Es difícil definir el “Hogar Seguro Virgen de la Asunción”, en la ciudad de Guatemala, donde el día internacional de la mujer fueron incineradas vivas 38 niñas. Se trata de una institución administrada por el Estado, en la cual se alojaban alrededor de 700 niñas, niños y adolescentes. Una parte, por maltrato en sus hogares, otra por conflicto con la ley y alrededor de 200 “discapacitados mentales” como los definió el secretario de Estado. En fin, todas víctimas. Se conocían con anterioridad al crimen, denuncias de las propias niñas y niños, así como de familiares, respecto de los golpes, abusos sexuales y alimentos en mal estado que padecían en ese Hogar “Seguro”. A pocas horas de las muertes, el secretario de Bienestar Social, en conferencia de prensa manifestó entre otras cosas que un grupo de “internos” de ese hogar se escapó. Que ellos tuvieron más de cinco horas de diálogo con los adolescentes como una estrategia de que “pudieran cansarse y deponer dicha actitud”. Agregó que “lograron recuperar a la mayoría de los que se escaparon del lugar con excepción de 19”. Continuó el funcionario refiriéndose a las chicas y chicos que “muchos de ellos arrojaron piedras a los elementos de la policía nacional civil que resguardaban él área y algunas féminas policías salieron lastimadas”... “sin embargo en el transcurso de la noche y la madrugada, dichos adolescentes fueron dominados por la fuerza pública, y en forma pacífica y sin utilizar arma letal, regresaron al hogar... A los internos del hogar se practicó una requisa, un cacheo como se conoce, se incautaron ‘chaies’ o pedazos de vidrio que portaban las adolescentes en el pelo o bien guardadas... o en los zapatos o en la ropa... no se encontraron otros objetos amenazantes... el reingreso se efectuó de una forma ordenada”. Este relato del responsable del área fue transcripto por ser trágicamente similar a los que escuchamos cuando se intenta en la mayoría de los países de la región, explicar y justificar crímenes donde el Estado tiene clara responsabilidad. El mismo fue el prólogo de cómo, minutos después, el secretario describió las muertes. “... A las 9 de la mañana sucedió un hecho trágico que lo lamentamos mucho, algunas adolescentes le prendieron fuego a las colchonetas incluso se autorizó a ingresar colchonetas para que no durmieran en el piso”... agregó que “...La Secretaría asumió el pago de todo el costeo de los servicios funerarios...” y culpó luego a “...los padres y madres que en el 90 por ciento de los casos no los quisieron tener en el seno del hogar...” 

La dificultad inicial de estas líneas para definir el “Hogar Seguro” que resultó trampa mortal de 38 niñas, es sobre todo, la de encontrar adjetivos para lo sucedido. Es evidente que la seguridad a la que se refiere su nombre y el supuesto objetivo de su existencia, no es la de las niñas, niños y adolescentes allí recluidos. Se trata una vez más de la remanida seguridad del resto de la sociedad, a resguardo de las brujitas y brujitos tan peligrosos que arrojan piedras a las féminas policiales, y que además se quejan por ser maltratadas, abusadas y hambreadas. En el nombre de esa seguridad, desde el siglo XV hasta nuestros días, se sale a cazar y quemar brujas. El premio Nobel de literatura, casualmente Guatemalteco, Miguel Angel Asturias, escribió en la novela Los Ojos de los enterrados que “... los ojos de los enterrados se cerrarán el día de la justicia o no se cerrarán”.

Desde este 8 de marzo, los ojos aún humeantes de 38 niñas de Guatemala, estarán abiertos hasta que en nuestra región ninguna niña o niño sea cazado e incinerado por el Estado en el nombre de alguna excusa infame.

* Ex juez federal.