Ambientada en la Viena de 1886, la serie Freud nos presenta a un joven Sigmund Freud, que acaba de cumplir sus treinta años y todavía está muy lejos de ser la figura consagrada que hoy conocemos. Tratando de labrarse un lugar profesional, debe lidiar con la incomprensión médica de la época y con la complejidad de lo que sería su gran descubrimiento: el inconsciente. En ese contexto, la trama propone un nuevo obstáculo: confrontar al padre del psicoanálisis con una serie de misteriosos crímenes, que deberá develar junto a una médium y a un veterano de guerra. El actor austríaco Robert Finster encarna a Sigmund Freud, sumándose así a la treintena que ya lo había protagonizado en la pantalla, entre ellos, Montgomery Clift, Curd Jurgens, Max von Sydow, Viggo Mortensen y Bruno Ganz. ¿Podrá el gusto de escuchar al Unbebuste en su lengua original compensar las escandalosas licencias del guión?
En 2019 se estrenó el film Freud en el cine: de lo sublime a lo ridículo, un ensayo cinematográfico de Eduardo Laso y Juan Jorge Michel Fariña, resultado de un trabajo de investigación que compilaba y comentaba la totalidad de los films y series de televisión en los que Sigmund Freud aparecía como personaje en la pantalla. Desde la primera película, Freud, pasión secreta, de John Huston en 1962, con Montgomery Clift en el rol protagónico, hasta las producciones más recientes de Netflix, se presentaban los diversos modos en que Freud era retratado: desde héroe intelectual, paladín de la verdad, hasta neurótico obsesionado por el sexo. O desde ambicioso obcecado con sus propias ideas, a detective de lo inconsciente.
Ocurre que los retratos de Freud en el cine a lo largo del tiempo no están desligados del lugar que el psicoanálisis ocupaba en la cultura y a las formas de resistencia que se manifestaban en cada época. Así, los retratos cinematográficos sobre Freud fueron virando, desde un trato respetuoso, aunque romántico y poco riguroso, durante los años 60 y 70, hacia representaciones satíricas, absurdas o directamente detractoras en los años 80 y 90, acompañando el avance de una pretendida crítica a los tratamientos psicoanalíticos en favor de la psicofarmacología, el cognitivismo y las neurociencias.
En el epílogo de aquel ensayo cinematográfico sobre Freud, nos preguntábamos qué nuevos retratos del padre del psicoanálisis nos depararía el cine: sabíamos que estaba por estrenarse El vendedor de tabaco, de Nikolaus Leytner, ambientado en la Viena posterior a la ocupación nazi, y una miniserie de Netflix llamada escuetamente Freud, que anticipaba ser un thriller que transcurre en los inicios profesionales del padre del psicoanálisis.
Este año ambos filmes se estrenaron y se despejaron las incertidumbres. A diferencia de El vendedor de tabaco, cuya trama es relativamente previsible, la miniserie de Netflix Freud aporta una novedad. Se trata de un paso más en cuanto a la representación de Freud en el cine. Si hasta ahora Freud había sido recreado en versiones que iban de lo sublime a lo ridículo, pero ancladas siempre en pasajes de su vida y obra, la serie en cambio se toma la libertad de inventar un Freud. El personaje cinematográfico, que había nacido con el digno film de Huston, es dispensado por Netflix de toda fidelidad a la historia y a la teoría. Quedan el nombre propio, la ambientación en la Viena finisecular, y unas pocas referencias al Freud que existió. Vemos en cambio a un joven Freud inmerso en un thriller gótico de época, en escenarios sórdidos, más propios de las aventuras de Sherlock Holmes que de una narrativa sobre el psicoanálisis.
La serie amaga con retratar al joven neurólogo que ha regresado de su formación con Charcot en la Salpetrière de París. Pero rápidamente se aleja de ese relato, para construir un personaje del que Freud es apenas la excusa. La primera escena de la serie resulta emblemática de lo que vendrá luego. Vemos a Freud hipnotizando a una mujer mayor que padecería de mudez histérica debida a un trauma vivido en el pasado, cuando su hija murió atropellada por un carruaje. Sólo que rápidamente se nos revela que todo es una farsa: la mujer es en realidad la empleada doméstica de su casa y la representación es un ensayo con vistas a un ateneo en el que Freud deberá convencer al auditorio del hospital sobre las virtudes terapéuticas de la hipnosis. Freud es presentado, así, como un simulador, embustero y ambicioso. Lo cual es doblemente falso: Freud nunca hizo este tipo de presentaciones con hipnosis propias de Charcot, y por cierto jamás intentó embaucar a sus colegas.
De allí en más, el relato se interna en una trama rocambolesca que no ahorra asesinatos, crueldades y vejaciones. A Freud lo vemos consumiendo cocaína casi permanentemente, en un estado semialucinado, asociado con una médium y un policía traumado por la guerra, buscando descubrir un asesino y desbaratar un complot. La hipnosis, omnipresente a lo largo de los ocho episodios, es elevada a un poder mágico capaz de doblegar la voluntad de casi cualquiera. Salvo el propio Freud, que deviene una vez más detective, debiendo lidiar con asesinatos crueles y absurdos. Como agravante, se lo ve recurriendo para ello a la hipnosis, que en la serie tendría virtudes mánticas, anticipatorias y más propias de la magia que de una mera técnica de sugestión.
Es interesante que Netflix haya cubierto con solvencia todos los rubros de una buena producción, con excelente fotografía, música, ambientaciones, y actuaciones destacables. Incluso los títulos de los episodios, evocan acertadamente topos del psicoanálisis: Histeria, Trauma, Catarsis, Pulsión, Regresión, Represión, pero al servicio de un relato que no tiene nada para decir sobre Freud y el psicoanálisis. Irónicamente, en una serie que lleva su nombre, Freud, como lo muestra el busto en granito de la introducción, es un convidado de piedra.
*Juan Jorge Michel Fariña es Psicólogo, Profesor titular de Psicología, Etica y Derechos Humanos de la Facultad de Psicología de la UBA y Prof. Titular del posgrado Cine y Subjetividad, que integra la currícula de la Maestría en Psicoanálisis de la UBA. Eduardo Laso es Psicólogo y docente en ambos espacios con Fariña.