agotan pronto pues nos toca leer y/o ver series (otra recomendación para enfrentar el encierro). Luego tecito y a la cama porque mañana hay que madrugar para recomenzar el ciclo de la vida en tiempos de coronavirus.

*Periodista. Directora periodística de la revista Caras y Caretas y co-directora pedagógica de TEA.