Un amigo me cuenta que en estos días de cuarentena tomó conciencia de lo ingratas que son las tareas domésticas, que revalorizó el trabajo que hacía en su casa –amplia, donde vive con su esposa y dos hijos adolescentes—la empleada, que iba tres veces por semana hasta que se impuso el aislamiento social obligatorio. Sin ese trabajo pago, la tarea la reparten en el grupo familiar. Descubrió músculos que nunca había movido –y le duelen-- al pasar el trapo… Otro amigo, con hijos pequeños que viven con su pareja, me dice que están desbordados, entre el teletrabajo de ambos, y el acompañamiento escolar, y la limpieza y la comida y la limpieza y la comida, sumado al rally de compras para ellos y la casa de sus padres y sus suegros. Cuando la cuarentena pase, seguramente esos mismos músculos masculinos que ahora pasan trapos y bañan niños, volverán a su ostracismo. Los de ellas, seguirán en forma, a fuerza de rutinas ingratas. La foto es distinta según el hogar. Pero hay paisajes repetidos.
La pandemia de coronavirus deja algunas certezas, entre tantas incertidumbres. Las más obvias, la importancia de la salud pública y la inversión en ciencia e innovación tecnológica de parte del Estado. Pero también hay otras que empiezan a verse con más claridad, como cuando el agua de un estanque se aquieta y queda a la vista ese mundo sub acuático ignorado desde la superficie. Además del drama profundo y complejo de la violencia machista y su expresión más extrema, los femicidios, queda en evidencia de una forma imprevista el lugar fundamental de los cuidados –de quienes cuidan—para sostener la vida, la cotidianeidad en cada hogar, y quienes se ocupan de las labores domésticas. Las feministas nos cansamos de decirlo: es frase, es consigna. Como dice la teórica italiana Silvia Federici, con o sin amor, es trabajo no pago. Preparar la comida, acompañar emocionalmente a les integrantes del hogar, supervisar las tareas escolares, limpiar la casa, lavar la ropa, hacerse cargo de adultos mayores y dependientes en las familias. Nunca antes quedó tan expuesto el rol indispensable de quienes cumplen con estas labores, y que han sido –y son-- históricamente en su amplia mayoría mujeres: lo muestran las encuestas de uso del tiempo, lo vemos potenciado durante esta cuarentena obligatoria, con las clases suspendidas. La sobrecarga de tareas doméstica y de cuidado, aunque puedan compartirse en esta situación excepcional –si hay con quien compartirlas-- tiene ampliamente rostro femenino. Es momento que se entienda como un derecho a cuidar, a ser cuidado.
“La crisis sanitaria en curso pone en evidencia la injusta organización social de los cuidados en América Latina y el Caribe. Urge pensar las respuestas a las necesidades de cuidados desde un enfoque de género, ya que, como ha demostrado la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en reiteradas ocasiones, son las mujeres quienes, de forma remunerada o no remunerada, realizan la mayor cantidad de tareas de cuidados”, plantea una reciente publicación de la CEPAL sobre el tema, con título elocuente: “La pandemia del COVID-19 profundiza la crisis de los cuidados en América Latina y el Caribe”, donde se explaya sobre la excesiva carga de cuidados de las mujeres en la región, la relevancia de los cuidados en salud y la fragilidad del trabajo doméstico remunerado.
Algunos datos que aporta el documento para la reflexión:
* Al 30 de marzo de 2020, según datos de UNESCO, 37 países y territorios de la región han cerrado sus escuelas a nivel nacional. Ello implica que al menos 113 millones de niñas, niños y adolescentes se encuentran en sus casas para prevenir la expansión del virus. Los cierres de estos centros de enseñanza suponen que deben brindarse 24 horas diarias de atención a esta población, lo que sin duda sobrecarga el tiempo de las familias; en particular, el de las mujeres, que en la región dedican diariamente al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados el triple del tiempo que dedican los hombres a las mismas tareas.
