Confinado en un largo tramo de su niñez a causa de un "soplo" cardíaco, sedentario por hábito y ocioso por decisión ética, el escritor uruguayo Mario Levrero (1940-2004) es el autor de la cuarentena. Por una de esas sincronicidades que cohesionan su mundo (una galaxia Levrero que sigue funcionando sin él, gracias a sus 20 libros y a mil traductores, compiladores, editores, curadores, alumnos, herederos y lectores), #levreroencasa, una actividad online de la exposición Levrero hipnótico en el Centro Cultural de España en Montevideo, invitó a explorar "el espacio doméstico". Este es el ámbito de la obra que nos ocupa: El discurso vacío (Montevideo, 1996), que puede leerse y descargarse gratis.
Traducida al inglés por Annie McDermott como Empty Words, esta autoficción integra la llamada "trilogía luminosa" y fue escrita entre 1991 y 1993 en dos casas que Jorge Mario Varlotta Levrero compartió en Colonia del Sacramento con la médica psiquiatra Alicia Hoppe, su hijo Juan Ignacio Fernández Hoppe, el perro Pongo y un gato. (Con Alicia se separaron, pero ella estuvo a su lado en sus últimos días y es su albacea). Como un Jack Torrance rioplatense, el escritor se encierra con un ejercicio caligráfico diario y odia las interrupciones, que lo desvían de su objetivo: hacer buena letra. Fracasa. Insiste. Se autoimpone no contar nada tan interesante que lo distraiga de la escritura ni nada tan aburrido que lo desaliente. (Algo así como la meditación que en el dzogchen tibetano se llama "shiné con objeto de fijación"). Coincido con Elvio Gandolfo en que se pone bueno a partir del perro. Hoy Levrero ya no es un "raro", sino un compañero de celda de lujo.