Murió solo y fue enterrado casi en soledad. Aunque Moraes Moreira hubiese merecido una despedida multitudinaria, digna de su figura de artista popular, capaz de reunir en un acorde o un verso pasiones de pueblo que no necesariamente supieron siempre ir de la mano, como el carnaval, el fútbol o el rock, los tiempos que corren obligaron a que el adiós haya sido puertas adentro, todo lo contrario al espíritu de sus canciones, siempre colectivas y cara a cara. Tan solitaria fue su despedida, que su compinche de tantas creaciones eternas, Luiz Galvão, no se enteró inmediatamente de la suerte fatal de su amigo, ya que sus hijos prefirieron no alterar más su ya delicada salud. Diez años mayor que Moreira, el mismo fin de semana que culminó en el amanecer del lunes con la noticia de su sorpresiva muerte por un infarto a los 72 años, Galvão se había desmayado en el baño de su hogar, y su familia contó que durante un par de días lo notaron triste y confundido. “No sabíamos la razón”, declaró Lahiri Galvão, su hijo, cuando la prensa brasileña lo contactó buscando una declaración de su padre sobre la muerte de quien era como su hermano. “Ahora sabemos por qué”, agregó, invocando ese vínculo fraternal.
La hermandad entre ambos había comenzado más de medio siglo atrás, la mañana en que Galvão llegó a la pensión de Dona Maritó, en Salvador de Bahía, enviado nada menos que por Tom Zé. Según escribió en el indispensable volumen Años 70: Novos e baianos, Galvão fue derecho al cuarto que Moraes compartía con su hermano Zé Walter, al que --como el guitarrista dormía-- le explicó: “Estábamos componiendo juntos pero el Tropicalismo lo convocó a San Pablo, y Tom profetizó que seríamos compañeros”. Ahí mismo le extendió un puñado de letras y, después de repasarlas, Zé Walter terminó despertando a su hermano, presentándolo como un poeta y diciendo que tenía que ser su colega. Aún semidormido, Moraes las leyó, aseguró que las musicalizaría todas, y en quince días ya habían compuesto una docena de canciones juntos. Por eso es que Galvão escribe en su libro que esa mañana de comienzos de 1967 nacieron los Novos Baianos, un grupo que --con la incorporación de Baby Consuelo, Paulinho Boca de Cantor y Pepeu Gomez, entre otros-- supo hacerse leyenda por mezclar magistralmente rock con frevo, forró y samba, por ponerle el pecho al tiempo de la dictadura de Médici con --según enumera Galvão-- “postura, discurso, mística, experiencias zen y alquimias, todo con un tono anárquico”.
Descubiertos por Caetano y Gil durante su obligado exilio en Salvador --algunos de los futuros integrantes del grupo formaron parte del histórico show que realizaron antes de partir a Londres--, pero con su música amalgamada recién con el inesperado pero fundamental padrinazgo de João Gilberto cuando se instalaron en el barrio carioca de Botafogo --donde el maestro los iba a despertar, invitando desayuno y guitarreadas--, los Novos Baianos vivieron, compusieron y cantaron en comunidad, poniéndole el cuerpo a su obra. Su legado es una discografía fascinante --que incluye una obra maestra inmortal como Acabou chorare (1972), su segundo disco, cuyo título fue inspirado por una frase en portuñol de la entonces pequeña Bebel, la hija de João-- así como largas carreras solistas posteriores de cada uno de sus integrantes, y sendas reuniones que terminaron de cimentar su leyenda. A fines del año pasado, incluso, se llegó a estrenar en San Pablo y Río de Janeiro un musical de Lucio Mauro Filho que recreó aquella vida y obra libertaria sobre un escenario, titulado simplemente como el grupo. Con la dirección musical de Pedro Baby --hijo de Pepeu Gomez y Baby Consuelo-- y Davi Moraes --hijo de Moraes Moreira-- , el espectáculo propició una polémica pública ya en medio de la cuarentena, cuando la cada vez más evangélica Consuelo aseguró que no quería drogas en escena. “Pero es que sino los Novos Bahianos no serían revolucionarios”, se preocupó por responderle Moreira. “João Gilberto se debe estar retorciendo en su sepultura. Porque nuestro grupo fumó, sí. Tomó acido, sí. E hicimos canciones maravillosas bajo el influjo de la marihuana. Hubo droga, pero también alegría y música todo el tiempo”.
