Desde Barcelona

UNO Días atrás, el recluido Rodríguez fue preso de un raro optimismo y se dijo que, sí, por fin, seguro, había llegado ese gran momento. Esta iba a ser la semana en la que las fuerzas vivas del Reino (gobierno central, autonomías, hospitales, funerarias, residencias de ancianos, casas de familia y registros civiles) se pondrían de acuerdo para iluminar, de una buena/mala vez por todas, un método incuestionable para calcular con exactitud la cifra fatal de muertos por covid-19.

Pero no. No hay noticia al respecto.

Tampoco en lo que hace a contagiados y asintomáticos.

Salvo que ha bajado/subido un poco la cantidad de aquello que se admite como imposible de calcular con precisión.

DOS Y así Rodríguez siguió reptando resignado a que el más grande acontecimiento sea el cambiar piel de pijama. En ese limbo en la que los (des)contadores de fallecidos insisten una y otra vez en echar campanas al vuelo cuando desciende el número de fallecidos los fines de semana. Y --cuando el número vuelve a elevarse hacia el lunes-martes-- explican de nuevo que es porque se añaden todos aquellos que no se sumaron por sábadomingo.

Y, de nuevo, las 20:00 y la gente aplaudiendo en balcones (muchos en un rato mutarán a justicieros y denunciadores balcops) para dar las gracias cuando habría que pedir perdón a todos aquellos a los que nunca se agradeció en tiempos mejores. En cualquier caso, pueblo ejemplar y obediente en la más estricta de las reclusiones, con la mayor tasa de mortalidad mundial por millón de habitantes, y el más alto porcentaje (20%) de infectados entre el personal sanitario. De ahí que los políticos al frente de su propia retaguardia no dejan de --casi incrédulos-- alabar a los españoles en cada una de sus apariciones con aire ausente. Pero en sus aleluyas se advierte un cierto y creciente temblor ante la posibilidad de que la bestia dormida despierte. De ahí que, para apaciguar su dulce sueño (propiciado ya desde hace años por el opiáceo de las redes sociales como facilitador del distanciamiento social), no se deje de anunciar una próxima pero aún difusa "desescalada asimétrica" difícil de sincronizar entre ya impacientes y/o amotinanantes comunidades autónomas. Pero lo cierto es que, en España, sólo se cumple una de las condiciones que la OMS señala para que ésta sea posible: la concientización de la ciudadanía en cuanto a que pasa algo muy grave. El resto de los pasos (es decir, los que le correspondería a las autoridades) están todos por darse. Y más que probablemente implicarán renovados tropiezos, contramarchas y esguinces de una estructura político/sanitaria superada por todo lo que se le hace insuperable. De ahí que se opte por saltarse varias "escalas" y ya se hable de cómo volverá a ser todo cuando llegue el momento de la "reconstrucción" de una "nueva normalidad". Y se susurra que todo parece indicar que España --en una Unión Europea que ha devenido en Reunión Europea, donde cada cual atiende su juego-- será el país que más demorará en salir de este agujero negro y con "daños tal vez irreparables a la psicología del consumidor". Lo mismo --voz baja-- con la posibilidad de nuevas oleadas del virus, de que el calor no lo neutralice, de que los ya curados puedan volver a reactivarse sin haber alcanzado inmunidad alguna. Mientras que a los síntomas como tos, fiebre, dificultades respiratorias, pérdida del gusto y olfato ahora se añaden los de ictus, picores, desorientación, jaquecas, trombos, diarreas, gastroenteritis, sabañones, miocarditis, desórdenes neurológicos, ¡volverte negro!, no dejar de amasar pan casero (de ahí lo de pandemia, supone Rodríguez) y, pronto, el ponerse a aullar dormido "Resistiré". Así que mejor seguir aplaudiendo para que no haya bises.

 

TRES Y últimos momentos: terminó la quinta temporada de la cada vez mejor Better Call Saul (y Rodríguez volvió a pensar en que jamás conocerá a una mujer como Kim Wexler o a un fixer como Mike Ehrmantraut ; mientras que sus jefes y publicistas y argentinos, los mellizos Fagliacce-Stein, le recuerdan cada vez más a Lalo Salamanca y él se siente cada vez más Nacho Varga). Atrás quedó el Día de Sant Jordi (donde se pidió a los escritores que recomendasen libros ajenos y mejores y muchos más vendidos y apreciados que los propios en la única jornada en la que estaba social y corporativamente bien visto promover y ofrecer la propia obra como si se tratase de tónico crecepelo). Se repartieron mascarillas defectuosas entre personal sanitario (ahora aislado e interponiendo querella criminal al Ministro de Sanidad) y se volvió a contar el cuento chino de tests que no funcionan llegados del Lejano Oriente vía difusos intermediarios españoles. Y el "súper-contagiador" manchuriano en Harbin, cerca de la frontera con Rusia. Y el concierto de Lady Gaga al menos sirvió para comprobar que, encerrados, todos somos iguales de deprimentes y deprimidos (y que los ¡al fin no juntos! Rolling Stones de andar/rodar por casa son un fosilizado grupo de riesgo en sí mismo). Y muera Las Vegas. Y Trump desinfecta mejor. Y Torra ensucia peor. Y la posibilidad o no de que la Guardia Civil ande "controlando" y "minimizando" a quienes opinan "negativamente" acerca de la gestión del gobierno mientras el Centro de Investigaciones Sociológicas lanza preguntas en cuanto a si --para "proteger" a los ciudadanos-- es "conveniente" mantener o limitar la "libertad total" en lo que hace a la información sobre el coronavirus. Y Gran Hermano cumplió veinte años con todos concursando por un premio que es abandonar la casa. Y millones de pequeños hijos y "posibles grandes transmisores" volvieron por un rato a las calles (cortesía de irreal real decreto --rectificado enseguida por clamor popular-- sólo permitiendo acompañar a un adulto a la farmacia, al banco a endeudarse ellos también, al quiosco, al trabajo de sus padres o al supermercado para repartir más bacterias y donde, por fin, la Coca-Cola que siempre falta sale más cara que el petróleo que siempre sobra). Y --aunque Iglesias con voz de celador de guardería crea que los calma y Sánchez en su findesemanero y cada vez más deschavetado Hala, Presidente los adormezca volviendo a contarles TODO lo padecido desde mediados de marzo-- ahí van: criaturas con sonrisas llenas de colmillos en plan ¿Quién puede matar a un niño? Y a ver cómo sale la cosa rezando por no tener que volver a entrar por culpa de La Cosa... Y Rodríguez pide, por favor, que no haya, día por medio, una noticia incomprensible. Una noticia mal dada siempre será una mala noticia. Pero la Gran Noticia es otra. No que la salud va a ser peor que la enfermedad pero si que, con ella, llegará un nuevo tipo de Grand Mal. Sí: la gente --cuando todo esto acabe para que siga de un modo diferente-- va a estar, según los que más que saber intuyen, más irritada y ansiosa y traumatizada y miedosa y dolorida y desorientada y loca y excluida y colapsada y, sí, más enferma que nunca. Porque no será sencillo asumir el deshecho hecho de que lo importante va a ser siempre no lo que se dice sino lo que no se está diciendo. Y que el verdadero problema pasaba --y pisa-- no por predecir el futuro sino por prevenir este presente donde aún ni siquiera hay respuesta al cuántos eran, cuántos son, cuántos serán.