Desde Santiago.Una amiga argentina me preguntaba, hace unos días, en qué quedó el estallido social en Chile con la cuarentena producto de la covid-19. Mi respuesta fue un breve silencio, que me remeció cuando se me vinieron de golpe las imágenes y emociones desde el 18 de octubre pasado. Quedaron en nada, le respondí. En paréntesis, corregí luego.
Ya finaliza abril y el día 26 en Chile debía estar desarrollándose un proceso inédito en nuestra historia constituyente. El 26 de abril, por primera vez, los chilenos valoraríamos una Constitución. No vamos a considerar la que se hizo en dictadura sin registros electorales y con manu militari de por medio.
El 26 de abril, la ciudadanía iría a las urnas a decidir a través de dos papeletas sobre si aprobar o rechazar la redacción de una nueva Constitución. Y la elección del mecanismo que la redactaría, en caso de ser aprobada: una Convención Constitucional, constituida solamente por ciudadanos electos para esos fines, o una Convención Mixta Constitucional, con parlamentarios y ciudadanos, en partes iguales.
Desde octubre de 2019, en Chile se vivió aquel histórico “estallido social”, entre la indignación social y los vientos de cambio que arreciaban como no los habíamos percibido desde los años ochenta. “No son 30 pesos, son 30 años”, reza una de las frases que mejor grafican la molestia que nació por el aumento en 30 pesos del pasaje de metro, que alcanzaba con ello un dólar. Los 30 años aluden al tiempo desde que se inició la democracia que nos contamos, durante la que rigió la misma Constitución que diseñara a su medida el dictador y sus Chicago Boys, el brazo económico de los civiles que apoyaron al régimen militar.
Fueron ellos los que hicieron de Chile un laboratorio neoliberal, basado en una férrea economía cuyos pilares eran los capitales privados que crecieron de manera explosiva sobre la base, entre otros, de la inyección que le entregaba un sistema de pensiones de cotización individual y obligatorio. Chile uno de los países de mayor crecimiento económico y de mayor inequidad en el planeta. Un país vestido de Armani paseándose por el mundo, buscando socios comerciales con los que seguir reproduciendo el modelo que permitió privatizar la salud, la educación, las pensiones, las carreteras, los servicios básicos, la producción de energía, la explotación de los recursos naturales… Mientras el Estado era cómplice del deterioro de la calidad de vida las personas.
El 26 de abril se empezaba a discutir el otro de país que queremos ser.
Hasta que a comienzos de marzo llegó la pandemia que paralizó al mundo. Y nos quedamos congelados, con un presidente que se jactaba de ser el más popular en América Latina y que llegó en cinco meses a la más baja aprobación en la historia de Chile. Recordemos que Pinochet perdió su histórico Plebiscito del Sí y No, en octubre de 1988, con un 44%, lo cual no fue precisamente una humillación, aunque aún festinemos el mítico titular del diario El Fortín Mapocho: “Corrió solo y salió segundo”.
Y es que el plebiscito del 26 de abril recuerda mucho a aquél que puso fin a la dictadura, las fuerzas en juego y sus posiciones son las mismas de entonces: por un lado, la derecha gobernante diciendo que lo que vendrá luego será un caos y que es mejor mantener lo que se tiene. Por el otro –y con este punto diferente al del hace 30 años–, una oposición “líquida” y confundida. Como muestra un botón: perdió en manos de la derecha, hace unos días, la presidencia y vicepresidencia de la mesa de la Cámara de Diputados, por no lograr ponerse de acuerdo en un par de nombres.
El panorama empeora cuando Ricardo Lagos, el “opositor” y ex presidente socialista que hace unos años legitimó la Constitución de Pinochet con su firma, aparece criticando a su propio sector sobre el escaso apoyo que se le da a la derecha gobernante: “Esta es la crisis económica más grande en cien años. El virus convivirá mucho tiempo con nosotros, cambiando al mundo para siempre y obligándonos a repensar nuestros puntos en común. Por esto necesitamos que las instituciones funcionen y nos unamos en torno a quienes las conducen”.
Una frase que no se explica en ningún país del mundo más que en Chile, donde como bien dice el antipoeta Nicanor Parra: “Derecha e izquierda unidas, jamás serán vencidas”.
Y, ¿qué queda del estallido? , me vuelvo a preguntar ahora sin plebiscito ni fechas ciertas de cuándo podrá celebrarse… y me respondo que queda mucho. Es posible que este tiempo de cuarentena le haya permitido a mucha gente pensar qué país hemos forjado, y cómo queremos seguir. Es posible que muchos salgan de esta cuarentena aún más convencidos de que el sistema que nos ha regido y que no hemos elegido, debe ser reformado profundamente.
Eso es lo que quiero creer.
Periodista y editora.