Desde París
La trivialidad violenta de un cruce entre policías y jóvenes en los barrios populares de las afueras de París destapó esa magna durmiente hecha de discriminación, pauperización y desigualdad. Desde el sábado 18 de marzo varias localidades en Hauts-de-Seine, una de las cinturas de la capital francesa, entraron en ebullición luego de un accidente entre el conductor de una moto y un patrullero de la policía en Villeneuve-la-Garenne. Las versiones divergen: los testigos y el joven herido en el accidente aseguran que la policía abrió la puerta del auto cuando pasaba, los policías sostienen que el hombre quiso escapar a un control de identidad.
Cada noche, desde entonces, los barrios populares de esos suburbios son el escenario de enfrentamientos entre los jóvenes y la policía, tanto más enardecidos cuanto que los videos filmados por los vecinos muestran sin la más mínima ambigüedad la violencia de que es capaz la policía. Este incidente no es una excepción: los suburbios de Lyon, Estrasburgo, Niza Toulouse (regiones del centro, norte y sur de Francia) viven desde el confinamiento episodios similares. Pobreza, racismo, exclusión social y represión policial han sido y son parte de esa mezcla desproporcionada entre país rico y país desigual.
Prueba de ese tratamiento de geometría punitiva es lo que ha ocurrido en Niza. El presidente de la región Provenza-Alpes-Costa Azul, Christian Estrosi (derecha) decretó un toque de queda a partir de las 8 de la noche que se aplica exclusivamente en los barrios populares. La decisión fue impugnada, la justicia la validó pero ahora la Liga de Derechos Humanos se apresta a interponer un recurso ante el Consejo de Estado. La Liga denuncia el carácter “punitivo” de la medida y su claro alcance discriminatorio. Estrosi justificó el toque de queda por la cantidad de personas que, de noche, no respetan el confinamiento y el ruido y las molestias que ocasionan a los vecinos.
La precariedad que se extiende en esas zonas populares explica en mucho la indisciplina que puede constatarse en ciertos momentos. El mundo popular, en Francia, está bajo permanente sospecha. Las escenas que se ven en París suelen ser alucinantes. Dos matrimonios en la calle con cuatro hijos blancos jugando arranca una sonrisa tierna. Cincuenta metros más adelante, tres jóvenes de origen inmigrante recostados sobre un muro terminan controlados por la policía. Y, sin embargo, es precisamente de esos barrios de donde provienen quienes fueron llamados los “invisibles” (término en si mismo de una barbarie social infinita), es decir, las trabajadoras y trabajadores que cada día hacen funcionar lo que queda del sistema: las cajas de los supermercados, las panaderías, los repartidores, los camioneros, etc, etc, etc. Los barrios populares suministran el mayor volumen de esos soldados sociales, pero continúan bajo las mismas condiciones que hace 15 años. En 2005, un incidente entre jóvenes y policías y una frase del ex presidente Nicolas Sarkozy desató el más impresionante levantamiento de los barrios populares que haya conocido Francia.
“Aquí, a parte de los burgueses que ocupan con su guita el barrio y nos van desalojando a fuerza de euros y de hacer subir el precio del metro cuadrado, no hay nada nuevo”, cuenta Hamed, un vecino de la zona más popular del distrito 10 de París.
Insalubridad, espacios de tortura donde residen familias numerosas, agujeros enormes en la presencia del Estado y los servicios públicos, falta de fuentes de trabajo, desempleo, discriminación y presencia policial masiva son la identidad explosiva de esas regiones. El confinamiento vino a multiplicar por diez un contexto muy denso donde jóvenes y policías alimentan día día un odio mutuo. Los primeros se sienten discriminados y perseguidos, objeto de una injusticia sistemática, los segundos no respetados, ni ellos como autoridad ni las reglas fijadas para convivir.
La mecánica es como una mirada hacia el pasado que muestra permanentemente el futuro: un roce con las fuerzas del orden y los jóvenes, denuncias y videos en las redes sociales y violencia inmediata con incendio de las paradas de colectivos, de autos, las escuelas, los basureros, cócteles molotov y piedras contra los patrulleros y desembarco de más policías. Eso ocurrió el sábado en Villeneuve-la-Garenne y continuará encarnándose en los suburbios pobres más allá del confinamiento. Zakaria Sekkafi, mediador social en Villeneuve-la-Garenne, cuenta que en estas zonas es tal “la profundidad de la sensación de injusticia y segregación que con apenas una chispa se puede inflamar toda la soledad social que llevan adentro”.