Hay una época en que Mendoza recibe a sus turistas con las mejores uvas que nunca podrán probar. Ocurre entre febrero y marzo y, si se llega en avión, es una literalidad: aún no hemos escaneado nuestros bolsos para salir del aeropuerto cuando una mujer se acerca con un paquete de uvas rojas, enormes y dulces. Llegamos a la capital provincial que se yergue como referencia en materia de vino en todo el mundo y que representa a toda una provincia con las mejores condiciones para el cultivo del vid, con la uva Malbec a la cabeza. Estamos, además, en la época en que Mendoza celebra su propia primavera, el momento más importante de toda la provincia, la fecha en que los municipios disputan el reinado de la uva: la vendimia.
CIUDAD DE SOL Y VINO Para la mayoría de los turistas Mendoza es un punto para hacer base y disfrutar de excursiones en sus alrededores, pero la ciudad se vale por sus propios puntos de interés. Un buen recorrido que los presenta en pocas horas –especialmente útil para quienes se quedan unos pocos días– son los buses que parten desde Plaza Independencia y recorren los principales museos y plazas, así como el centro de la Mendoza colonial, una versión de la ciudad previa al terremoto de 1861 que obligó a reconstruir y trasladar la capital.
Para cualquiera que llegue desde una ciudad donde el sol fríe el cemento y las paredes emanan calor será particularmente agradable encontrarse con esta ciudad dominada por los árboles. A pesar de estar enclavada en el desierto andino, la capital es un oasis y unos 45 mil forestales copan sus calles, dan batalla feroz a las baldosas y una sombra amable a sus veredas. Hay moreras en un 40 por ciento. Le siguen fresnos, plátanos, acacias y paraísos. “Al ingresar a esta calle, tenga cuidado con las ramas de los árboles”, advierte una voz por el altoparlante del bus turístico. Acto seguido, se mete como un latigazo un brazo verde por el costado del colectivo. En cada calle, pero aún más cuando nuestro transporte dobla, se vuelve todo un ejercicio de reflejos y atención evitar que la naturaleza le ponga a uno un cachetazo en la frente.
Buena parte del recorrido está dedicada al Área Fundacional, donde se conservan restos de lo que fue la primera fundación de la ciudad, una zona rodeada por la Plaza Pedro Castillo, la Iglesia Matriz y el Cabildo. También en este barrio se puede visitar el Museo de Área Fundacional, que reconstruye la historia de la ciudad desde los pueblos indígenas que la habitaron y exhibe una vasta galería de obras de artistas de toda la provincia. Aunque para ver algo de esa Mendoza colonial no hace falta entrar a un museo: todavía hoy, en la intersección de Ituzaingó y Beltrán (justo frente de la plaza Castillo), se pueden ver las ruinas del templo jesuítico San Francisco, el lugar donde se juró por primera vez la bandera del Ejército de los Andes.
El terremoto de 1861 fue una verdadera catástrofe para Mendoza. Se produjo durante la noche, en un momento en que muchas personas se encontraban en sus casas. El temblor, además, causó incendios, y el desconcierto, saqueos. Después de cuatro días el fuego pudo ser controlado, pero la ciudad debió ser reconstruida. Por ese entonces se creía que si se movía el centro a la zona donde hoy está la Plaza Independencia, con calles más anchas y con otras cuatro plazas en sus alrededores, sería mejor la evacuación de la ciudad.
Para conocer el espacio verde más grande hay que meterse en el Parque General San Martín, una de nuestras últimas paradas: más de 307 hectáreas de parque donde los mendocinos pasean, hacen ejercicio o se tiran en el pasto a ver cómo los demás hacen deportes. Mientras en otras ciudades las plazas se enrejan y los espacios verdes se achican, el Parque San Martín se ha ido extendiendo a lo largo del tiempo. Además de ser el sistema respiratorio de una capital provincial, el parque alberga algunas de las instituciones más destacadas de Mendoza, como el Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas y la Universidad Nacional de Cuyo. También está el lago, bordeado de un lado por el club de regata y, del otro, por el rosedal. El zoo de Mendoza, conocido por funcionar en un entorno natural, también está dentro de los límites de este parque, aunque de momento se encuentra cerrado. Algunos mendocinos refunfuñan por la medida, pero igual que ocurrió con el zoo porteño y con otros del país, será convertido en Ecoparque.
Parte de este enorme predio también es el anfiteatro Frank Romero Day, conocido como el teatro griego, sede del Festival de la Vendimia cada año. En la edición 2017 el anfiteatro fue víctima primero de un golpe climático, cuando durante un temporal ocurrido una semana antes el viento voló parte de la estructura del escenario. Luego, durante un ensayo, una grúa que trabajaba dentro del teatro se desplomó durante un ensayo. A pesar de eso, las tres noches se celebraron en tiempo y forma previstas, aunque no sin algunas tensiones. Al término de cada número de presentación, donde el cuerpo de bailarines monta un show de una hora que recorre la historia nacional y recuerda a los artistas de la provincia, el grupo se manifestó con banderas que pidieron una Vendimia digna y segura.
LOS SECRETOS DE BACO Como Mendoza es sinónimo de vino, y dado que al volver de su visita todo el mundo pregunta cuánto vino se ha probado, no se puede dejar la provincia sin visitar, al menos, una bodega. López es una de las más grandes y, para quienes estén por la ciudad unos pocos días, de las más accesibles. En un paseo de unos cuantos minutos y partiendo desde el centro de la ciudad el tranvía llega hasta Godoy Cruz, en su última estación. Bajar en la última parada y caminar unas pocas cuadras es todo lo que hay que hacer: cada una hora empieza un recorrido (guiado y gratuito) por toda la planta. Allí Daniela, nuestra guía, nos muestra todo el recorrido que hace la uva hasta convertirse en la bebida que hace famosa a la provincia. Del camión a la separación de lo que no se utiliza, en la bodega López se puede ver todo. También una pasta poco vistosa hecha de todo lo que no sirve para hacer vino, que se convertirá en fertilizante o en aromatizante para perfumería: nada se pierde, todo se transforma.
Por último, nuestra guía anuncia la próxima actividad y desata algún festejo en el grupo: vamos, ahora, a testear la producción de la bodega. Nos lleva al subsuelo y saca una caja con copas. Nos da las coordenadas básicas para probar primero un vino blanco, dulce, suave. Y luego un tinto con mezcla de varietales. Dice que este orden alterará menos la percepción del gusto y cuando sirve la primera ronda de copas nos explica que debemos sostenerlas desde el pie para no darle temperatura, y sostener la copa sobre un fondo blanco para evaluar su cuerpo y color. Hay que agitarlo, dice después, y explica las consecuencias de la fuerza centrífuga en la bebida. El aroma se mete con fuerza y es una fiesta para el olfato. Luego, dice, el vino debe dar un paseo por toda la boca. Finalmente nos toma lección: qué olimos, qué sentimos en la boca, qué sensación dejó. Quien haya puesto un solo sentido en esta tarea, habrá reprobado.