Ghost Town Anthology 8 puntos
Répertoire des villes disparues, Canadá, 2019.
Dirección: Denis Côté.
Guion: Denis Côté, basado en una novela de Laurence Olivier.
Fotografía: François Messier-Rheault.
Intérpretes: Robert Naylor, Josée Deschênes, Rémi Goulet, Diane Lavallée, Hubert Proulx, Rachel Graton, Normand Carrière, Jocelyne Zucco, Jean-Michel Anctil, Larissa Corriveau.
Duración: 97 minutos.
Estreno en la plataforma Mubi, hasta el 18 de mayo. Con subtítulos en castellano.
La ficción más reciente de ese habitué del Bafici que es el canadiense Denis Côté, Repertorio de pueblos desaparecidos o Ghost Town Anthology (el título bajo el cual llega en estreno a la plataforma Mubi), es un film abierto en muchos sentidos. En principio, porque transcurre en gran parte en exteriores inconmensurables, grises, siempre nevados; en el paisaje vacío y desolador de un pequeñísimo pueblo de la provincia de Quebec, donde ya casi no quedan habitantes. Y los pocos que quedan se matan de golpe, como ese muchacho que en la primera, inquietante escena de la película estrella deliberadamente su auto, provocando no sólo luto sino desconcierto e incomprensión en su familia y en el pueblo todo, a partir de allí sumido en un estado de trauma.
Pero la nueva película del director de Curling y Vic + Flo vieron un oso es abierta también porque se presta a múltiples interpretaciones, o “se puede entrar por distintas puertas”, como reconoció el propio Côté en la Berlinale 2019, donde participó de la competencia oficial por el Oso de Oro. Definitivamente, Répertoire des villes disparues no es un film de terror -de género– en el sentido estricto del término, pero sí fantástico. ¿Qué son sino espectros, apariciones, fantasmas esas figuras que poco a poco, muy sutilmente, comienzan a apoderarse del paisaje, a poblarlo nuevamente, aunque más no sea de manera silenciosa y fugaz?
“No se preocupen, hasta ahora no le han hecho daño a nadie”, dice la alcaldesa de la localidad (estupenda Diane Lavallée), que se niega a recibir ayuda exterior ya desde el comienzo mismo del film, cuando a partir de esa muerte tan traumática llega una psicoterapeuta –de origen musulmán, para colmo— desde la gran ciudad. Ese obstinado aislamiento, esa empecinada cerrazón parece aludir no sólo al típico ensimismamiento de pueblo chico sino que tendría que ver también –¿por qué no?- con una comunidad como la québécoise, sitiada por el imperialismo lingüístico del Canadá angloparlante y de su vecino los Estados Unidos.
Esas figuras, esos “extraños” como llaman en el pueblo a sus muertos vivos, aparentemente son vecinos y parientes fallecidos en la región. Pero la deliberada fotografía granulosa del 16mm con que Côté (ver entrevista aparte) rodó su película hace de ellos apenas sombras, siluetas, aunque a la vez siempre muy reales por cierto. Y por lo tanto representan una amenaza latente, una otredad de la que –hoy, covid-19 mediante, más que nunca-- casi todas las sociedades del mundo, ganadas por el miedo y la xenofobia, recelan y desconfían.
Ese “afuera” está construido de manera sencilla pero a la vez magistral por Côté con esa herramienta tan clásica y esencial del cine que es el denominado “fuera de campo”. En una película eminentemente coral, que en apenas 97 minutos le va dando lugar a todos y cada uno de sus muchos personajes, hay sin embargo un mundo por afuera de ellos al que el film alude con pequeños, significativos, constantes detalles de puesta en escena. Aquí no hacen falta efectos especiales ni maquillajes truculentos sino apenas la precisa ubicación de la cámara, la meditada proporción y duración de cada plano para provocar un escalofrío.
Aunque nunca es explícito, si hubiera que pensar en el “tema” de Ghost Town Anthology se diría que es el duelo, “la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción equivalente”, según Freud. En el film de Côté está primero, por supuesto, el duelo –o la dificultad para elaborarlo— por parte de los padres y el hermano del muchacho muerto. Pero poco a poco se diría que aquello que se va manifestando es que hay muchos duelos no elaborados en ese pueblito de apenas 215 almas, donde nadie –empezando por la alcaldesa, máxima representante de la comunidad-- parece haber salido nunca de la primera etapa, que es la de la negación. O a lo sumo la segunda, que es la de la indiferencia o la ira. Y el pertinente proceso de ese duelo es el que esos “fantasmas” vendrían ahora a reclamar.