¿Cómo se conformó el material del libro?
Jorge López: Nos basamos en registros de trabajos en escuelas primarias de Santiago del Estero. El caso puntual del libro es el de “un niño que parecía una nenita”, según palabras del ordenanza de la escuela. Siempre referido como “raro”, con supuestos “abusos en el hogar”, un chico que parecía seguir las “modas que se ven ahora en televisión”, presumiblemente “criado sólo por su madre”. Registramos las imágenes contradictorias que se fueron construyendo sobre la misma persona. Tomamos como muestra a dos escuelas; una de un centro urbano y otra de la periferia. En uno de los casos, sus padres tenían dinero para llevarla a “tratar” en cursos pastorales a Córdoba, evidentemente era de una clase más alta que la media del aula, sin embargo, eso no salvó a la niña de ser seguida por medio de formularios que sus docentes debían llenar según la forma de sentarse, de hablar... con quién se relacionaba más... métodos tipo judiciales... era como recabar pruebas para una acusación.
¿Se buscan causales? ¿La escuela busca culpables?
J. L: Se le endilga la responsabilidad a su familia; a su vez los padres se hacían cargo de ese “problema” aunque llevando la discusión a un plano metafísico: un “mal”, cierta invasión... o posesión... O un plano psicológico, insinúan abusos intrafamiliares, ausencia paterna y otros clichés... Y la rematan con un discurso sociológico, toda una biblioteca disparatada, que la cultura, que la radio...
¿Esos datos fueron una excusa o una alarma para que esta tesis de Jorge se convierta en libro?
Luisa Paz: Para mí fue una alarma. Desde lo personal siempre hablo de la prioridad de la educación en el colectivo trans. Es un derecho puerta, que abre el juego para otros derechos. Hacen falta este tipo de trabajos, hace falta saber por qué la población trans en la Argentina tenía una tasa de deserción escolar alta, el trabajo consiste en visibilizar el entramado de la ortopedia escolar; esa postura a rajatabla, invisibles...
Ustedes en el libro trabajan más sobre lo que no se dice que sobre la injuria…
L. P: Claro, lo innombrable, malicioso, malintencionado, hipócrita.
J. L.: Tomamos la cuestión de lo “fantasmático” de Zizek; el hecho de que el ordenanza haga todo un rodeo antes de nombrar la homosexualidad, como si temiera que con el solo hecho de nombrarla empiece una especie de contagio. “Esta escuela no es para estos chicos especiales”, nos decían algunos maestros. Y con respecto a los docentes, los maestros plantean directamente que no debería haber un educadxr trans frente a una clase.
Luisa, ¿Cómo fue tu experiencia como niña en las escuelas?
L. P: Cuando empecé ahora a tomar conocimiento sobre estas estrategias normalizadoras invisibles, empiezo a rebobinar el momento en el que empecé a notar que era diferente. Fue en la escuela. Lo descubrí frente a la discriminación del resto.
Es como si “la gente” siempre se diera cuenta de las cosas antes que unx...
L. P: Exacto, y te lo hacen ver de la peor manera. Te hacen “dar cuenta” y esa crueldad es depositada sobre personas que no tienen mucha noción del proceso que están atravesando. Aún hoy estoy marcada por esos hechos a los que durante mucho tiempo legitimé como válidos. Me acuerdo por ejemplo en cuarto grado; estaba en el cuadro de honor y a los mejores alumnos nos llevaban de paseo a Tucumán en colectivo. En pleno viaje un chico me trató en femenino, fue reprendido, tironeado de las orejas por la maestra, que a mi después me agarró del brazo y me ordenó que me quedara el resto del viaje adentro del colectivo.
J. L: Todo el tiempo aparece este tema de la pandemia; el miedo al contagio, la gestión como profilaxis.
¿Cuál era el espacio más conflictivo dentro de la currícula?
J. L.: Sin duda las clases de educación física, donde la estructura es totalmente binaria: los hombres por un lado; las mujeres por otro. Hay ejercicios que las mujeres deben hacer por ser mujeres y deportes que los hombres deben jugar por ser hombres.
