Hay una vivacidad de entrada en Fetch the Bolt Cutters, con el collage de arte de tapa: las letras violetas recortadas alrededor de un antifaz de perro y una selfie blanco y negro donde Fiona tiene los ojos bien abiertos y una mueca divertida. A los costados, cintas doradas con forma de tajos, dispuestas en zigzag. “Quería algo que dijera: 'Hey, ¿adivinen? Volví. Les dejo unas canciones. Hola, hola, hola”. David Garza, uno de los músicos y autor del collage, trabajó con lo que tenía en la casa: era mediados de marzo y estaba todo cerrado.
El comienzo, los primeros segundos de “I Want You To Love Me”, son los más irreconocibles de su discografía: parece una melodía de bombo hecha con un teclado viejo, y que va a empezar una canción electropop. En su lugar, caen las manos fuertes de Fiona Apple en el piano, y la voz empieza a escalar y ensancharse, mientras la música gana tensión pero mantiene un tono alegre. Canta con su firmeza delicada y bestial: “Me muevo con los árboles en la brisa. Sé que el tiempo es elástico. Y sé que al irme, todas mis partículas se disolverán y dispersarán. Y estaré de vuelta en el pulso. Y sé que nada de esto importará a la larga. Pero sé que un sonido es un sonido aunque nadie lo escuche. Y mientras esté en este cuerpo, quiero lo que quiero y quiero que vos me quieras”. Quema al estirar cada "you" como atravesando un tubo de madera muy largo, hasta salir al trance final, con los dedos aplastando los graves y la voz en espasmos agudos. Lo que sea que haga Fiona Apple acá, y también más adelante, no es sufrir por amor.
El título del disco es una frase de Gillian Anderson en la serie The Fall: la detective le pide a un policía que le traiga la herramienta para cortar el candado en la puerta de una casa abandonada, donde puede haber una mujer cautiva por un asesino serial. Hacía años que tenía la frase escrita en un pizarrón. De lo que se trata, explicó, es de poder salir de las prisiones mentales: las creencias sobre nosotros que condicionan acciones, que llevan a más creencias. En su quinto disco, Fiona Apple piensa en cómo fueron las cosas para ella, y sin querer quitarse nada, en cómo pueden ser distintas, mejores, ahora. “Crecí en los zapatos que me dijeron que me podía poner. Zapatos que no fueron hechos para subir corriendo esa montaña. Y necesito subir corriendo esa montaña. Y lo haré”.
En ese pensar –el camino al colegio haciendo ritmos con los dientes y hojas secas; cómo no sonreía porque le parecía artificial y eso molestaba– recuerda a Shameika, una chica que vio cómo un grupito la despreciaba en la cafetería, se acercó y le dijo por qué quería ser amiga de esas tontas. “Shameika dijo que tenía potencial”, canta con acentos, como si cayera una ficha: una de las power líneas del disco –recién el segundo tema–, que enciende un fuego de amor propio, con los dedos acelerados en los graves: “Tony me describió renegada, graciosa y cálida. Sebastian dijo que soy un buen hombre en la tormenta. En ese momento yo no sabía lo que era el potencial. Y Shameika no era agradable ni era mi amiga, pero me vio. Soy renegada, graciosa y cálida. Soy un buen hombre en la tormenta. Y cuando la lluvia sea torrencial lo recordaré”.
Sigue la canción que da nombre al álbum –grabado en su casa con David Garza, Amy Alileen Wood y Sebastian Steinberg en variedad de instrumentos, ella también en batería–: un folk jazzero que parece respirar, donde más se siente la calidez hogareña, con la percusión informal y al final los ladridos de su perra, la perra de la amiga que se mudó con ella, Zelda Hallman, y de la joven modelo y actriz Cara Delevigne, ahí en un coro gatuno. Parte de una etapa de más mujeres en su vida. La amistad se puede decir que es un tema en el disco. La amistad que no fue –“una chica puede desviarme la mirada y matarme”–, la que es –“For Her”, “Drumset”–, la que podría ser, pensando en la futura amante de un ex, la ex esposa de un ex, la nueva novia de un ex, en la sensual balada “Ladies” o la feroz “Newspaper”: “A mi manera me enamoré de vos, pero él me convirtió en un fantasma”.
No hay, igual, destinatarios únicos: las historias se mezclan, los personajes conviven; las canciones son frases escritas hace años, pensadas hace más, vividas hace más. “La maldad es un deporte de relevo, cuando el que se cansa gira para pasar la posta”, llevaba en un cuaderno desde los quince años. Algo que ahora piensa en relación a las redes, ese mundo ineludible donde Fiona cree que, de crearse un perfil, entraría en una rueda de odio –“me molesta que nadie los contradiga, me molesta que se tengan entre ustedes, me molesta que sean tan seguros”–. Convirtió la frase en una especie de frenético canto tribal: “La maldad es un deporte de relevo, cuando el que se cansa gira para pasar la posta”. Otra de las que hará longevas a estas canciones. “Rogaría por disentir. Pero rogar disiente conmigo”, arranca “Under The Table”, en un agudo a capella, para luego contar la historia con lentitud plutoniana, sobre un piano eclesiástico: “Te dije que no quería ir a esa cena. Sabés que no me mueven esas cosas que a vos te importan. Así que cuando dicen algo que empieza a hacerme hervir, ese vino fino no va a apagar este fuego. Pateame por abajo de la mesa todo lo que quieras, no me voy a callar”.
El círculo cierra perfecto entre incluir en los créditos a los pueblos originarios de la tierra donde está su casa, y que Fetch the Bolt Cutters se esté escuchado en una situación de reclusión generalizada. Es la primera vez que Fiona Apple está lista antes que la disquera. Pensó especialmente en quienes atraviesan convivencias no satisfactorias –“quizá necesitan ponerse unos auriculares para alejarse, y la música los ayuda a sacar los sentimientos que les quieren gritar a esas personas”, dijo–. Indicador o no, el disco está cuarto en la lista de Billboard, las estrellas lo recomiendan, tiene a los periodistas embobados, a su eterna red de fans agradecidos por estas trece canciones incisivas, ambivalentes, llenas de groove y rabia transformada, que hacen de verdad sentirse más grande y más fuerte.