Si el libro de Deborah Feldman “Poco Ortodoxa” llegó a la pantalla chica convirtiéndose en una de las series más vistas de la plataforma Netflix, algún productor debería estar mirando de cerca el libro: “Become Eve”—“Convertirme en Eva”—la historia que publicó en noviembre de 2019 Abby Chava Stein, que de rabino ultraortodoxo se convirtió en activista trans. Así como el nombre del libro hace alusión a la primera mujer que aparece en la Biblia, Abby es considerada la primera mujer abiertamente transgénero, nacida y criada como varón en una comunidad jasídica.
Tras el impacto que se generó con la serie de Netflix—y que el propio Presidente contó a este medio que está entre sus favoritas—, la ONG argentina Limud BA—que promueve la cultura judía desde una perspectiva de diversidad—organizó una charla en la clásica modalidad de cuarentena—Zoom y Facebook—junto a la propia Abby Stein. Entre un público de más de 500 personas dio detalles de su vida y analizó el género y la sexualidad desde su visión judía.
Como Deborah Feldman, Abby Stein también creció en una comunidad jasídica ultraortodoxa en la zona de Williamsburg, Brooklyn en Nueva York en la que el yidish y el hebreo resultan las lenguas predominantes. De hecho, así lo contó desde su pantalla, hace relativamente poco aprendió a hablar inglés de manera fluida. Pero a diferencia de Feldman, su destino era aún más determinante: Los Stein no eran cualquier familia dentro de esa comunidad. Ella es la décima generación descendiente del “Baal Shem Tov”— el fundador del movimiento jasídico—, es decir, su linaje desde el siglo XVIII, tanto por parte materna como paterna eran “rebes”, que a diferencia de los rabinos son una suerte de líderes carismáticos que adquieren ese título esencialmente por herencia. “No son solo los líderes espirituales y comunales. Son jefes congregacionales sumamente venerados que deciden todo”, explica desde su casa en Nueva York. Abby estaba destinada a suceder esa “monarquía” rabínica imposible de romper. Era el sexto de trece hermanos.
Al igual que la comunidad que se ve en Poco Ortodoxa, Abby tampoco tenía acceso al “mundo exterior”: ni televisión, ni cine, ni libros, ni música, ni internet. No había estudiado ni historia, ni ciencias. Apenas algo de matemática. El mundo exterior era presentado para Abby como “peligroso”. Pero siempre sintió que algo no estaba bien dentro de ella. Quizás su primer recuerdo fuera a los tres años. En la cultura jasídica a esa edad se hace el ritual del “Upsherin” que consiste en cortarle el pelo por primera vez a un niño. “Recuerdo que esa fue la primera manifestación física. Corrí al baño, cerré la puerta y me puse a llorar ya que no entendía por qué mi hermana podía mantener su cabello largo y yo no. Tuve que esperar otras dos décadas hasta que pude dejar que mi cabello volviera a crecer”. Pero a medida que crecía en esas estrictas normas, su conflicto interno se iba agudizando. Y como todas sus inquietudes tenían como respuesta siempre a Dios, cuando cumplió 9 años le escribió una oración: “Santo creador, me voy a dormir ahora y me veo como un niño. Te lo ruego, cuando me levante por la mañana, quiero ser una niña. Sé que puedes hacer cualquier cosa y nada es demasiado difícil para Ti. Entonces, por favor, quiero ser una niña. Si haces eso, te prometo que seré una buena chica. Me vestiré con la ropa más modesta y guardaré todos los mandamientos. Cuando sea mayor, seré la mejor esposa. Ayudaré a mi marido a poder estudiar todo el día y toda la noche. Cocinaré los mejores alimentos para él. Dios, Tu tienes suficientes niños varones. No necesitas que yo lo sea. Te prometo que si me despierto niña, lo compensaré teniendo muchos niños que serán los más aplicados y piadosos. Y si me escuchas ahora, estoy feliz de hacer un intercambio. Déjame ser una niña y estaré feliz de tener una gran familia solo con los niños. Oh Dios, ayúdame”.
