En el comienzo, una niña juega al ajedrez con su madre, mientras en el tocadiscos gira un éxito pop. Nada lo asevera de manera fehaciente, pero todo indica que la escena tiene lugar en algún momento de los años 60. El sitio es un pequeño pueblo como cualquier otro, con una salvedad tan grande como un robot gigante: en medio de un descampado pueden verse las extrañas siluetas de tres torres con diseño futurista, centinelas de un centro subterráneo de experimentación física a quienes todos llaman “El Loop”. Es decir, El Bucle. Un día, la niña descubre que su madre ha desaparecido. Tanto ella como la casa en la que solían vivir ya no están allí. El universo más cercano e íntimo dejó de existir, desvanecido. El temor y la angustia empiezan a cederle espacio a la tristeza, mientras la desesperada búsqueda lleva a un comienzo de comprensión de algo que parecía imposible, quimérico, enloquecido, sólo imaginable en la literatura de ciencia ficción. En algún libro de Ray Bradbury o de Isaac Asimov. 

Historias del Loop, la nueva apuesta de la plataforma Prime Video de Amazon, parece haber sido creada muy conscientemente a contramano de aquello que suele impactar de inmediato en las audiencias mayoritarias de las plataformas de streaming. En ninguno de los ocho capítulos que integran la miniserie el énfasis esta puesto –al menos de manera evidente– en las vueltas de tuerca, las revelaciones inesperadas o el suspenso de saber qué o quién o cómo o cuándo ocurrirá algo que dejará al espectador expectante, “enganchado”. El tono es calmo, reposado, inusualmente melancólico y cada una de las historias regala una capa reflexiva –cuando no directamente filosófica– y otra abiertamente emocional, ligada a las relaciones familiares, amistosas o sentimentales. La génesis del proyecto, motorizado por Nathaniel Halpern –creador, showrunner y principal guionista, reconocido por su trabajo en la serie Legion –, es tan particular como secundaria en términos narrativos: las creaciones del artista visual sueco Simon Stålenhag , especializado en pinturas hiperrealistas que suelen describirse como retro-futuristas, y que fueron publicadas en 2015 en forma de libro junto a una serie de microhistorias. En casi todas sus imágenes suele apreciarse la figura humana, disminuida ante el espectáculo de parajes rurales atravesados por la tecnología, ya sea que esta esté representada por un enorme robot desvencijado, una nave al estilo espacial corroída por el óxido o bien complejas estructuras de metal difíciles de describir y que han sido completamente abandonadas (o que quizás estén a punto de estarlo). Poco importa que el origen conceptual tenga un pie en la realidad, en la construcción de un enrome acelerador de partículas en la comarca rural de Mälaröarna, en Suecia, durante los años de infancia del artista: los cuentos y dibujos de Stålenhag conjuran descripciones realistas de las fantasías más febriles. Los fans de su obra lograron que la publicación del libro se transformara en un hecho a partir del micro mecenazgo y no pasó demasiado tiempo antes de que el volumen tuviera descendencia: un juego de rol ubicado “en unos años 80 que nunca existieron”, según afirma la portada.

