Te busco en las terrazas. En esos vecinos que se toman el último sol de la tarde como si fuera un medicamento muy dulce. En el hueco que se forma entre los plátanos dorados de la vereda. En las vías del tren que ya nadie pisa, salvo unos gatos que dan envidia. Corren, trepan, suben y bajan con libertad exagerada. Tal vez te encuentre en el mecánico de la vuelta que aprovecha este momento para pintar de plateado el techo del taller. Saluda como si fuera un soldado y yo le contesto con el pulgar hacia arriba, triste y sonriente. Te busco en esa pileta de lona que quedó contra una pared y nadie tiene energía para guardar. Quizás te encuentre en la pelirroja que vive sobre Boulevard Oroño y se filma cada mañana dando una clase de yoga; hay algo de vos en ese insistir, en esa necesidad de hacer algo aunque parezca inútil.

Te busco en el silencio de la mañana que no es madrugada, pero parece. En esos sonidos que revivió la cuarentena. El canto de los pájaros. Un chirrido de bicicleta que pasa a lo lejos. Dos vecinas que se hablan de ventana a ventana con tanas ganas, con palabras tan floridas que quisiera contestarles que sí, que una cucharada de lavandina en un litro de agua es suficiente. Te busco en un vendedor de helados que se olvidó el verano, y pasa como si fuera una parte del virus mismo. En el ronroneo del 116 que me llevaría a tantos lugares a los que hoy quiero ir.

Te busco en los diarios digitales; en los datos fríos de la tardecita en la web, cuando cruzo los dedos y espero que no estemos tan mal, que no nos contagiemos, que nadie más se haya muerto. Como la feligresa más devota ruego que tengamos una protección especial de santos, poetas, escritorxs, fantasmas; lo que sea que nos cuide del mal. Te busco en otros y otras que hacen de periodistas y cuentan que en la Tablada el Chino del súper no sé qué, y que en Pichincha algunos locos salen a la calle sólo porque ya no aguantan no ver el río.

Te busco en la radio vacía de personas pero repleta de palabras. De aliento. Te busco en esa canción que atrapo justo cuando dice “…Rosario tan sólo es un lugar, sin vos es un bloque de hielo…”(1)

Te busco de refilón (y aseguro que es la palabra más apropiada para este caso) detrás del verde del parque cuando, barbijo mediante, camino dos cuadras hasta el cajero automático. Qué ganas de tirarme sobre el pasto recién cortado, qué ganas de caminar por Avenida Coronado y llegar al Museo de la Ciudad, sentarme en un banco, leer, tomar un mate; que el sol me roce la cara. Qué ganas de seguir por el Rosedal, traerme todo su perfume; tirar piedritas con deseos imposibles a la fuente. Y después correr hasta Pellegrini, por adentro, pasar por los juegos y escuchar a los chicos gritar; saludar al “amigo” que cuida los autos y me hace señas para que pase antes de que le tire un balde de agua a la camioneta que está lavando.

Te busco pero parecés invisible. Porque como dijo Calvino “…una descripción de Zaira como es hoy debería contener todo el pasado de Zaira. Pero la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras…”(2)   

Eso es lo que nos está faltando. Tus relieves, tus inconsistencias, tus declives. Nuestro tránsito neurótico, circular; nuestra rabia sin causa. Encontrarnos, darnos un beso y seguir hacia todas esas cosas que hacíamos pero que no tenían ningún sentido. Nos falta la insignificancia, la menudencia, la nadería. Y si no te caminamos, no te vivimos, no te recorremos, te volvés así de velada, asi de invisible.

Detrás de los vidrios que nos protegen seguís hermosa como siempre. Invisible, intocable por ahora, pero hermosa. Como la más valiente amazona, alguna noche de éstas quizás corra por el camino verde y violeta del Boulevard y llegue hasta el río, marcándote cada paso para volver algún día y comprobar que sí, que te pisé de nuevo y no fue un sueño.

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1- Perdida, de Coki De Bernardi

2- Las ciudades invisibles, Italo Calvino.