Desde Roma
El miércoles, a las 8 de la mañana hora italiana, partió desde el aeropuerto Fiumicino de Roma, un avión que llevó de vuelta a casa a unos 140 argentinos varados en Italia a causa de la cuarentena por el coronavirus. La cuarentena en todo el país comenzó el 10 de marzo e implicó, pocos días después, la suspensión de todos los vuelos internacionales. Este vuelo, de la compañía Alitalia, es el primero que parte con argentinos varados después de la suspensión. Está previsto que llegue a Buenos Aires en torno de las cinco de la tarde.
Según fuentes diplomáticas argentinas, los consulados de Milán y de Roma principalmente se encargaron de recolectar datos sobre las personas que habían quedado en condiciones de no poder volver a la Argentina por la pandemia, informándose sobre cómo estaban, dónde vivían, si tenían alimentos y los medicamentos necesarios, entre otras cosas. Así los consulados confeccionaron una lista de cerca 1.200 argentinos varados y trataron de ayudarlos, como contaron a Página 12 algunos de los viajeros que partieron el miércoles. Los diplomáticos argentinos, según trascendió, sin distinción de jerarquía ni origen de su función diplomática, ya pertenecieran a la embajada, los consulados o la representación ante FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) trabajaron todos juntos, incluso haciendo guardias nocturnas en los consulados, para ayudar a toda esta gente.
No se trata sólo de turistas. En la lista de los 1.200 varados hay ítalo-argentinos que habían venido en busca de una vida mejor, de estudiantes que llegaron por intercambios universitarios, de chicos que juegan al fútbol en clubes menores, de gente que quedó desocupada, de gente que buscaba trabajo y que por la crisis desencadenada por el coronavirus se vio ante la imposibilidad de cumplir sus sueños.
En el aeropuerto de Roma a los viajeros se les entregaron mascarillas y guantes de goma pero también una médica controló a cada uno de ellos. Si hubieran tenido temperatura u otro síntomas, no habrían podido viajar. Los 140 por fortuna pudieron embarcar sin problemas. La doctora llenó luego una planilla con los nombres de cada viajero y las condiciones encontradas al visitarlos en Fiumicino. El documento fue firmado por la médica ante autoridades consulares argentinas, lo que le dio un valor legal. Copias del documento fueron entregadas al capitán del vuelo, que deberá entregarlas a las autoridades argentinas. Aún cuando se hicieron los controles, los viajeros tendrán que hacer una cuarentena de varios días al llegar al país.
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Gerardo Barberis, 42 años, es un trabajador originario de Villa Ana, en Santa Fe. Llegó a Italia, el sueño de su vida porque es de origen italiano, el 4 de febrero, y se fue a Trieste (nordeste de Italia) donde vivían algunos amigos suyos y donde pudo hacer algunos trabajos de jardinería, albañilería, pintura. Hacía tres semanas que estaba en Italia cuando se desató la pandemia. “Fue muy difícil encontrar trabajo. Nunca pensé que la crisis iba a llegar a tanto. Yo tenía un vuelo de vuelta para el 30 de marzo en caso de que no hubiera podido encontrar trabajo”, contó a Página 12 mientras viajaba en el tren de Milán a Roma. “No fue fácil tomar la decisión de volver. Estoy haciendo este camino de vuelta con un sabor muy amargo. Como no pude trabajar y ganarme el sustento, no tenía dinero para sobrevivir. Gracias al vuelo que ya tenía comprado, el consulado pudo reactivarlo. Me voy con una sensación amarga, con bronca. Porque yo quería vivir acá, trabajar acá. Me voy con la sangre en el ojo. Esto no va a quedar así. Desde que era muy chiquito, cuando me dijeron que mis abuelos eran italianos, yo soñé con conocer esta tierra. Cuando llegué el 4 de febrero a Italia por primera vez, al salir del aeropuerto, besé el suelo. Me emociona contártelo...”, dijo titubeando un poco.