Pero Dios no le dio ninguna respuesta. Abby se levantó al día siguiente siendo un niño jasídico que luego se transformaría en un adolescente vestido de negro, con la barba larga, las “peies”—patillas enruladas— y el “shtreimel”—el sombrero de piel que tanto se ve en Poco Ortodoxa—. Y tras los estudios en la Escuela Superior Religiosa se convirtió en rabino. Cuando cumplió los 18 años, en 2010, se casó. A su esposa la conoció muy poco tiempo antes del matrimonio. “No supe nada sobre las personas transgénero hasta que me casé, cuando tenía 18 años, y me mudé a mi propia casa, donde finalmente tuve acceso a Internet. Mi primera búsqueda en Google fue ´chico a chica´ o algo así. Me habían enseñado que Internet era un lugar para ´descubrir cosas´, así que estaba feliz de poder tener acceso a esos hallazgos”. Pero lo que realmente despertó la chispa de Abby fue cuando se enteró que su esposa estaba embarazada. Se iba a convertir en padre. “¿Cómo podría criar a alguien, traer a alguien al mundo si no sé quién soy?”, se preguntó en ese momento. Fue después de que naciera su primogénito, en 2011 cuando Abby descubrió lo que significaba la palabra "transgénero". La encontró en la Tablet de un amigo mientras se escondió en el baño de un centro comercial. “Lo primero que busqué fue en idioma hebreo si un varón podía convertirse en mujer , ya que no dominaba el inglés. Eso me llevó a la página hebrea de Wikipedia que hablaba de transgénero”, cuenta.
Un año después, Abby decidió abandonar la comunidad jasídica apoyada por la ONG “Footsteps” (Paso a Paso) que se dedica a acompañar emocional y financieramente a personas que abandonaron las comunidades ultraortodoxas. “Cuando me uní a Footsteps, comencé a conocer por primera vez a personas queer, varias de las cuales se convirtieron en mis amigos más cercanos. Fue aquí donde recuerdo haber pensado por primera vez que si hiciera la transición, tendría apoyo y aliento. Sin embargo, en ese momento estaba aterrorizada por esa idea. Aún así, saber que tenía una red de apoyo fue el mayor alivio en ese momento”. Para Abby, salir de la comunidad jasídica fue su primera salida del closet. “La primera vez que entré a un Starbucks no sabía qué hacer”, cuenta entre risas.
Recién en 2015 Abby tomó la decisión y comenzó su “segundo proceso de transformación”, como ella misma lo define. En ese momento creó una cuenta de Facebook y lo hizo público. “El amor y el apoyo que recibí desde entonces han estado por encima de cualquier cosa que hubiera podido imaginar”. Pero no fue así por parte de su familia. Logró ver a su padre apenas empezó el proceso y él fue tajante: “Nunca más podré hablar con vos”, le dijo. Al día de hoy Abby tiene contacto con algunos de sus hermanos y confiesa que extraña sobre todo a su mamá. Es lo único que siente que le falta. Con respecto a su hijo, mantiene la custodia compartida con su ex mujer que continúa dentro de la comunidad. Al igual que Deborah Feldman, Abby sigue considerándose judía practicante y es parte de una sinagoga liberal en el Upper West Side de Nueva York. Hoy en día cursa Estudios de Género y Ciencias Políticas. Es escritora, educadora y conferencista y ayuda a gente ultraortodoxa que está pasando por lo mismo que ella. “Si tengo que dar una identidad exacta, me considero una mujer con experiencia trans. Todos tienen su propia forma de verlo. Mi objetivo no es repetir todo el tiempo ´hola, soy trans´. Planeo vivir mi vida como mujer hasta el final. Lo que sí tengo en claro es que no voy a callarme nunca más”.