“Claro que es una novela de amor”, dijo la mexicana Fernanda Melchor sobre su Temporada de huracanes, “sólo que los personajes nunca lo encuentran. Es ese algo que te falta tanto que ni siquiera sabes cómo es. Y aunque lo encontraran, no importa, porque para qué sirve el amor si todos se están ahogando, si todo está de la chingada”.

A partir de la aparición del cuerpo de “la Bruja”, Melchor nos sumerge en la vida de diversos personajes y sus circunstancias. Aunque orbita alrededor de la búsqueda de la identidad de los asesinos, la autora nos hace escuchar las voces de varios habitantes de La Matosa que establecieron vínculo con la mujer, heredera del oficio por parte de su madre, reverenciada y temida por el pueblo.

Personas que en ese hábitat asfixiante conviven con la miseria, la violencia, el asco, la mugre, las relaciones de poder, el deseo de “pertenecer”, la imposibilidad de lograrlo. Amores escondidos y odios fulminantes.

Se puede sentir la fetidez, ver la roña. Por momentos, esta lectora pidió respiro; porque aquí está también uno de los elementos más perturbadores de la novela: prácticamente no hay puntos y entonces la trama y el lenguaje se hacen desenfrenados, una corre y se agita, huele y toca y se ensucia al compás que propone el habla de los personajes.

Temporada de huracanes tiene un ritmo vertiginoso y un lenguaje apabullante, con los giros más hermosos de la jerga mexicana: dizque, cabrones culeros, pinche cabrón, güera, escuincle y tantos más.

Cuando una cierra el libro, no puede más que coincidir con Melchor: el mundo, México, La Matosa, están de la chingada.

Temporada de huracanes, Fernanda Melchor. Random House, 2018. 222 páginas.