A Daniel Defoe, escritor inglés del siglo 18, se lo conoce fundamentalmente por dos obras: La vida y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe y Diario del año de la peste. Un elemento en común anuda ambas obras: la soledad, el aislamiento o el exilio del ser hablante confrontado con la contingencia que irrumpe súbitamente. La epidemia global actual irrumpió sin ley que la ordene, impredecible, temible, amenazante en su potencial de matar. El reto que introdujo la expansión pandémica ha hecho contradecir los comités de expertos científicos, dudar a los gobiernos en sus cambiantes y diferentes políticas, colapsar los recursos sanitarios. Definitivamente el Otro llamado a responder se revela incompleto e inconsistente. Esta imposibilidad de simbolizar, de formalizar una respuesta es lo que en psicoanálisis llamamos lo real. Este real desprovisto de sentido ha impuesto aislamiento, distancia social y cierre de fronteras. Cada uno de nosotros depende del accionar de los otros. Este encierro que entristece, enoja, y angustia, agudizado con la confrontación diaria con los medios que nos proveen el cifrado de contagiados, muertos y recuperados, como el libro de Primo Levi Los hundidos y los Salvados, es la contracara de la sociedad hasta aquí globalizada. Aislamiento que hace emerger como respuesta en algunos sujetos lo más extraño anidado en los más íntimo de cada uno, aquello que no se presta al cálculo ni es localizable, la segregación. Asistimos diariamente al agradecimiento del personal sanitario que en muchos casos luego se transforma en mensajes intimidatorios para que se alejen del edificio por ser “peligrosos e infectos”, intimidación a extranjeros responsables del “virus chino” como el presidente Donald Trump lo presentó a la opinión pública. Como bien expresa mi colega y querida Carmen González Táboas en Coronavirus-La ley de la naturaleza y lo real sin ley, “Y lo real sin ley es el tiempo humano no simbolizable, es la amenaza que vuelve extraño al propio cuerpo, es -la soledad del ser hablante en un tiempo colectivo extrañamente familiar-, es otro espacio que se introduce en el espacio métrico y cúbico en el que nos confinamos. Es lo que infla los fantasmas individuales y colectivos, lo que pone en movimiento la religión del sentido”.

El sentido en los que creen que Dios nos castiga desde el Cielo o como se mencionó más arriba al extranjero como único responsable y culpable de nuestros males.

En Diario del Año de la Peste, Defoe escribe: “El espíritu de contradicción y pelea, de difamación y vituperación, que ya antes había sido el perturbador de la paz de la nación no cesó al mismo tiempo que la infección y no fue por cierto el menor de nuestros infortunios”.

Como Jacques Lacan nos enseñó, los artistas nos preceden con sus creaciones y comprometió a los psicoanalistas a la fascinante tarea de unir nuestro horizonte con la subjetividad de la época, ubicando lo real imposible de escribirse que retorna por estructura al mismo lugar.

*Miembro de la EOL y AMP. Ex Director de la EOL Sección Rosario