En la última edición del Cosquín Rock, Los Pericos celebraron sus treinta años de actividad ininterrumpida con una propuesta inusual, no sólo en la historia del evento, sino en la suya propia. Con habilidad para encarar espectáculos temáticos –demostrada el año pasado en el festival Ciudad Emergente, donde llevó adelante un tributo a David Bowie–, la banda pionera del reggae en la Argentina se adueñó del Escenario Alternativo durante los tres días del festival y segmentó su repertorio por décadas. Así, la primera fecha de la tríada de shows estaba dedicada a alternar sus clásicos iniciales con esos viejos (y maravillosos) temas relegados al baúl de los recuerdos. Si hasta tuvieron que traer al aeródromo de la localidad cordobesa de Santa María de Punilla el teclado con el que grabaron al menos sus dos primeros discos, devenido en objeto vintage.... Así que, poco antes de que cayera la calurosa tarde, el público, proveniente de diversas tribus musicales y diferentes puntos del país, colmó esa carpa naranja para lo que iba a ser una gran fiesta.
Lo que nadie suponía era que la adversidad podía jugarle a favor a esta ceremonia. Y es que, apenas arrancado el recital, los problemas técnicos comenzaron a mermar en el show, al punto de que algunas canciones luego del inicio, en medio de “Fronteras en América”, el escenario se quedó sin energía. Pero antes que quejarse, putear o bardear, el público retomó el tramo percusivo del tema y arengó a los Pericos, cuyos integrantes, pese a que el desconcierto estaba a punto de embargarlos, no dudaron en mimetizarse con el festejo que venía desde abajo. Si bien esto mismo sucedió un par de veces más a lo largo de su performance, ese carisma interactivo se tornó en el aliciente que ocasionó que los dos siguientes días de la festividad, que tuvo como invitados a Andrés Ciro, Rolo de La Beriso, Juanse, Attaque 77, Alejandro Kurz de El Bordo y Corvata de Carajo, colapsara de gente. Esto coronó la propuesta cumpleañera como uno de los aciertos del Cosquín Rock y al grupo como uno de los puntos más altos del festival.
Y no debería sorprender, porque los Pericos, por más que hayan tenido épocas más fuertes que otras, nunca dejaron de ser consecuentes con su impronta y tenacidad. Eso lo evidencia su más reciente álbum, Soundamérica, editado en 2016, y que seguirán presentando mañana a las 21 en el teatro Gran Rivadavia (Av. Rivadavia 8636). “Todo lo que implicaba el cambio, que la gente se adapte y seguir adelante tras la salida de un cantante con un perfil alto, por ahí lo vivís con relax, así como aceptás todo lo que diga la gente. Es difícil de competir contra tu propia carrera”, explica Juanchi Bailerón, cantante y guitarrista de la banda. El otro violero, Guillermo “Willy” Valentinis –en la nota también participan el baterista Ariel “Topo” Raiman y el percusionista Marcelo Blanco– agrega: “Cuando sacamos el segundo disco, hubo público que se quejó porque no hubo otro ‘El ritual de la banana’. Uno cree que todo sigue siendo lo mismo y no es así. Hay que ser fiel a uno mismo”.
–Soundamérica es su primer álbum de canciones nuevas en ocho años. ¿Por qué se tomaron tanto tiempo para hacerlo?
Willy Valentinis: –En el medio estuvo Pericos & Friends (2010), que duró dos años para hacerlo y tuvo un éxito inesperado para nosotros. También tenemos un repertorio clásico que no nos apura y los tiempos de un grupo son sagrados. Soundamérica fue un proceso creativo y lindo que surgió en nuestra sala, y los últimos dos años le metimos pilas para terminarlo. Teníamos cincuenta protoideas que terminaron en estas trece canciones. Este disco encuentra al grupo en un momento muy maduro.
Juanchi Baleirón: –Nos jugó a favor este tiempo porque decantó bien lo que tenía que estar en el disco. Si bien eso no se ve, los años jugaron a favor en la selección de las canciones. Además, esta vez decidimos que la música fuera de todos, por lo que la composición fue colectiva, y era algo que nunca habíamos hecho.
