¿El cine comercial argentino empieza a respetar al espectador argentino? Sucedió el año pasado con Inseparables, una comedia definitivamente de fórmula, en la que sin embargo (casi) todo funcionaba como si no lo fuera, y vuelve a suceder ahora –mucho más– con Casi leyendas, en la que las fórmulas aparecen más disueltas. Casi leyendas es el opus 2 de Gabriel Nesci, que después de formarse en televisión en Todos contra Juan cinco años atrás debutó en cine con Días de vinilo, una de esas comedias de amigos en la que todo encajaba más como un Rasti que aquí. Otra comedia de amigos son los amigos con varones protagónicos, en Casi leyendas las chicas cumplen roles poco más que funcionales. Pero hay un arma secreta, de esas capaces de lanzar cualquier comedia a la estratosfera: el español Santiago Segura, en su primera actuación en el cine argentino (volverá a aparecer, presumiblemente en rol dramático, en Las grietas de Jara, actualmente en rodaje).
De modo clásico, Nesci, autor del guión, presenta a sus tres protagonistas por separado y una vez que los tiene definidos los junta. A cargo de un padre en estado vegetativo, Axel (Segura) repara computadoras en una oficina madrileña por las noches, lejos del mundo y con la única compañía de sus manías. Profesor de Biología en un colegio secundario, la reciente viudez ha arrasado a Javier (Diego Peretti), que presenta un aspecto como insomne, quedándose dormido en medio de las clases y soportando las bromas crueles de sus alumnos. Abogado pagado de sí mismo, Lucas (Diego Torres) es el típico ganador que tiene engañada a su amante con una próxima mudanza juntos, y que de la noche a la mañana se quedará en la calle cuando la chica, despechada, denuncie la parte con la que se quedó de una sociedad offshore. Es en ese punto que Alex se aparece en Buenos Aires, con la idea de retomar Auto-Reverse, el grupo que los tres tuvieron en los 90, para presentarse en un concurso organizado por una radio.
Javier está lleno de problemas (a su condición de viudo hay que sumarle que la relación con su hijo atraviesa un momento muy bajo), mientras que Lucas no está habituado a ellos. Entre esos polos opuestos funciona Axel, que aunque no se diga explícitamente sufre de algo así como síndrome de Asperger. Tiene compulsión por arreglar cosas, hasta el punto de que la primera noche que pasa en lo de Javier (porque no tiene dónde dormir) la invierte enteramente en acomodarle toda la casa. Es virgen y no puede evitar dar información que nadie quiere oír. Como que cada vez que se ducha se masturba, por ejemplo. Cosa que no hace feliz al dueño de casa. No tiene mucha idea de lo que pasa a su alrededor: compone un tema en homenaje a los daltónicos, al que pone de título “Odio a los negros”. Y dice invariablemente la verdad. Cuando reencuentran a Abril (Claudia Fontán), una antigua groupie que actualmente maneja un centro cultural, que por culpa de un accidente anda en silla de ruedas y a la que Axel siempre le tuvo ganas, le pregunta si su vagina funciona bien. Axel es, en definitiva, el “tiro al aire”, típico personaje de comedia grupal, que en la serie Seinfeld era Kramer, en Friends Phoebe y en That 70’s Show, Fez.
Mientras la trama es guiada por el clásico show que los protagonistas deben preparar y que representará su comeback, a su alrededor orbitan dos clases de personajes: los que encarnan los intereses amorosos (Abril con Axel, la Sol de Florencia Bertotti con Lucas) y los proveedores de comicidad: la hija de Abril (Uma Salduende), típica nena avispada y un poco pasada de revoluciones, Fernán Mirás como abogado aún más chanta que el propio Lucas, que es su cliente, y Rafael Spregelburd como policía rutero cocainómano. Un personaje, el de Tomás, hijo de Javier (Leandro Juárez, excelente), protagoniza la veta dramática de la película, ya que su vida aparece demasiado teñida de muerte y requerirá de un rescate. Pero todo este esquema importaría poco si no fluyera ni tuviera gracia. Y fluye, y tiene gracia.