El comienzo de Répertoire des villes disparues (Repertorio de pueblos desaparecidos) es seco y trágico: un automóvil gira a toda velocidad sobre una ruta cubierta de hielo y choca frontalmente contra unos bloques de cemento. Su conductor, un joven habitante de un pequeño pueblo canadiense llamado Irénée-les-Neiges, muere al instante y las doscientas almas restantes del lugar entran en duelo. Pero en el largometraje número once del realizador quebequés Denis Côté –estrenado en la Berlinale y exhibido el año pasado en el Bafici, festival que el realizador visitó en no menos de cinco ocasiones– esa situación de base no provoca un drama psicológico o social arquetípico sino una situación completamente irreal: pocos días después de su muerte, el muchacho y otros ciudadanos fallecidos recientemente o en épocas remotas comienzan a aparecer nuevamente en el pueblo, caminando por las calles que solían habitar sin pedir permiso. El título mundial en inglés de la película, Ghost Town Anthology (ver crítica aparte), referencia directamente tanto el tono fantasmal del relato como el concepto de pueblo fantasma, y su estreno en la plataforma Mubi es una excelente oportunidad para acercarse a uno de los cineastas canadienses más prolíficos y creativos de los últimos tres lustros, cuyas películas –Bestiario, Vic y Flo vieron un oso, Curling y la reciente Wilcox, entre muchas otras– han recorrido una gran cantidad de festivales internacionales, cosechando elogios y premios.

Desde Montreal, donde se encuentra transitando una cuarentena no demasiado diferente a la nuestra, Côté reflexiona en comunicación exclusiva con Página/12 respecto de la situación mundial. “Creo que la película es una suerte de eco de la situación que estamos viviendo. Siempre hago films con personajes que están un poco fuera del mundo, de la sociedad. Personajes que crean su propio sistema, su propio gobierno íntimo, que obedecen sus propias reglas y rutinas. Todo esta situación me concierne, desde luego, y no soy diferente a los demás. Comparto muchas de las ansiedades de la gente pero, de alguna manera, creo que soy un poco como los personajes que construyo en las películas. Vivo solo, no me siento parte de una comunidad y veo todo como si no fuera parte de ella, como si estuviera fuera de la situación. Es reconfortante y atemorizante al mismo tiempo. Sigo con mi vida, con mis rutinas, y trato de atravesar esto sintiendo que estoy por afuera. ¿Conocen a un buen psiquiatra?”.

-¿Cuál fue la chispa de ignición que encendió la primera idea sobre la película? ¿Es cierto que está basada en un libro?

-Répertoire des villes disparues fue el primer libro publicado por la escritora Laurence Olivier. Yo tenía en la cabeza una historia ligada al concepto de xenofobia y también estaba explorando las diversas maneras en las que podía acercarme al género de horror. De forma casual, alguien me propuso que leyera el libro de Laurence y fue obvio que había similitudes con mis ideas. El libro cuenta la historia fragmentada de diferentes habitantes de un pequeño pueblo, todos ellos luchando con la comunicación luego de que un adolescente se suicida. Laurence no escribió el guion conmigo y no diría que se trata de una adaptación fiel, pero el film es cercano a su espíritu. Con su permiso, conservé el título del texto y, aparentemente, ella está satisfecha con mis invenciones y con el resultado final.

-En su obra previa ya había incluido algunos elementos fantásticos, pero esta es la primera vez que los utiliza de manera abierta. ¿Cuáles fueron las razones que lo llevaron a hacerlo? Al mismo tiempo, Répertoire… no es una película de género en los términos usuales. ¿Fue difícil encontrar un equilibrio narrativo entre la historia, las metáforas y las referencias genéricas?

-Luego de Curling (2010) y más aún después de Vic y Flo vieron un oso (2013) muchas personas me recordaron que durante mis años de adolescencia era una especie de enciclopedia del cine de terror con piernas. Fueron ellos quienes me convencieron, lentamente, de que debía asumir mis raíces y tratar de hacer mi propia película de terror, en mis términos. Como cinéfilo alérgico a las convenciones, no me interesaba hacer una nueva película de zombis, la número 897. El principal interés era narrar una historia sobre el miedo como concepto, utilizando una pequeña comunidad en pleno invierno quebequense. No me interesaban los sustos baratos, el gore, el maquillaje o las convenciones del horror de clase B. Sabía que tenía diez personajes centrales con los cuales debía lidiar para crear algo más sutil, lento. Algo que reptara en la cabeza del espectador, como un insecto lento.

-El pueblo de Irénée-les-Neiges en el cual transcurre la acción, ¿está basado en algún lugar real de Canadá? ¿Qué es lo que le interesa de las áreas rurales, muy presentes en su filmografía?

-Irénée-les-Neiges es un nombre creado para la historia. En realidad, la película fue filmada en tres pueblitos rurales ubicados a unos cuarenta quilómetros de Montreal. En febrero y marzo, el invierno ya no parece demasiado romántico en esos sitios. Ya lleva tres o cuatro meses de vida y usualmente estamos cansados y deprimidos. El paisaje es gris, amarronado y con hielo viejo que parece que nunca va a derretirse. No necesito mirar demasiado lejos para encontrar esas tierras de nadie, donde la sensación es cercana a la del fin del mundo. He hecho todas mis películas fuera de Montreal porque soy una persona muy urbana y no encuentro inspiración en las cosas que conozco demasiado bien. Para mí, el ambiente del campo está lleno de sorpresas porque nunca voy a esos lugares. No tengo auto ni licencia de conducir. Me resulta más sencillo inventar historias misteriosas que ocurren en el campo. Siempre filmo cosas de las cuales no sé mucho; eso mantiene mis ojos y mi cámara en estado de fascinación.