–El título es medio engañoso porque supone un concepto que apunta a la búsqueda o hibridación con diferentes sonidos de América latina, y el resultado está lejos de eso. ¿Por qué lo llamaron así?
Topo Raiman: –Nunca pretendimos abarcar los folklores de la región, nada que ver. El nombre denota que somos de Sudamérica. Lo mismo que sucedió con Pampas reggae, que advertía que somos de acá.
J. B.: –Tampoco nos molestaba que hubiera una contradicción o confusión con respecto al concepto. Más que aires latinoamericanos, hay Pericos maduros.
–Sin embargo, éste es uno de sus discos más reggae. ¿Era la idea?
T. R.: –Si bien hay mucho de reggae en nuestra propuesta, siento que tenemos nuestro estilo. A veces sale más rockero y en ocasiones va hacia otro lado.
W. V.: –El objetivo es que la canción esté buena y el reggae nos permite componer lo que queremos. Se nos hace fácil. Así que algunas cosas mutan en otras, pero arrancan de una base reggae.
J. B.: –Decantamos en sonoridades reggaeras con naturalidad. Aunque ya experimentamos con muchas formas, hay algo del reggae de lo que no podemos escapar. Quizá no en todo el disco: a veces luchamos y lo logramos. Y a veces el reggae nos gana.
–Ciertamente, este trabajo potencia la experimentación con el reggae, según el manual de la banda, pero el contexto es diferente. ¿Cómo fue trabajarlo concienzudamente?
J. B.: –El hecho de trabajarlo en casa de Diego (Blanco, tecladista del grupo), quien fue el ingeniero, potenció el sonido Pericos. Pero no lo hicimos solamente desde un lugar evocativo, sino que apostamos por la mezcla y el volverlo a escuchar. Tiene un vuelo más rico en producción, texturas y momentos, por eso está lleno de detalles en cuanto a sonoridades, timbres y efectos. Es algo inédito en la banda y para mí era positivo para la originalidad del proceso. Ese fue un detalle importante que sumó y ayudó a redondear un criterio unificado.
–Además del rapero argentino Emanero, Carla Morrison, figura referencial del indie mexicano actual, es la otra invitada de Soundamérica. ¿Por qué los eligieron?
T. R.: –A Carla la conocimos en un festival mexicano y nuestra manager nos sugirió que le prestáramos atención. Luego de eso, la llamamos y la invitamos a que cantara el tema “Anónimos”.
W. V.: –A Emanero le dimos un lado B que siempre pensamos que tenía que cantarlo un rapero. Era un hueco en la canción. Juanchi lo conocía y lo probamos porque tiene un flow especial. Es un mix rarísimo cómo mete las palabras. A él le dijimos que escribiera lo que quisiera, mientras que a Carla le pasamos la letra. Cuando arrancamos, más que el reggae los que estábamos de moda éramos nosotros, pero a principios de los 2000 el género vio su impulso. Y al hip hop creo que le va a pasar lo mismo. Emanero será una de esas puntas.
–Al igual que está pasando con el hip hop, al reggae de acá se lo argentinizó, por lo que el groove tuvo una traducción local un tanto particular. ¿No les parece que hay una gran diferencia entre adaptar un estilo y nacionalizarlo?
T. R.: –Hay tradición. Si vos escuchás a los bluseros argentinos, hacen un estilo argentino; igual que con el heavy. Lo comparo un poco con lo que hicieron los ingleses.
J. B.: –Inclusive hay bandas de reggae que no tienen tanto groove. Es reloco como la Argentina absorbe muchas cosas y las devuelve. Tenemos creatividad y vanguardia, pero groove hay poco.
W. V.: –Somos los Strangers Things del reggae (risas). Más allá de los géneros, lo bueno de Soundamérica son las canciones.
–La apuesta de la canción por encima de todo los llevó a recibir críticas lapidarias en ciertos momentos de su trayectoria. ¿Cómo conviven con ellas en esta época?
T. R.: –Cuando algo nos gusta, nos gusta. Y nos gusta lo que estamos haciendo. Hubo momentos de nuestra vida en los que tuvimos cero éxito y seguimos haciendo lo que nos gustaba. Antes de que saliera Rab A Dab Stail (1990), estábamos olvidados por el mundo, pero creíamos que ése era el camino.