Una ilustración del sueco Simon Stålenhag

Lo imposible es posible

A partir de la obra de Stålenhag, que aparece referenciada en todos los episodios en planos específicos, los responsables de la serie crearon un puñado de relatos que transcurren en otra década del 80 posible, aunque inexistente en la realidad histórica. Un mundo donde, desde luego, no hay teléfonos celulares ni Internet ni otras cosas que hoy llamamos modernas, pero donde “lo imposible se hace posible”, como explica uno de los personajes de la trama, el científico interpretado por Jonathan Pryce, el creador y director del Loop. Un universo que, a pesar de compartir el mismo período y una geografía suburbana, está en las antípodas de las añoranzas pop de una serie como Stranger Things. A mitad de camino entre el formato unitario de las series clásicas y el concepto de continuidad extrema de la gran mayoría de los productos contemporáneos, Historias del Loop ofrece ocho historias independientes que, sin embargo, no dejan de estar entrelazadas. Y no sólo por el hecho de transcurrir en un mismo lugar: los personajes secundarios de un episodio particular pueden pasar al frente en otro y viceversa. A pesar de ello, no es recomendable recorrer los capítulos de manera desordenada ya que de a poco, lentamente, una capa narrativa tan subterránea como el Loop comienza a elevarse con el correr de las entregas, usualmente pobladas por situaciones atípicas como los viajes temporales, el intercambio de cuerpos o la aparición de un döppelganger, entre otros conceptos y artefactos fuera de lo común. Incluidos esos robots tristones que se pasean por el bosque y una esfera negra y opaca que descansa en el corazón del edificio que domina el pueblo. 

Para Nathaniel Halpern, según declaraciones a la revista digital IndieWire, el concepto central de la serie fue muy sencillo de hallar. “Fue uno de esos momentos de gran inspiración. He trabajado en proyectos donde hay que escarbar la tierra para encontrarle la forma, pero en ese caso fue cuestión de observar las imágenes de Stålenhag y todo hizo click en un instante. En una semana ya tenía las historias y la estructura y realmente no fue necesario torcer nada en ningún momento”. En cuanto al formato de relatos unitarios unidos por una geografía y confinados a un puñado de personajes, el showrunner cree que “ya hemos visto mucho esa relación entre preguntas y respuestas, que usualmente damos por sentado en la estructura de cualquier serie. Es algo que se ha hecho demasiadas veces. Por esa razón, en un primer momento no estábamos seguros de que alguien quisiera producir Historias del Loop. Me encanta La dimensión desconocida y otros shows similares en los cuales llegar a la respuesta final forma parte indivisible de su placer. Pero aquí quisimos hacer exactamente lo contrario. No se supone que uno deba llegar a una respuesta, sino vivir con el hecho de que nunca podrá conocerla”.

Magia y pérdida

Sin escarbar demasiado en posibles referencias e influencias, si a algo se asemeja la estructura de Historias del Loop es al famoso Decálogo del realizador Krzysztof Kieślowski, estrenado en la televisión polaca en 1984 y cuyos diez capítulos independientes iban revelando un complejo entrecruzamiento de personajes y tensiones en una misma locación. Algo que el productor ejecutivo Matt Reeves (el director de Cloverfield, las dos últimas entregas del reboot de El planeta de los simios y la futura The Batman) ha confirmado en diversas entrevistas. “Hay algo en esa estructura, en esas diez reflexiones sobre los diez mandamientos, que logra que cada una de las historias sea una experiencia diversa y, al mismo tiempo, se mantengan unidas. Creo que, a nuestra diminuta manera, la idea de una serie de ciencia ficción con esas características dio como resultado una experiencia única. Dudo que alguna vez vuelva a estar involucrado en algo así”. Luego del capítulo piloto, el de la niña que busca a su madre –dirigido por el veterano realizador de videoclips Mark Romanek–, llega la segunda de las historias del Loop. Un relato de amistad entre dos compañeros de la secundaria, uno de ellos nieto del científico interpretado por Pryce (el joven actor Daniel Zolghadri). La anécdota puntual del episodio –dirigido por la coreano-estadounidense Kim So-Yong, la directora de Lovesong y Los senderos de la vida– incluye el encuentro azaroso con una extraña bola de metal hueca que permite intercambiar cuerpos (o mentes, da lo mismo). El corolario directo de algo que, en principio, no era más que un juego, se irá imponiendo con el correr de los minutos de la serie como el sostén de esa subtrama secreta, que va surgiendo de manera lenta pero constante. Tal vez el tema central que recorre todos y cada uno de los ocho “cuentos”, más allá de los pormenores y el tono de cada uno de ellos, sea el de la pérdida de un ser querido. Aunque en este particularísimo caso “pérdida” no sea forzosamente sinónimo de muerte. Andrew Stanton, otro de los nombres fuertes detrás de las cámaras, dirige el episodio número 4, en el cual otra desaparición y el dolor que esta provoca vuelven a transformarse en leitmotiv esencial. Nada extraño para un realizador que ha hecho de la búsqueda, la añoranza y la soledad los temas centrales de sus dos films más reconocidos: Buscando a Nemo y WALL-E, ambos dirigidos y escritos por él. En otro par de relatos será la búsqueda del amor (sentimental, platónico, erótico) y su consiguiente extinción lo que palpita con fuerza en el corazón de los personajes. La posibilidad inesperada de viajar en el tiempo o bien de congelarlo a demanda es apenas un detalle: lo que importa son las emociones, que ninguna tecnología o torcedura de las leyes físicas es capaz de alterar.