El Consulado argentino de Milán lo estuvo ayudando desde que se quedó sin trabajo y sin lugar para vivir. Le consiguió una residencia en una casa de hospitalidad, el Oasis Franciscano de la localidad de Erba, en Lombardía. Allí estuvo tres semanas. “Yo estaba mal por lo que estaba sucediendo. Muy mal. La psicóloga Rosamaría Cusmai, la organización Abrazo Argentino y el consulado de Milán me ayudaron. Esta gente me sacó del infierno. Si no hubiera sido por ellos yo habría terminado bajo un puente. Les debo muchísimo. No sé cuántos asados les voy a tener que pagar”, concluyó.
Para Agustín Figueroa, de 25 años, nacido en Santa Fe pero con familia radicada en Salta, que en Argentina trabaja para una compañía de seguros, la experiencia fue totalmente distinta. Llegó de paseo a Milán el 28 de enero, para visitar a una familia que conocía. A principios de marzo tenía además una entrevista de trabajo, siempre en Milán. Cuando comenzaron a conocerse los primeros casos de coronavirus en Lombardía, la región de Italia más afectada, decidió alquilarse un departamento en el centro de la ciudad. Y ahí pasó todas estas semanas de cuarentena encerrado. “El consulado me llamaba. Quería saber cómo estaba, si necesitaba algo. Pero yo me ponía a pensar que al menos yo tenía una cama donde dormir y un baño para hacerme la ducha”, contó mientras se escuchaban los altoparlantes del aeropuerto de Malpensa, en Milán, donde estaba esperando para viajar a Roma.
“En Milán, te soy sincero, cuando ya se sabía lo que estaba pasando, la gente no le daba importancia --continuó--. Dijeron que los bares y restaurantes iban a estar abiertos hasta las 6 de la tarde. La gente entonces comenzó a juntar firmas para pedir que dejaran abiertos los bares, ¿cómo iban a cerrar a las seis cuando para ellos era la hora del aperitivo? ¡Y yo iba a tomar el aperitivo al bar! Debo reconocer, fui un ignorante total. Y tuve suerte de no contagiarme. Una semana después explotó la bomba en toda Italia”. “A veces la gente hablaba del coronavirus como de una gripe más. No pueden parar todo por una simple gripe, decían. Y cuando se desencadenó la crisis, el único ruido en las calles eran las sirenas de las ambulancias. Yo bajaba del edificio para ir al supermercado y me encontraba el ejército, los carabineros, la policía. Y entonces me empezaba un poco el miedo porque no sabía si estaba saliendo para ir al supermercado o estaba en una guerra”, concluyó Figueroa.
Bruno Valinoti, 33 años, es ingeniero electrónico. En Buenos Aires es investigador en el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial). Vino a Italia en mayo del año pasado como investigador invitado del ICTP (International Center for Theoretical Physics) de Trieste y ahora está haciendo un doctorado. Dada la situación y dado que todos en su centro de investigaciones comenzaron a trabajar desde casa, él acordó con su supervisora que lo haría desde Argentina.
Valinoti recuerda las primeras semanas de pandemia en Trieste de modo muy doloroso. “Cuando ibas al supermercado y había que hacer largas colas, la gente no hablaba entre sí, se mantenía distante, parecía muy desconfiada. Más bien todo eso parecía gente que estaba afuera de un velorio. Si, esa es la sensación que me dieron”, contó. Y agregó: “Como argentino, lo más fuerte que me pasó fue la sensación horrible de estar encerrado, desprotegido y abandonado. A sentirme menos abandonado ayudó el consulado, que me dio respuestas a lo que yo estaba buscando. Pero la sensación de encierro no se fue, porque me tocaba estar aislado en el departamento donde vivía y yo quería estar con mi familia y mis amigos. Hubo mucha angustia y mucho temor. Pero hubo un Estado argentino que estuvo presente, tratando de ayudarnos. Y eso es importante.”.