* Con anterioridad a la crisis sanitaria de la covid-19, en los países de la región sobre los que se dispone de datos, las mujeres destinaban a las actividades de trabajo doméstico y de cuidados entre 22 y 42 horas semanales. En Argentina, por día ellas dedican 6 horas, mientras que el promedio para los varones es de 3,8 horas (INDEC, 2013); La distribución total de las tareas de cuidados es de 74,5 por ciento mujeres y 25,5 por ciento varones.
* Las desigualdades de género se acentúan en los hogares de menores ingresos, en los que la demanda de cuidados es mayor (dado que cuentan con un número más elevado de personas dependientes). Además, se acentúan otras desigualdades, ya que es muy difícil mantener el distanciamiento social cuando las personas infectadas habitan en viviendas que no cuentan con el suficiente espacio físico para proporcionar atención sanitaria y proteger a los grupos de alto riesgo de la exposición al virus.
Estos contextos se complejizan en hogares sin acceso a los servicios básicos como el agua potable, o sin las herramientas necesarias para continuar la educación a través de medios digitales.
* Según los datos de la CEPAL a 2017, únicamente un 52,2 por ciento de los hogares de América Latina y el Caribe tenían acceso a Internet y un 44,7 por ciento disponían de un computador. A esto se suma el hecho de que, para poder implementar la modalidad de educación a distancia, se requiere contar con una serie de habilidades y capacidades, tanto en el caso de los trabajadores del sector educativo, que en su mayoría son mujeres (un 69,8 por ciento de total de ocupados en este sector), como en el de los estudiantes y de quienes supervisan y apoyan estas actividades en los hogares.
* En lo que respecta a los cuidados de salud, muchas veces son las mujeres en las familias quienes se hacen cargo de los cuidados de salud de sus integrantes. Esto implica, entre otras tareas, la compra de medicamentos, la contratación de servicios y el cuidado directo de las personas enfermas.
En la Argentina, según datos oficiales:
- El 85,6 por ciento de las mujeres ocupadas de entre 18 y 60 años tienen en su hogar a un niño/a o adolescente. A su vez, el 26,1 por ciento vive con alguna persona mayor de 60. El 67,9 por ciento de estas mujeres tiene en su hogar a alguna persona dependiente (menor a 18 años o mayor a 60 años).
- El 65,1 por ciento de las trabajadoras de los servicios de salud, entre 18 y 60 años, tienen personas a cargo. A su vez, en este sector 69 de cada 100 trabajadores son mujeres. Estas trabajadoras difícilmente puedan tomarse licencias por la emergencia sanitaria, y seguramente tienen que delegar los cuidados.
Cuando pase esta pandemia –en algún momento esta crisis terminará—debe estar en agenda prioritaria la discusión sobre políticas de cuidado, iniciada incipientemente en 2019 en el Congreso. Los cuidados no pueden seguir siendo una salida individual: tiene que haber corresponsabilidades al interior de los hogares, con el Estado y el sector privado, a través de políticas públicas. Del mismo modo, que la compleja problemática de la violencia machista quedó fatalmente en evidencia por estos días –potenciada por el encierro-- y las respuestas para enfrentarla resultan insuficientes porque ya lo eran antes de la cuarentena, la discusión por políticas de cuidado no puede quedar archivada.
“Hoy, cuando las economías se ven golpeadas por una crisis de salud sin precedentes, es esencial alertar sobre el hecho de que las medidas económicas y sociales que se consideren para paliar los efectos de esta situación no deben suponer recortes fiscales que afecten los avances hacia la igualdad de género ni deterioren la autonomía de las mujeres. En particular, es importante que el tiempo de las mujeres no se convierta, como ha sucedido a lo largo de la historia, en un factor de ajuste del que los Estados disponen para afrontar la crisis y los nuevos escenarios económicos”, advierte la CEPAL.
Las políticas y medidas que se evalúen, apunta el organismo, deben tener en cuenta cuáles serán las consecuencias sobre las mujeres migrantes, las trabajadoras domésticas remuneradas, las trabajadoras del sector de la salud, las cuidadoras, las trabajadoras informales y también aquellas que trabajan de manera no remunerada en los hogares.