J. B.: –Esa época fue especial porque éramos los mismos miembros de la banda, que vivimos el éxito del primer disco, y en dos años desaparecimos. Coincidió también con la crisis argentina del ‘89 y estábamos medio perdidos. Era difícil de entender. Estamos acostumbrados todo el tiempo a vivir las cosas de una manera extrema. Los primeros años fueron muy fuertes. De tocar para amigos, pasamos a actuar para miles de personas, y luego nos volvimos una calabaza. Pero aprendimos un montón. Vivimos en dos años lo que puede ser una carrera. Siempre tuvimos observaciones de la opinión pública. La democracia llegó en el ‘83 y en el ‘86 cantábamos en inglés, imaginate cómo nos veían. Eramos raros.
W. V.: –Big Yuyo (1992) fue nuestro renacer tras el parate y fuimos con ese disco a Jamaica. Cuando regresamos, el disco explotó. Ahí finalmente fuimos aceptados. Y Mystic Love (1998) nos dio la seriedad. Soundamérica es para mí el final de esa duda que saltó hace doce años, luego de la salida del Bahiano.
–Con 7 (2005) vivieron el advenimiento del cambio de la industria discográfica tal como se entendía. Considerando el matiz casero de su nueva producción, ¿sienten que esa transformación ya es un hecho?
T. R.: –No sé si está bien o mal, es lo que sucede. Es la evolución que Internet está dando. Y en el caso de la música, va por ese lado, no te queda otra que adaptarte. Podés hacerlo con ganas o enojado. Sacás disco y no hay disquerías. Lo mejor es convivir con esto, entenderlo, aceptarlo y poder manejarte sobre eso. Es mucho más fácil y barato producir un disco, lo que es complicado es difundirlo. Pero existe la herramienta para hacerlo.
–Luego de esto, ¿qué lugar ocupan dentro de la era digital?
W. V.: –Como dijimos antes, somos fieles a nosotros mismos, a nuestra idiosincrasia. A nosotros nos gusta componer una canción, decir cosas, hacer un disco con el que la gente se sienta identificada. El reguetonero de golpe se va a encontrar con que escuchar un disco conceptual es lo más. Primero hacé lo que te gusta y luego ves cómo llegás a la gente.
–¿Qué opinión les merece la escena musical local actual?
J. B.: –Hay mucho nuevo bueno.
T. R.: –El cambio de la industria discográfica fue tan grande que eso lo noto en los festivales. Como los artistas ganan de los shows, hay muchísimos eventos masivos en los que se les da cabida a los artistas nuevos. Al mismo tiempo, no veo tantos lugares chicos.
W. V.: –Cuando éramos adolescentes, ser rockero era de rebelde, de loco, mientras que tu padre quería que fueras médico u otra cosa. Hoy, los padres quieren que sus hijos toquen algo musical y ya son generaciones de eso. Es lo más normal del mundo, por lo que hay muchísimas más bandas que público.
–Cada disco de los Pericos estuvo signado por un momento del país o grupal. ¿Cuánto influye o se refleja la coyuntura en sus producciones?
J. B.: –No mucho. Luego de treinta años de carrera, atravesamos diferentes coyunturas: locales, internacionales o internas de la banda. Tenemos nuestro micromundo y cuando sale, sale.
–¿Cómo sacudió la muerte de Horacio Avendaño, saxofonista de la banda, en 2013, al universo Pericos? Soundamérica fue su primer disco sin él...
W. V.: –Curiosamente, nuestra sección de caños pasó a ser trompeta y trombón. No hay saxo. Sucedió sin darnos cuenta. Era una persona que se hacía notar.
J. B.: –Los Pericos somos una familia y en ella hay cosas que suceden, como las pérdidas. El deseo de Horacio hubiera sido seguir tocando. Eso lo sabemos fehacientemente porque lo conocíamos, porque lo queríamos. No había duda de que íbamos a seguir porque somos un núcleo, y vamos a vivir el duelo, la pérdida, y a evocarlo todo el tiempo. La dinámica de un grupo es muy rara porque es la unión de personas a través de la música, lo que deriva en una relación fuerte porque se transforma en familiar.