-¿Cómo fue el proceso de selección de los actores y actrices? ¿Se trata de no profesionales?

-Jaja. Supongo que todo el reparto tiene el aspecto de venir de algún lugar llamado “Pueblo de Ningún Lado”, pero son todos profesionales. En realidad, se trata del mejor grupo con el cual he podido trabajar en toda mi carrera. No tanto para un espectador extranjero, pero para nuestra industria local, el casting de la película es sorprendente y muy inusual. El actor que interpreta al padre es un comediante de stand-up muy famoso en Quebec. La alcaldesa fue interpretada por una actriz increíble y muy conocida, mientras que los otros personajes fueron encarnados por caras nuevas. Me encanta crear repartos imposibles en mis películas, gente con rostros fuertes y presencias algo extrañas. Tengo suerte con mi reputación de ser un director original, con ideas que no siempre se comprenden al leer los guiones e incluso después de ver las películas. Así que los actores siempre están un poco asustados e intrigados cuando llega la hora de trabajar. Tiendo a dar muchas directivas y no doy mucha libertad. Trato de explicar todo lo que quiero. Algunos actores lo comprenden, otros simplemente ejecutan las acciones, pero no hay conflictos. Siempre he tenido una relación de amor/odio con los actores, ya que he dirigido muchas películas con no profesionales. Pero este proyecto en particular fue un verdadero placer.

-La película fue filmada en 16mm, lo cual le aporta un aspecto muy particular. ¿Podría describir las ideas y procesos visuales y cómo fue la colaboración con el director de fotografía?

-Este fue mi segundo film con François Messier-Rheault; luego hicimos otro llamado Wilcox. François trabaja constantemente en la televisión y es genial tenerlo al lado porque me da mucha seguridad. Para Répertoire… nos preguntamos qué podíamos hacer para dar la impresión de que todo está a punto de desaparecer. Hablamos de la posibilidad de usar Super VHS y también Super8, pero finalmente optamos por un 16mm granuloso y sin limpiar. La mayor parte de la película fue filmada con luz natural y todo fue desaturado más tarde en posproducción. Lo que buscamos fue algo absolutamente poco espectacular.

-Además del aspecto visual, es muy interesante la mezcla de sonido, con la presencia de esos ruidos particulares y amenazantes.

-La película tiene sus buenas dosis de sonidos ambiente extraños. Utilizamos todo el catálogo de vientos invernales. Con los años comencé a darle mucha importancia al sonido, porque creo que le aporta mucho a la percepción y a la recepción inconsciente de una película. Pero tal vez te estés refiriendo a ese extraño sonido chirriante que se escucha varias veces. Podría ser parte de la banda de sonido, de la música, pero no lo es. Mientras editábamos, hallamos algo en un compilado de sonidos: la puerta de un matadero abandonado de algún lugar de Wisconsin, en los Estados Unidos, que se golpeaba por el viento. Esa era la descripción de ese particular sonido. Lo enlentecimos, le hicimos algunos cambios de tono y al final lo usamos de diversas maneras. Parece un sonido llegado del espacio exterior.

-¿Hay alguna referencia o influencia puntual que lo haya guiado a la hora de pensar la película?

-He hecho tantas películas y trabajo tan rápido que, en algún punto, ya no tengo referencias conscientes. Confío en mi voz y en mi experiencia. Al mismo tiempo, por supuesto, sigo considerándome un cinéfilo y en este caso tuve en mente una película en particular: ¿Quién puede matar a un niño?, de Narciso Ibáñez Serrador. Cuando era (demasiado) chico la vi un millón de veces en la tele y, de alguna forma, se quedó adentro mío; esa lentitud, la atmósfera, la locura. Sé que la referencia no es visible u obvia, pero fue una compañera durante el proceso. Por otro lado, me ponía muy nervioso el hecho de no tener un personaje principal, que fuera un film coral. Así que volví a ver un montón de películas de Robert Altman. Hay otra película que me obsesiona, Pánico en la ciudad de los muertos vivientes, de Lucio Fulci. Me gusta la idea simple, estúpida e ilógica de que un sacerdote se ahorque y entonces se abren las puertas del infierno. En mi película, hice lo mismo: hay un accidente automovilístico y, a partir de ese momento, comienzan a ocurrir cosas extrañas.

Una escena de

-¿Diría que la película es una continuación o una desviación respecto de sus creaciones previas?

 

-Esa es una pregunta esencial y que mete miedo porque los realizadores nunca sabemos si nuestra carrera evoluciona o simplemente continúa. Es terrible cuando la gente te dice que tu mejor película tiene diez años. Creo que con Répertoire… encontré una nueva madurez, pero voy a dejar que los espectadores y los críticos definan esa posibilidad. Soy consciente de que muchas de mis primeras películas eran formalmente más austeras. Todo estaba híper preparado y los actores tenían que actuar de manera muy precisa. Creo que mi cine comenzó a ser menos “autoritario” desde A Skin So Soft (2017) y realmente estoy muy contento con la libertad de mi última película, Wilcox. Me parece que es un cine menos “doloroso” de hacer. Puede que haya encontrado una manera esencial de expresarme sin que ello sea doloroso y austero. Tal vez sea algo que estoy aprendiendo, lentamente.