Luego de numerosas postergaciones, China parece lista para usar su propia criptomoneda, la primera de este tipo en ser avalada por un Estado y equivalente a la moneda de curso legal.
Las criptomonedas en general son formas digitales de dinero protegidas por algún tipo de cifrado. Las más conocidas que irrumpieron en la escena en los últimos años son las que se basan en un sistema de controles llamado blockchain. Entre ellas se destaca bitcoin
cuya principal característica es su control distribuido y la imposibilidad (supuesta) de que una o pocas personas la controlen.
Pese a no contar con el aval de una banca central o alguna autoridad oficial, algunas criptomonedas lograron lo imprescindible para considerarse dinero: ser aceptadas como portadoras de valor. Su difusión y la especulación en torno a ellas plantearon un problema para los gobiernos porque los movimientos pasan a estar en una caja negra inaccesible para cualquier control. Es por eso que en algunos países, en particular China, prohibieron recientemente su uso y el procesamiento necesario para su funcionamiento: en China tenía lugar cerca del 70 por ciento del minado global de bitcoin.
Las grandes corporaciones, ansiosas de ampliar sus negocios a otros sectores rentables, también pusieron el ojo en esta tecnología. Facebook en particular, propuso su propia criptomoneda, Libra
, para realizar transacciones “sin fricción”. Los bancos parecieron haber aprendido la lección de las empresas cinematográficas, hoteleras, medios de comunicación y otras víctimas de la digitalización, y salieron rápidamente al cruce reclamando al gobierno más controles. El proyecto no pudo dar respuestas claras y quedó en un limbo.
FRONTERAS
Pese a las idas y vueltas el interés por el dinero virtual continúa. China, luego de prohibir el bitcoin, se puso a la cabeza de la primera implementación de una criptomoneda soberana basada en blockchain. Diseñó la Moneda Digital/Pagos Electrónicos o DCEP por su sigla en inglés.
Se especula que el repentino apuro por la implementación luego de años de amagues tiene que ver con la amenaza que representan monedas como la de Facebook: una vez que los hábitos se instalan, es muy difícil para los competidores ganar una parte del mercado. Otra razón es el terreno abierto por la cuarentena y la multiplicación de transacciones digitales.
En abril circularon por primera vez imágenes de una billetera virtual y representantes de la banca central china y empresas asesoras brindaron algunas explicaciones oficiales sobre el proyecto. Así se supo algo en principio bastante obvio: que su control será centralizado y monitoreado por la banca central, es decir, que ésta sabrá exactamente quién le pagó a quién, cuánto y cuándo. Esto, aseguran desde el gobierno chino, reducirá la corrupción ya que cada centavo podrá ser rastreado desde los servidores centrales.
Otra característica es que esta moneda virtual estará respaldada por yuanes en circulación y podrá ser usada de la misma manera que el dinero electrónico en ese país. En China el pago electrónico está tan extendido que las autoridades deben recordar a algunos negocios la obligación de aceptar billetes. En ese sentido, los consumidores chinos no notarán una gran diferencia respecto de lo que ya hacían.
¿Qué efectos tendrá esta nueva moneda? Es difícil prever exactamente qué cambiará por el DCEP, pero es posible especular con algunas posibilidades. En primer lugar, China toma la delantera con un desarrollo que otros amagaban utilizar pero no concretaban. Lejos de su reputación de simple imitadora de tecnologías ajenas, en este caso como en el 5G, demuestra que es capaz de abrir fronteras. La tecnología detrás del DCEP ya está disponible y, aseguran sus voceros, puede procesar trescientas mil transacciones por segundo, un número capaz de evitar cuellos de botella incluso durante los picos de demanda.
El mayor éxito de la criptomoneda china sería que se utilice en todo el mundo. La apuesta de máxima es que reemplace al dólar en las transacciones internacionales y socave el poder financiero de Estados Unidos. La posibilidad técnica del yuan digital, como algunos lo llaman, de integrar otros servicios resulta ideal para empresas que buscan formas de reducir las comisiones y los requerimientos de los bancos. Esta capacidad puede hacerla muy tentadora y transformarla en una moneda de curso global, confiable, simple, avalada por un Estado y al alcance de cualquier empresa tecnológica que busque formas de monetizar su desarrollo. Se trata de especulaciones: por ahora no está claro cómo ni cuándo el gobierno chino promoverá su uso internacional.
El proyecto involucra, además de a la banca central china como emisor, a tres de los cuatro bancos más grandes del mundo: el Banco Industrial y Comercial Chino, el Banco de China y el Banco Chino de Agricultura. También son parte del proyecto las corporaciones Alibaba y Tencent. Estos y otros actores serán los primeros en recibir la nueva moneda y distribuirla, una pequeña muestra de la fuerte alianza entre Partido, gobierno, finanzas y corporaciones tecnológicas detrás de un proyecto de punta con impacto global. Además se invitó a otros socios para hacer las primeras pruebas: entre ellos se cuentan nada menos que Starbucks y McDonalds, dos empresas asociadas a la idiosincrasia estadounidense.
Desde fines de año pasado se habla de un inminente lanzamiento que aún no se concreta. Los rumores insisten en que las primeras pruebas se harán en mayo y el lanzamiento público en noviembre, pero la habitual opacidad de los proyectos de ese país no permiten dar nada por sentado. Lo más probable es que cuando efectivamente ocurra, los ecos lleguen de a poco desde el lejano oriente.