Las circunstancias han cambiado y el mundo ya no es el mismo a partir de la propagación del COVID-19. En algunos países como en Argentina se implementó el aislamiento social, preventivo y obligatorio como una forma de cuidarnos, cuidar a quienes más amamos y a nuestro prójimo. En otros, es simplemente una recomendación. Pero a fin de cuentas ambas medidas proponen quedarnos en nuestras casas y vivenciar experiencias que normalmente quedaban relegadas por la vorágine del día a día.
Tal es el caso de las tareas domésticas y de cuidado. Muchos estudios lo demuestran, y todes podemos comprobarlo al interior de nuestros hogares, que se trata de tareas que recaen principal e históricamente en las mujeres (el 76 por ciento en la Argentina) y que, en su mayor parte se trata de trabajo no remunerado.
Nos ha costado muchas luchas políticas y sociales lograr el acceso de la mujer al mercado laboral. Aunque aún persisten inequidades de género, actualmente el 70% de ellas tiene un empleo fuera de su casa, algo que ya tenemos naturalizado.
Sin embargo, sigue quedando en las sombras el “doble trabajo” que recae de manera asimétrica en las mujeres que trabajan y además se ocupan de las tareas domésticas y de cuidado en sus hogares, siendo una de las principales causas de desigualdad que enfrentan en el mundo laboral.
Cuando existen los medios económicos, estas tareas son delegadas a otras personas. Según la OIT (Organización Internacional del Trabajo), el 93 por ciento del trabajo doméstico en América Latina es realizado por mujeres; trabajadoras sobre las que también suele recaer el cuidado de su propio hogar.
Además, la pandemia del coronavirus echó un haz de luz sobre la conjunción del trabajo doméstico, de cuidados y la educación, ya que hoy por hoy quienes pueden pagarlo tienen que hacerlo por sí mismos, coordinando al mismo tiempo con las tareas escolares virtuales de les niñes, experimentando en carne propia el tiempo y esfuerzo que implica realizar un trabajo no valorado socialmente, precarizado -situación que se exacerbó en este contexto- o sin remunerar y culturalmente feminizado.
La cuestión es cómo organizar socialmente estas tareas para desarmar la desigualdad de género asociada a ellas.
En este sentido, el diseño e implementación de políticas estatales es ineludible para atender estas asimetrías. Desde el Senado de la Nación, trabajamos hace ya más de un año, junto a la organización Economía Femini(s)ta, en un proyecto de ley para transformar las moratorias destinadas a las amas de casa en una jubilación permanente y resarcir, en alguna medida, a todas esas mujeres que realizaron durante años esta labor, que lleva más de ocho horas al día, se desarrolla los siete días de la semana y hoy muchos siguen llamando “amor”.
Quedarse en casa, es cuidarse y cuidar a quienes queremos, cuidarnos entre todes. Una responsabilidad social a la que sí podemos llamar amor y una posibilidad de comprender la dimensión del trabajo que implica cuidar y sostener el día a día de un hogar y, fundamentalmente, empatizar con las personas que se ocupan de ello.
Esta es la línea de trabajo que debemos profundizar desde los distintos sectores estatales, con el objetivo de ampliar derechos y alcanzar la verdadera igualdad.
* María Eugenia Catalfamo es Senadora Nacional por San Luis.