Talento y carácter
Nacido en Ituaçu, portal de la Chapada Diamantina del estado de Bahía, Antonio Carlos Moreira Pires creció entre algodones, con frecuentes ataques de asma, escuchando la música de Luis Gonzaga, Jackson do Pandeiro y Angela Maria, entre tantos otros artistas populares de la época. “Esa fue mi escuela”, resumió en una entrevista realizada apenas un par de meses atrás. “Recién después llegarían Dorival Caymmi, los Tropicalistas y tantos otros, pertenecientes a la generación de oro de los Festivales”. Por entonces ya se había instalado en Salvador, con la idea de estudiar medicina: “Fue lo que le dijo a sus padres/ y cuando se despidió/ juró: me voy a dedicar”, escribió en sus admirables memorias en verso A historia dos Novos Baianos. Pero la guitarra que también formaba parte de su equipaje lo terminaría llevando por otros caminos, como el examen de ingreso al Seminario de Música de Bahía, donde conoció al responsable de aquel big bang novo baiano. “Fuiste mi alumno hace más de cincuenta años, ¡y qué alumno prodigio! Aprendiste enseguida todo lo que tenía para enseñarte sobre la guitarra, y al poco tiempo tocabas mejor que yo”, lo despidió Tom Zé en las redes. “Toda la vida me admiré: No sólo tenías talento, también carácter. Dos cosas que no siempre andan juntas”.
Así como la noticia de su muerte convierte a Moraes en el primer integrante del núcleo principal de los Novos Baianos en decir adiós para siempre, también fue el primero en abandonar el grupo, a mediados de los años ’70, dos discos después del éxito de Acabou chorare. “Fue la decisión más difícil de mi vida”, aseguró recientemente en el programa O som do vinil, conducido por Charles Gavin, integrante del grupo Titãs devenido presentador televisivo. Por entonces ya padre de dos niños, el guitarrista quiso dejar de vivir en comunidad pero sin abandonar el grupo, una propuesta que no fue aceptada por el resto de sus integrantes. Su dolorosa partida terminaría convirtiéndose en una liberación: además de editar inmediatamente su debut como solista --dando inicio de una larga y prolífica carrera que desemboca en el que publicó apenas dos años atrás, Ser tão--, hizo historia al ser el primer cantante en salir con un Trío Eléctrico --nada menos que con los popularísmos Dodô e Osmar-- por el carnaval de Salvador, comenzando un generoso recorrido como artista y autor popular que le permitió superar con creces los laureles conquistados como parte del grupo, algo que se preocupan por destacar todos los homenajes que aparecieron en estos días. “Un niño del sertão de Bahía, que escuchó encantado la música del mundo e hizo de ella su universo expresivo”, escribió Gilberto Gil, celebrando esa voluntad por el mestizaje cultural que lo llevó incluso --como escribió el columnista Julio Maria al despedirlo en el periódico O Estado de S. Paulo-- a liberar el rock progresivo británico en la música callejera del carnaval. “Moreira hubiese sido importante para nuestra vida si hubiera sido apenas el joven que cantaba desde su mesa en el barcito de Campo Grande que frecuentamos durante nuestros meses de confinamiento en Salvador”, recordó Caetano Veloso, que, después de celebrarlo primero como rockero, y luego largamente como músico, cantor y compositor de conversión “joãogilbertiana”, culminó afirmando que “su inclusión formal del canto en los tríos eléctricos lo convirtió en un héroe nacional: sin él no existiría el axé”.
