Nunca pude ver a tiempo las series que todo el mundo comenta. Juro que no es un esfuerzo vano por hacerme el “distinto” sino más bien el temor a una posible decepción. Cuando una obra le gusta a todo el mundo, algo me parece que no estará bien. Prejuicios. Fue así como aún no vi Breaking Bad o Game of Thrones. En esa misma lógica tampoco había visto Los Sopranos.
Veinte años después de estrenada, la saga del jefe mafioso de Jersey y su familia, salvan en gran medida esta extendida cuarentena.
La serie lo tiene todo. Un mafioso que hace terapia y muestra en privado que tiene debilidades aunque puede matar u ordenar matar. Una madre que no lo amó y lo minó psicológicamente hasta el final de sus días.
Hace pensar también en esa fascinación extendida por los métodos mafiosos. Pero la empatía no es con cualquier mafia. Es con la italiana en particular. Esa que recuerda a los abuelos, las pastas y los gritos de esa cultura que siempre dice amar y respetar la familia.
Nuestras mafias locales no despiertan esa empatía. Sobre todo porque no provienen de sectores inmigrantes europeos que fueron pobres pero europeos al fin. La mafia “criolla” de nuestros barrios populares no es tolerada por los sectores medios.
Otro rasgo brillante de la serie es la burla a los estereotipos mafiosos típicos, los guiños a las escenas memorables de El Padrino y hasta la discriminación a los ítalo-norteamericanos como tópico.
A todos nos gusta tener amigos que nos defiendan. Hay una fascinación incluso de hombres del poder político y del poder económico, con jefes de organizaciones violentas. La barra brava tiene algo de eso. Claro que el toque italiano siempre le da otro atractivo.
Los Soprano, disponible en HBO GO