El imperio de las emociones

Halpern se considera un gran seguidor del género, pero encuentra que “mucha de la ciencia ficción contemporánea es cínica. O bien pretende hacernos sentir ansiosos o con miedo o enojo. Y lo que realmente deseaba era poder demostrar que el género también puede ser utilizado para proveer un poco de bienestar, de esperanza, sin dejar por ello de ser mordaz. Que no necesita estar alimentado exclusivamente por la ansiedad. Hay demasiado de eso dando vueltas. Historias del Loop es una serie de género en la cual éste es utilizado para amplificar las emociones, donde el eje está en la naturaleza del derrotero de los personajes y no en el desarrollo de una conspiración o de un misterio o en la intención de demostrar lo horrible que es todo”. Fans de Black Mirror, abstenerse. O no. El espíritu de Spielberg empapa parcialmente los dos últimos capítulos de Historias del Loop, firmados respectivamente por Ti West y Jodie Foster. Previsiblemente, el director de The House of the Devil aporta el segmento más cercano a las posibilidades del horror, con un adolescente varado en una isla que no está tan desierta como había imaginado. El horror pero también la aventura. Y la ciencia ficción, desde luego: entre las matas y arboledas del lugar se oculta un ser ligado fuertemente a la inmortal creación de Mary Shelley, uno de los primeros experimentos científicos con resultados inesperados en la historia de la literatura moderna. La soledad de esta criatura, prima lejana del monstruo sin nombre creado hace más de doscientos años, también es insondable y eterna y está condenada a la incomprensión. La actriz de Taxi Driver y El silencio de los inocentes –y realizadora por derecho y talento propio– cierra magistralmente las Historias del Loop con un relato que, sin olvidar su independencia del resto, anuda determinados hechos y termina por definir el tono de toda la saga. Hay una amistad entre un robot y un niño (aunque nada es lo que parece ser), otra pérdida irreparable y una nueva curvatura extrema de las leyes físicas y naturales que le regala un nuevo nombre a la idea de tiempo perdido. En una entrevista reciente con el periódico The Guardian, Simon Stålenhag afirmó que no dejaba de sorprenderlo que sus recuerdos de infancia –origen de los textos y dibujos del libro– se hubieran transformado en un proyecto televisivo de semejante envergadura. “Me gusta la serie por las mismas razones que harán que sea del agrado de muchos: es extraña, silenciosa y lenta, en particular cuando se piensa que es una producción estadounidense de gran presupuesto. Hubiera odiado ver alguna trama artificial inyectada en ese universo, pero por suerte no hubo presiones del estudio para incluir a un villano de turno”. En Historias del Loop, precisamente, no hay ni buenos ni malos. Hay hechos, algunos de ellos muy normales y otros todo lo contrario. Y hay seres humanos y también robots. Pero, por sobre todas las cosas, hay emociones. Tan poderosas que nadie ni nada, ni siquiera el portento científico que dirige silenciosamente la vida de todos los habitantes del pueblo, es capaz de vencer. Mucho menos de conquistar.