Escribo al tiempo que me pregunto, ¿qué me está enseñando la covid-19?
Estos días de pandemia me encuentran trabajando en dos dispositivos pensados para la atención rápida en situaciones de emergencias angustiosas; uno desde una institución psicoanalítica y otro en un ámbito municipal. En el inicio del armado de los mismos aparecían cálculos de situaciones angustiosas, dramáticas. A más de un mes de funcionamiento, observo que, sin pretender exhibir un muestreo estadístico, los consultantes a los dispositivos no lo hacen por desbordes dramáticos sino por cuestiones no muy diferentes a las cuestiones previas a la pandemia. Colegas me confirman mis observaciones. Más aún, ya por fuera de estos dispositivos, varios colegas me dicen que en la actual y coyuntural práctica remota con los pacientes en tratamiento, ellos continúan hablando de sus problemáticas habituales, sin que la pandemia ocupe un lugar significativo.
¿Los psicoanalistas suponemos un acontecer dramático cuando un real nos sorprende?
Con las torres gemelas muchos psicoanalistas se pusieron a escribir con tonos dramáticos acerca de lo mortífero del Islam. Hoy los intereses del Islam que financiaron acciones terroristas, reciben la mayor venta de armamento bélico de la historia y por primera vez hacen operaciones aéreas conjuntas con Israel para atacar a Siria. Hoy el tema del horror del Islam está fuera de agenda. Espero no tener que empezar a leer ahora trabajos de psicoanalistas que se ocupen con tintes dramáticos de un accionar mortífero desde el ámbito chino.
A menudo escuchamos presentaciones clínicas con intensos pronósticos dramáticos. Por supuesto que la covid-19 es un real que nos angustia. Continuaremos con los cuidados, luego vendrá la vacuna y nos seguiremos subiendo a los aviones.
Lo real no es dramático; sólo es real.
La covid-19 no es un real delimitado. Cabe decir que, utilizo el término real para designar de un modo simple a lo que no tiene sentido. El desarrollo actual de la pandemia nos muestra que se van agregando día a día nuevos efectos en el cuerpo como sangrados, coagulación, ACV, etc., los que producen un efecto de angustia, un efecto de vacío que ningún sentido puede llenar, lo que no se puede capturar con el sentido. Está en la estructura humana el anhelo de estabilizar un sentido; para el caso, que nos permita dominarlo con una vacuna.
En circunstancias así, ¿qué tiene para ofrecer el discurso analítico? Llenar de sentido esos vacíos. Por supuesto que no.
Ahora bien, ¿nos desentendemos del sentido? Jacques Lacan nos dice que “El efecto de sentido exigible del discurso analítico no es imaginario, tampoco simbólico, es preciso que sea real.” Diría que lo esencial de nuestra práctica analítica apunta al sentido real; poder vivir con el desafío que hay un punto de fascinación en el que el sentido se fuga. Entonces, no se trata de dramatizar lo real, ni negarlo, ni ridiculizarlo. Veré que más podré aprender después de transitar toda la experiencia de la pandemia.
*Miembro de la EOL y de la AMP.