Piedra rara de inspiración
Pero tal vez la gran conquista de la carrera de Moraes Moreira haya sido la del lenguaje. En el hermoso y original libro que compila sus poemas y letras, califica como “terrible” su primer contacto con la poesía en la escuela. “Cuando se elegía a los alumnos que debían declamar en las fiestas cívicas u otros eventos mi nombre pasaba de largo”, escribe. “Me moría de envidia por ellos, pero en el fondo del fondo mi timidez lo agradecía”. Dedicado exclusivamente a la faceta musical durante su paso por el grupo, recién intentó colocar palabras en sus nuevas melodías cuando comenzó su carrera solista. “Era como un niño aprendiendo a hablar”, asegura Moraes, que ha terminado convirtiéndose en uno de los grandes compositores de canciones de su generación, responsable tanto de letra como de música (e incluso con letras musicalizadas por otros), grabadas por Marisa Monte, Ney Matogrosso, María Bethãnia, Gal Costa y muchos más. Y todo eso sin jamás dejar de ser uno de los grandes guitarristas de la música popular brasileña. Así lo destacó Moreno Veloso en estos días: “Para los que estudian la tradición de João Gilberto, Gilberto Gil, João Bosco y demás grandes intérpretes del instrumento, la de Moraes es una de las vertientes de importancia extrema”. Nando Reis --otro ex Titãs-- dobló la apuesta al evocarlo: “Piedra rara de inspiración, compositor y guitarrista único, de propiedades y estilos hasta entonces inimaginables para aquello que secretamente se sospecha como una vocación brasileña, Moraes es dueño de una obra divina”.
A la hora de su muerte, que sucedió mientras dormía en su hogar, se encontraba activo y lleno de proyectos, por lo que las pistas de ese futuro que ya no será se amontonan ante la contundencia de su ausencia. En su último show, con el que que giró por todo Brasil, Elogio de la envidia, interpretaba canciones ajenas que le hubiese gustado componer, cuyos autores iban de Noel Rosa, Braguinha o Ary Barroso hasta Chico, Caetano, Gil o Roberto Carlos. Para llevarlo adelante había postergado otro proyecto, que ya estaba anticipando: el de reunir en un disco las voces de todas las mujeres que habían cantado sus temas, lo que incluiría a Bethãnia, Gal, Margareth Menezes, Elba Ramalho, Dalva de Oliveira y Angela Maria. Ya tenía el título, Mujeres que me (en)cantaron, y también un tema nuevo, que había compuesto para la popularísima Alcione. Pero también estaba pensando en los Novos Baianos. O al menos eso cuenta el dueño de una discográfica, que le había pedido permiso para publicar grabaciones en vivo de su época de oro y su respuesta fue que antes pensaba registrar un álbum con canciones nuevas con el grupo. Estaban todos en permanente contacto, de hecho. Es más, quien dio la noticia de su muerte no fue su familia sino Paulinho Boca de Cantor, uno de sus integrantes originales.
A pesar de no faltarle proyectos, el final encontró a Moraes Moreira en plena cuarentena. Aislado en su hogar en el barrio carioca de Gávea, en todos los obituarios se hizo mención a un poema que posteó en las redes, titulado justamente “Quarentena”. En sus versos habla, sí, de su miedo ante la enfermedad, pero también de otras cuestiones. Es que el autor de un disco titulado Ahí viene Brasil bajando por la ladera no podía olvidarse también de criticar la hipocresía, la violencia machista o de incluir un verso que dice: “queremos tener respuestas/ sobre nuestras Marielles”, en referencia a Marielle Franco, la militante asesinada dos años atrás en Rio de Janeiro, un crimen que aún no está resuelto. Despedido tanto por Lula da Silva como el club Flamengo --cuyos hinchas cantaban sus canciones-- a la hora de su muerte, Moreira tenía claro en qué clase de país estaba viviendo. “Esto es peor que la dictadura”, resumió en un reportaje publicado por el Correo Brasiliense, en diciembre pasado, antes de un show en Brasilia, acompañado sólo por su guitarra, “mi compañera de toda la vida”.
En los últimos versos que compartió online, fechados el 28 de marzo, Moraes Moreira, el que canta una y otra vez eso de “Abre la puerta y la ventana/ ven a ver el sol nacer”, se despidió recordando: “Escuché decir que donde hay sombra/ es cierto que habrá luz”.
Palabra de un bahiano siempre nuevo. Para siempre.