En los últimos días hubo una gran difusión en redes sociales y medios de comunicación sobre la aparición de animales silvestres en los paisajes urbanos de todo el mundo, y se lo atribuye al aislamiento social causado por la pandemia de coronavirus. Efectivamente, se percibe una mayor frecuencia de avistajes de “animales salvajes” en ciudades y ambientes suburbanos, de golpe es como si éstos nunca hubiesen existido y aparecieron mágicamente a “invadir nuestro ambiente”.
Datos de animales silvestres en las ciudades hubo siempre, es más, a medida que el “hombre suburbano” avanza con sus ciudades, más animales utilizan este ecosistema. Fue necesaria una pandemia que paralice la selva de cemento para que notemos que están próximos a nosotros. Pero, ¿qué quiere decir esto? Primeramente, que los animales silvestres están más próximos a las ciudades de lo que pensábamos y segundo, que ante esta nueva oportunidad llegan a nuestros hogares por curiosidad o por necesidad. Este fenómeno nos muestran que los humanos claramente interferimos con nuestras actividades en el ambiente, afectando directamente en la presencia y desarrollo de las especies.
Esto es más evidente en destinos turísticos, donde la ausencia de humanos tornó cristalinas las aguas de ríos como el Paraná revelando grandes cardúmenes de peces. Los animales son en general tremendamente flexibles acomodando sus patrones de actividad rápidamente a las nuevas condiciones, grandes carnívoros incorporan calles y parques vacíos en sus movimientos cotidianos. Esto es una gran noticia para un planeta diariamente presionado y amenazado, pero puede generar una percepción errónea y romantizada sobre su “recuperación”.
Desde que comenzó la pandemia pasaron pocos meses como para que este patrón represente una respuesta a escala de poblacionesy que nos permita hablar de una recuperación de la naturaleza a largo plazo; además, la ausencia del ruido asociado a nuestra propia presencia hace que prestemos más atención al entorno, observando más y mejor, por lo que “aparecen” organismos que quizás nunca en condiciones normales nos hubieran llamado la atención. En los últimos 30 años perdimos el contacto y conocimiento sobre la naturaleza, especialmente la urbanización de nuestras vidas fue acompañada por la urbanización de nuestros pensamientos, incluso en pueblos y villas que podríamos llamar naturales y rurales. En estos momentos la naturaleza se vuelve más evidente y llamativa y desvergonzadamente se muestra en nuestras calles, veredas y cielo urbano.
El ambiente es un sistema complejo, una red de interacciones que incluyen desde virus (una cadena de ARN con una cubierta proteica como el SARS cov2) hasta ecosistemas con organismos mucho más complejos, entre los que se encuentran los humanos, por ejemplo. Las causas de la emergencia de enfermedades como la del coronavirus o la respuesta de los animales silvestres al aislamiento social son solo la punta del iceberg, una pequeña fracción de grandes redes de interacciones ecológicas y evolutivas que dar forma a nuestro planeta. Es necesario continuar con los esfuerzos para la comprensión y conservación de la biodiversidad y la mitigación y reversión de las consecuencias negativas resultado de algunas actividades humanas y reforzar las positivas.
Lo positivo de esta nueva realidad es la fuerte visibilización de lo “natural”, de lo silvestre, que genera un aumento de su percepción y, directamente, de su valorización, incrementando nuestra empatía como sociedad y especialmente recuperando la noción de que somos un organismo más dentro de esta gran red que llamamos vida. Esta empatía es clave para los tiempos que vivimos, es momento de balancear si conviene desarrollar actividades que tengan como consecuencia directa la pérdida de ecosistemas y especies, y dejar en olvido actividades como el mascotismo y comercio de productos de especies silvestres, la cacería o la pesca sin control.
*Doctor en Ciencias Biológicas, investigador y docente de la Universidad Nacional de Salta (UNSa)