Selah y las Espadas 7 puntos
Selah and the Spades, EE.UU., 2019.
Dirección y guion: Tayarisha Poe.
Fotografía: Jomo Fray.
Duración: 97 minutos.
Intérpretes: Lovie Simone, Jharrel Jerome, Celeste O’Connor, Ana Mulvoy Ten, Jesse Williams.
Estreno en la plataforma Amazon Prime Video.
“Hay que enviar un mensaje”, dice, como podría hacerlo un jefe mafioso, Selah, líder de las distintas “facciones” de un colegio secundario en el estado de Filadelfia. El mensaje consiste, claro, en el castigo brutal a un desobediente, de manera de alertar al resto del estudiantado sobre aquello a lo que se exponen, en caso de poner los pies fuera del plato. Programada en la última edición del Festival de Sundance, Selah y las Espadas analiza la compulsión por el poder y la competencia presentes en la sociedad estadounidense, tal como se manifiesta entre estudiantes secundarios de clase media-alta. Selah y las Espadas es una película de mafiosos, pero en ámbito escolar. Sin pasar por los cines, la película fue a parar directamente a la plataforma Amazon Prime Video, que es donde puede verse en Argentina.
El cine y la televisión de los Estados Unidos familiarizaron al espectador con las formas de ejercer el poder en el high school, que generalmente pasan por las chicas más “populares” y los varones que se destacan en rugby o básquet. En el Haldwell School for Boarding and Day Students la lucha por el poder no se da entre pandillas, o las conocidas “hermandades”, sino al interior de un sistema de “facciones”, cada una de las cuales se ocupa de distintas “tareas” de interés. La facción de las Espadas tiene a su cargo la provisión de “alcohol, píldoras, polvos y diversión”, según se detalla en off en la secuencia inicial. A propósito, ninguna de esas sustancias se regala: se cotizan a altos precios. Y se guardan en un arcón bien custodiado. El sistema está organizadísimo, con todos los alumnos bajo presión para rendir culto al Dios de la Eficiencia, y reuniones “ampliadas” de todas las facciones para discutir temas de importancia. Si por importancia se entiende decidir cuál es la broma que le van a hacer a las autoridades, u organizar el famoso “baile de promoción”.
La líder de las Espadas es Selah, una chica afroamericana del último año (la mayor o menor veteranía es, como se sabe, otra de las estratificaciones del poder en los colegios secundarios estadounidenses), que ejerce su posición con mano de hierro y no pocas intrigas. Tal como está estipulado, Selah debe elegir sucesora para después de su egreso, y cree hallarla en una recién ingresada (viene de otro colegio) llamada Paloma, que se dedica a la fotografía. No es un rol seguro: algo sucedió entre Selah y su anterior protegida, que terminó con ésta chocando un auto en el campus y siendo expulsada del colegio. Hija de una madre exigente hasta la locura (cuando la hija le cuenta que sacó 93 en un examen, le pregunta qué pasó con los siete puntos que faltan), Selah parece estar en permanente estado de tensión, como obligada a portar una máscara --la que corresponde a su rol-- que, como al hombre de la máscara de hierro, la daña a la vez que la protege.
En la visión de la realizadora y guionista debutante Tayarisha Poe, el poder es una pesada máscara, que no se lleva gratis. En aras del poder Selah sacrifica su vida privada. No sólo no se la ve sonreír en toda la película (salvo en una escena en la que ensaya hacerlo frente al espejo) sino que confiesa no salir con chicos ni tener sexo, porque “no le interesa”. La relación con Paloma es ambigua: en algún momento la trata de “mi amor”, y entre ambas se envían mensajes con corazoncitos. Pero no pasa a mayores. No por nada una de las protagonistas es fotógrafa: Tayarisha Poe tiene ojo de tal. Selah y las Espadas es una de las películas mejor encuadradas que se hayan visto en bastante tiempo. Cada encuadre parece hecho con tiralíneas, y la fotografía en alta definición le permite a la realizadora jugar, en más de una escena, con tonos fluo (en el líquido con que se rellenan unos vasos, en los revolvedores para tragos en la fiesta de promoción). En las dos fiestas que jalonan el relato la cámara no se queda quieta. La primera está fragmentada en planos cortos (pero no frenéticos), mientras que la última acompaña el mareo de una chica a la que le pusieron demasiados “polvitos” en una botella. Más allá de alguna exageración en el rol de la protagonista como una suerte de Lucrecia Borgia moderna, y de alguna convención en un final no tan trágico como se anuncia, esta ópera prima muestra a una realizadora cuyos pasos habrá que seguir.