A Romina y Octavio, para que siempre persista en ellos
Desde París
La señora de al lado es un ángel, el panadero de la esquina un espíritu celeste y Myriam, la muchacha de la Rue du Paradis, casi una habitante del paraíso que bajó a la tierra. Myriam pegó un cartel en una puerta del distrito 10 de París ofreciendo hacer reparto gratis en bicicleta en los barrios 2, 9 y 10. ” Siempre respetando las medidas de protección”, dice en la hoja ocupada por la foto de una bicicleta. El panadero también pegó un cartel en la vidriera y a cada cliente que entra le repite lo mismo, con eso tono tan parisino donde uno no sabe si lo están retando o dando un beso: ”no se olvide de comprar el pan de su vecino”, dice el cartel y la panadera. La señora de al lado, en cambio, parece provenir de una zona poética de la superficie humana. Vive en el sexto piso. Desde su balcón desenrolló un hilo de pescar que llega hasta la calle, puso un par de bolitas de navidad y ató una maceta de plástico en la punta. El balde cuelga sobre el Boulevard Saint Marcel y, contra el muro del Boulevard, colocó una caja donde hay hojas de papel y una lapicera atada con un hilo. La maceta está envuelta con un mensaje destinado a los transeúntes: ”Saludos. Soy la maceta de la felicidad. Depositen palabras suaves y las subiré a Instagram. Maceta de la felicidad”.
Los transeúntes que se chocan con esa maceta hamacada por el viento suelen detenerse pasmados. La gran mayoría se acerca a la maceta buscando unas monedas para poner adentro, convencidos de que es una iniciativa solidaria para recoger fondos. Cuando descubren de qué se trata se dan cuenta de que, siempre, en la vida, hay algo que va y viene del más allá. Le dan la vuelta a la maceta, buscan saber de qué piso cuelga y, al final, no resisten. Toman una hoja y, sin pensar en contagios virales, utilizan la lapicera atada al hilo, escriben un mensaje, cortan el papelito y lo ponen dentro de la maceta. Cuando la noche se va llevando en su regazo los pocos ecos de París, la señora arrea la maceta y los mensajes suben a la nube universal de la red.
Hay tanto horror, tanta miseria, tanto desamparo y, también, como una melodía que chasquea entre la mala hierba, la belleza humana. La de la panadera, la señora de la maceta, la de Myriam, la de los vecinos que compran pan, la de las asociaciones que ayudan a los desamparados y tantas y tantas flores repentinas que saltan por el camino. Hay un montón de monstruos sueltos deambulando por la ciudad, y otros tantos duendes anónimos compartiendo el pan de la bondad.
La belleza humana es cuando somos capaces de rescatar lo mejor en lo peor. En el Boulevard Henry IV, la música fugitiva de una ventana arrulló la calle. Era, a su manera suave e indulgente, esas manos bondadosas que ofrecen y ofrecen, esa belleza humana transmitida por el fraseo mágico de un saxofonista norteamericano fallecido hace ya unos cuantos años (1982) y al cual, quienes escuchan sus temas en YouTube, homenajean por su belleza humana.
Es una vibración intangible, un aliento indulgente, el poder de la dulzura sacada de las tinieblas de una vida castigada y, en gran parte, confinada. Art Pepper es un saxofonista blanco, uno de los grandes sonidos de la Costa Oeste de Estados Unidos junto a Chet Baker, Gerry Mulligan y Shelly Manne. Tocaba el saxo menos prestigioso, el Alto, injustamente percibido como menos sonoro que el saxo Tenor. Pero también hay potencia volcánica en la dulzura y Art Pepper la plasmó como nadie. Su vida fue un relleno de escombros y de droga, de estadías en la cárcel (San Quintín, Synanon) y de alcohol. Con su tercera mujer, Laurie Pepper, a la que le dedicó temas de una abrumadora belleza, escribió una autobiografía publicada en 1979: Straight Life: the Story of Art Pepper (Una vida ejemplar: Memorias de Art Pepper, 2011, Editorial: Global Rhythm Press, Colección: Biorritmos). Es un libro áspero, de una franqueza enternecedora. La historia de un músico blanco a quien sus encarcelamientos sucesivos convirtieron en una suerte de racista pero que siempre tocó con músicos negros y chicanos. Su vida de rupturas influenció su música sin perder por ello, jamás, el fraseo romántico de alguien que parece siempre estar hablando con su amor. Hay una energía bondadosa y epifánica en sus temas. Pero no es la fuerza dinámica quien la anima, sino la belleza humana. En uno de sus temas difundidos en YouTube
Everything Happens To Me, los oyentes dejan sus comentarios. El primero, de un tal Gary Happer, cuenta que tenía unos 19 años cuando escuchó a Pepper tocar en un bar de la costa de Los Ángeles (Redondo Beach). Dos líneas más abajo, le responde Paul pax Andrews, un músico (saxofonista) que esa noche actuaba en el mismo local y para quién Art Pepper era un ángel inalcanzable. ” Aquí estoy y con mi héroe de todos los tiempos. ¡ De todos los tiempos !”, escribe Andrews. Luego anota: “¿ Cómo podría imaginarme un genio tan puro, tan dulce ? Tan hermoso, con tanto amor y calidez. La más pura alegría. Lloré, estoy seguro (…) Uno no olvida haber estado en presencia de una voz y una belleza humana tan honesta”.
Todos esos duendes de la bondad que surcan París o Buenos Aires en estos días son las notas del saxo de Art Pepper. Destellos de la melodía humana, fraseo de generosidad y de hermosura rescatados de la sinfonía macabra del liberalismo, de la mezquindad, del miedo, de los idiotas que agreden a médicos y enfermeras y del oportunismo salvaje de dirigentes e intelectuales. A pie, hay 12 kilómetros ida y vuelta entre la Gare de L’Est y la Place d’Italie. La música de Art Pepper vuela en ese recorrido; unas notas son las manos que dan dinero, comida, cigarrillos, otras las que compran el pan de los vecinos, los que reparten gratis, las que atienden a un sin techo herido, o las notas de aquellos que cuidan a quienes están muy viejitos, solos o enfermos. Es la música de la belleza humana que nos salva, por unos instantes, de todo lo que podría condenarnos.