Cómo gestionar una realidad que no deja de mutar, cómo arreglar un avión en pleno vuelo del que todavía se están dibujando los planos. No urge cambiar de sitio, sino de mirada. Da la impresión que todos los muertos de la pandemia han atracado en los muelles de nuestra vanidad, de nuestra extravagancia extrema como sociedad absurday desigual. Tanta deuda indecente, tanta carrera armamentística para que un virus desbocado nos deje sin aliento y nos margine en los balcones. Hay algo de naufragio en este sinsentido colectivo.
Las razones se acumulan para ser apocalíptico, a los cuatro jinetes le podemos agregar un par más: recesión económica, y un fútbol con respirador asistido. El derecho laboral que determina las condiciones en Europa del vínculo contractual entre clubes y jugadores ha saltado por los aires. La extensión temporal de la competición plantea importantes problemas jurídicos: qué sucederá con los futbolistas cuyo contrato o cesión termina el 30 de Junio. La repuesta no es sencilla. Aunque la competición continúe el vinculo legal se habrá extinguido.
En estos tiempos en que la incertidumbre es la única certeza, las entidades tienen el rostro estremecido girado hacia la súplica, hacia la oración. El miedo profundo se ha incrustado en la columna vertebral de los clubes. Los derechos televisivos se arrinconan anestesiados en los despachos y la ausencia de publicidad y "merchandising" conforman un páramo de soledad financiera desconocida. Sólo por derechos de retransmisiones internacionales la Premier League se embolsó 1.526 millones de euros el año anterior. La Liga española 890 millones. Según Deloitte, en su último informe Football Money League, estimó que los veinte principales clubes del mundo facturaron 9.200 millones de euros, y que el mercado global sobrepasa los 45.000 millones.
En las paradojas de la pandemia todo se puede interrumpir, incluida la circulación de personas, excepto la circulación de capital. Pero en esta ocasión el dinero no fluye, y la jauría de mastines negros neoliberales no deja de ladrar: “No podemos seguir así. La solución es un fútbol sin público”, declaró Mansour bin Zayed, viceprimer ministro de Emiratos Árabes Unidos y propietario del Manchester City. El miembro de la familia real de Abu Dhabi debió completar su deseo: sin público pero con cámaras. El sueño del jeque Mercurio, dios del comercio, reposa en volver sin remordimientos al fútbol televisado. Los jerarcas ultraliberales están más preocupados por los beneficios que por la montaña de muertos.
Manchester City y París Saint Germain, los nuevos clubes-Estados -esa figura futbolistica, de elegante gambeta accionarial sumergida en las sombras abisales del mundo financiero- dominan, junto al Real Madrid, Barcelona, Manchester United y Juventus los resortes económicos del fútbol mundial. Para la élite lo que no son cuentas, son cuentos.
Los escándalos se amontonan como un rosario de cicatrices. La UEFA acaba de condenar al Manchester City con dos años de suspensión en competiciones europeas por eludir el "fair play" financiero. El conflicto de intereses de la organización quedó en evidencia al absolver de posibles irregularidades económicas al "qatarí" Nasser Al-Khelaïfi, presidente del París Saint Germain y de BeIN Sports, la empresa dueña de los derechos televisivos de la Champions.
Estos magnates del fútbol mundial, que al término de todas las crisis acaban siendo el doble de ricos, están condenados a pasarse la vida viendo dentaduras. Al fin de cuentas el "éxito" no es más que eso: contemplar cómo te sonríe todo el mundo y no cesar nunca de enseñarte las muelas. A veces, frente a la violencia de toda clase de injusticia hace falta borrar tanta sonrisa, quitarse los honores, bajar al llano, y compartir el dolor. Tanto mercader indecente de Oriente Medio y el fútbol internacional sin una primavera árabe en la mano.
(*) Ex jugador de Vélez, y campeón Mundial en Tokio 1979.