L. P.: Todas estas situaciones suceden en momentos decisivos que marcan el futuro de la persona trans. En esas etapas unx niñx simplemente es y se encuentra con esa violencia sistemática.
Yo recuerdo en mi primaria haber percibido esa diferencia…
L. P.: Si a vos te pasó eso, imaginate a las mujeres o a los chicos trans, con lo falocéntrico que es el sistema, sumando la ausencia familiar que sucede en muchos casos o en una presencia familiar prostibularia, que acepta a su hijx trans prostituyéndose por el solo hecho de aportar a olla en la casa.
¿Observan algún cambio simbólico por lo menos en la provincia?
J. L.: La UNSE (Universidad Nacional de Santiago del Estero), al abrirle las puertas a Luisa, consigue que se contraten chicas trans como no docentes. No es lo mismo ver a las chicas paradas en la calle que entregando diplomas en una universidad. Con respecto a las prácticas educativas, siguen operando como ortopedia; de hecho ortopedia y pedagogía tienen la misma etimología.
L. P.: Ese proceso de reforma comenzó siendo invisible, hasta que se empezaron a ver los resultados como la deserción escolar, los suicidios y otros modos en los que esos cuerpos evidenciaban esa violencia oculta.
J. L.: Los textos escolares siguen siendo sexistas, biologicistas en la práctica.
Y en cuestiones performáticas también...
J. L.: Por supuesto, lxs chicxs en la escuela forman filas separadas entre varones y mujeres varias veces en el día; ingresan primero las mujeres, siempre esa performatividad binaria. En la primaria, por ejemplo, cuando se toma lista, se nombra primero a los varones; tenés el tema los baños diferenciados... en el caso de esta niña trans que disparó este libro, ella era escoltada al baño cada vez que necesitaba ir. La educación como una forma de enderezar cuerpos, espacios, la imaginación, el pensamiento. “Cada niño y niña en su lugar”, “tomen distancia”, son frases que se repiten. Cada uno tiene su lugar.
Me llama la atención en el libro que muchas prácticas invasivas de control sobre los cuerpos son tomadas por el resto de la gente como positivas...
J. L.: Claro, se lo toma como medidas para preservar, cuidar la recta educación. Los cuerpos están signados y eso en un momento salta, se hace evidente. La pedagogía está muy unidas a esas prácticas o técnicas de biopoder “misotrans”.
Definime “misotrans”, Luisa
L. P.: Lo que más me hacía ruido además de la enorme deserción escolar en el colectivo trans, era que no hubiera, que no existiese una palabra que defina esas violencias que atravesamos las personas trans.
¿No alcanzaba con travestofobia o transfobia?
J. L.: No, porque ya remite a otra cosa, porque la fobia está asociada en el discurso biomédico a la enfermedad.
L. P.: Diciendo “transfobia” vos le das la razón a quien te agredió. También entiendo que a medida que vamos avanzando, vamos inventando palabras nuevas que no tengan connotaciones negativas, pesadas, que no vayan en detrimento de nuestro colectivo. Encontramos la palabra “Misotrans” dentro de los debates del grupo que integro, de Género, Política y Derecho del Área de investigación del INDES, de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago del Estero. Cuando pensamos a quién va ir dirigido, digo que está destinado a los docentes y a los padres, para que tengan herramientas para contener a esxs niñxs.
¿Cómo percibe la familia a la presencia de un niñx trans?
L. P.: Es bochornoso. Tener un hijo puto es lo peor que les podía pasar, según muchos padres.
J. L.: El caso de esta niña trans que contamos en el libro terminó con la muerte; ese cuerpo no pudo contra las presiones. Yo noto que todo está virando hacia ese lado ahora, hacia un recrudecimiento del disciplinamiento. En el caso de los asesinatos a chicas trans, se ve mucho la ejemplificación como modo de controlar las libertades. El cuerpo denunciante, profético, su foto desnuda en la morgue...
L. P.: Alguien sacó la foto y circuló por toda la ciudad.
J. L.: Como un modo de disuadir la protesta.