Los factores de la producción en la economía son tres:
1. La tierra por su fertilidad.
2. El capital por las decisiones de inversión.
3. El trabajo que transforma unos productos en otros.
Cada uno de ellos es productivo y su combinación constituye la colaboración o cooperación para la producción de bienes y servicios. Todos son importantes, pero el decisivo es el capital, porque sin él no habría inversión en la tierra, ni proceso productivo alguno y el trabajo no tendría medios en los cuales desempeñarse.
Palabras más palabras menos, esto es lo que se enseña en todas las instituciones secundarias y terciarias (Ciencias Económicas de las universidades) como la estructura básica de la economía “moderna” e inicio de la comprensión de cómo funciona el sistema. Es el sentido común llevado a argumento “serio” irrefutable.
Pues bien, la actual pandemia ha venido a desmoronar tal “sentido común” y en convertir en falaz su “serio” argumento justificatorio. Diarios, noticieros televisivos y radiales, revistas especializadas titulan sus notas e informaciones siguiendo una pauta común: el coronavirus ha puesto a los gobiernos en el mundo ante la encrucijada de enfrentarlo con las medidas que eviten o disminuyan su propagación, mediante el aislamiento social, cuarentenas rigurosas, prevenciones generales, dejando que la “economía” se hunda por la obligada ausencia de los trabajadores en las empresas salvo la producción esencial como alimentos, medicamentos, transporte, comunicación, salud o sostener la actividad económica y aún estimularla, adoptando medidas sanitarias de tiempos “normales”.
La disyuntiva es: ¿salud de la población o economía de las empresas?
No importa que la disyuntiva sea falsa, así está planteada por medios masivos de comunicación y redes digitales, apoyada y estimulada por ciertos grupos corporativos pretendiendo que se ha exagerado en la peligrosidad del contagio y, además, en que “paralizar” la economía llevará a una enorme recesión cuyas consecuencias serían más dramáticas y de mayor gravedad, que las que produciría la propia pandemia. “La economía no puede parar”; “la producción debe seguir”; “una epidemia no es motivo para el cese de las actividades”; “el desempleo que seguramente provocarán las medidas sanitarias serán de una consecuencia catastrófica”.
Pero ¿cómo? ¿No era que el capital y la tierra son ellos mismos productivos? ¿Por qué sus propietarios no los ponen a producir, por qué no hacen que se “muevan” y produzcan? ¿Dónde están los robots? ¿Dónde las cadenas automáticas de montaje? ¿Dónde está la famosa eliminación de los trabajadores en la producción fabril capitalista? ¿Y los empleos “virtuales” y/o “digitales” que reemplazarían a los “obreros fabriles”?
Ha quedado desnuda la falsedad empresarial y la de sus apologistas: sólo el trabajo es productivo. Sólo el trabajo produce: las cosas por sí mismas no producen ni consumen.
Maquinarias, materias primas, materias auxiliares, instalaciones, bienes muebles, rodados, cadenas de montaje, sin el trabajo de los asalariados nada pueden ni nada hacen. Tampoco producen ni el dinero ni los papeles llamados “activos” financieros. “El trabajo es la levadura que, echada al capital, lo hace entrar en fermentación”, decía Marx. (Grundrisse; Siglo XXI Editores; 1971; I; p. 238).
Siempre era evidente que la sociedad se sostiene, produce y se renueva por la actividad de los trabajadores asalariados, pero esta verdad incontrovertible fue y es opacada en su transparencia y nitidez diaria por el “sentido común”, que es una elaboración de los capitalistas transmitidas por sus empresas de difusión ideológica y política que hacen llamar “periodismo”.
Todos los miembros trabajadores de la sociedad desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos acostamos por la noche sólo tenemos contacto entre trabajadores. Fábricas, negocios, transporte, alimentos, comunicación, entretenimientos, educación, salud, todo, absolutamente todo, lo hacemos los trabajadores, componemos una sola clase: la de los trabajadores asalariados.
Los propietarios jamás aparecen ni son conocidos por los trabajadores en cada empresa. Pero son ellos, sin embargo, quienes se llevan los resultados de nuestro trabajo, se apropian del trabajo ajeno, acumulan a costa del trabajo social. Va siendo hora de terminar con esta desigualdad flagrante e indignante al mismo tiempo, que constituye sin dudas una enorme carga económica impuesta a la sociedad la de esta fracción ociosa y licenciosa.
¿O no es indignante que el dueño de Techint, Paolo Rocca, afirme: "¿Cómo vamos a pagar sueldos a empleados que no trabajan? A él le parece lo más natural del mundo que sí él, que no trabaja, nunca trabajó ni trabajará, se “pague” con la apropiación de las ganancias y de los subsidios estatales sin haber producido absolutamente nada, sin haber contribuido al proceso productivo real, o sea sin “ganarse el pan con el sudor de su frente”. El descaro impune de Rocca muestra con elocuencia que el ocio, el derroche y los argumentos falaces para justificarlos, son formas particulares de la apropiación de la riqueza socialmente producida por quienes no trabajan pero mandan.
Ahora sí se ha vuelto visible y contundente: no es la posesión de un patrimonio dinerario ni de la tierra lo que vuelve rico a sus propietarios, y pobres a los trabajadores, sino el control déspota sobre el trabajo de estos últimos. Uno es el que “manda” por ser dueño y otro es quien obedece y trabaja por no ser dueño.
Estamos en el tiempo en el que la clase trabajadora asalariada va tomando conciencia, demasiado lentamente quizás, de que toda la riqueza que produce no tiene sentido de que sea apropiada por la clase propietaria no-trabajadora pero sí dilapidadora. Al volverse conscientes los trabajadores de que son los únicos productores en sostener una pequeña casta innecesaria de ociosos e inútiles que no producen, el capitalismo ha entrado a sobrevivirse, históricamente, en una existencia lábil y puramente negativa (especulación financiera; violaciones jurídicas, desprecio constitucionales; armamentismo; invasiones; usurpaciones, guerras devastadoras) y hasta artificial como base del proceso social de producción. Ha llegado el momento de que los trabajadores asalariados del mundo despierten y se unan.
* Economista. Ex-docente e investigador Universidad Nacional de Luján (UNLu). Ex-docente UBA.