A Russian Youth 8 puntos
Malchik russkiy; Rusia, 2019.
Dirección y guion: Alexander Zolotukhin.
Duración: 73 minutos.
Intérpretes: Vladimir Korolev, Mikhail Buturlov, Artem Leshik, Sergey Goncharenko.
Estreno exclusivo en Mubi. Con subtítulos en castellano.
Presentada en sociedad en la Berlinale 2019, la ópera prima del ucraniano Alexander Zolotukhin (ver entrevista aparte) es una pequeña pieza histórica, al mismo tiempo clásica y moderna, adherida a la cultura de resiliencia rusa durante los duros tiempos de la guerra (de cualquier guerra) y a toda una tradición cinematográfica que atraviesa décadas. Las manos del protagonista, un adolescente llamado Alexey, soldado del Ejército Imperial Ruso durante la Primera Guerra Mundial, parecen tocar en ciertos momentos del relato las del aún más joven Iván tarkovskiano, las del Alyosha de Balada del soldado o las del Florya de Ven y mira, la obra maestra de Elem Klimov. Asimismo, los soldados contemporáneos de Spiritual Voices, de su tutor Alexander Sokurov, podrían perfectamente aparecer en algún momento bajo la forma de un coro griego bélico y melancólico.
Todas esas filiaciones, sin embargo, no empañan la originalidad del debut de Zolotukhin, que desde el primer minuto presenta de manera diáfana su “dispositivo” central: alternar las imágenes y sonidos del batallón de Alexey con los ensayos actuales de un par de piezas de Sergei Rachmaninoff, sus “Danzas sinfónicas” y el “Concierto de piano n° 3”. Así, las instrucciones del conductor de orquesta respecto de la necesidad de reforzar un staccato o de sumar más potencia a la sección de cuerdas se entrelazan con las vicisitudes del pequeño héroe y sus compañeros de armas. Todo comienza durante un alto en la batalla, con un grupo de soldados trasladando armas y municiones hacia el interior de las trincheras; entre ellos el protagonista, quien en lugar de un fusil lleva colgado de sus hombros un acordeón. Un ataque sorpresa de los alemanes termina con varios de ellos muertos y muchos heridos. Cortesía del tristemente célebre gas mostaza, Alexey queda completamente ciego. Las imágenes “históricas” de A Russian Youth fueron rodadas en formato digital y reelaboradas en posproducción y el resultado en pantalla se asemeja al de una copia en fílmico que ha tenido una gran cantidad de proyecciones, elección estética que propicia una cualidad fantasmal en escenas puntuales.
De allí en más, el derrotero del muchacho –que de ninguna manera está dispuesto a volver a su hogar– lo llevará a más de una humillación, pero también a entablar una amistad con otro soldado apenas un poco mayor que él, Nazarka, quien hará las veces de lazarillo. El film no está exento de momentos de violencia –la lógica torpeza de Alexey lo lleva en un momento a derramar comida sobre un oficial, teniendo que soportar luego una tortura física “didáctica”–, pero también del humor más inesperado y brutal, como en esa escena en la cual una veintena de soldados no videntes debe utilizar la tapa de un ataúd para elevar una segunda fila de fotografiados. Finalmente (lógicamente), el muchacho terminará a cargo del único puesto que parece construido específicamente para él: un extraño artefacto con dos bocinas gigantes diseñadas para escuchar a la distancia la aproximación de aviones enemigos. En su nuevo lugar de vigía sonoro, Alexey volverá a sentirse útil, hasta que un feroz ataque altere las nuevas condiciones.
En pantalla, los músicos aparecen y desaparecen regularmente; el realizador juega con la posibilidad de que estén musicalizando la película a partir de sus imágenes, a pesar de que nunca se los ve haciendo algo por el estilo. Al mismo tiempo, el particular uso del doblaje –práctica todavía en uso en la industria de cine rusa– es utilizada por Zolotukhin como otro foco de distanciamiento y, por momentos, las voces no parecen brotar de los personajes sino de otros cuerpos ausentes (no es casual que la lista de títulos acredite “extras vocales”). La sombra de Sokurov como padrino creativo –“productor artístico”, según la nomenclatura oficial– debe haber marcado sin dudas más de un norte, pero resulta imposible pasar por alto la singularidad de A Russian Youth. En su arquitectura artesanal resuenan los ecos de los maestros extintos y presentes, pero también los acordes de la experimentación y la novedad.