No muchos extranjeros conocen la existencia del lugar, e incluso no muchos rusos. Peredelkino es la villa que el líder soviético Joseph Stalin construyó especialmente para los escritores de la URSS, después de una conversación con el popular escritor Maxim Gorky. Según reza una leyenda propia del lugar, Stalin preguntó a Gorky, tras un viaje al extranjero de este último, dónde vivían los escritores foráneos. El escritor, protegido de Lenin y autor de obras históricas como Los Bajos Fondos o Pequeños Burgueses, contestó que residían en villas retiradas de la ciudad, y entonces Stalin le encargó escribir una lista de 50 escritores que fueran merecedores de pasar sus días en un sitio similar.
El lugar elegido para la construcción de la villa fue un bosque en la región de Peredelkino, sobre una serie de terrenos que pertenecían a una familia noble durante los tiempos de la Rusia imperial. El sitio es un campo poblado de tilos, pinos, abetos y abedules esbeltos, cruzado por caminos irregulares de asfalto precario, donde emergen antiguas casas de veraneo de dos plantas, con portales y galerías elevadas del suelo al estilo alemán, entre otras recientemente edificadas, que con sus murallas de piedra, sus cámaras de seguridad y sus grandes ventanales acristalados encajarían mejor en algún barrio privado de Miami.
A pesar de la avanzada snob de los nuevos ricos rusos en la zona, Peredelkino podría conservar un aire bucólico y romántico para ser apreciado por los amantes de la literatura. Sin embargo, esta villa histórica también guarda un pasado oscuro e incluso mortal, que recuerda las peores prácticas del régimen estalinista.
EL MUSEO DEL POETA En cualquier caso, gracias al poeta Yevgeny Yevtushenko (90) y a los familiares del también poeta y novelista Borís Pasternak, que decidieron donar sus antiguas dachas (casa de verano) para convertirlas en museos, junto al encanto natural del lugar, uno puede rememorar el pasado más luminoso de este bosque cautivador.
El museo de Yevtushenko es un sitio construido especialmente para exhibir pinturas que adquirió o recibió el poeta, además de fotografías que él mismo tomó o le sacaron. Así, por ejemplo, en un escaparate se exponen imágenes de encuentros que mantuvo Yevtushenko con Fidel Castro en Cuba; con Robert “Bobby” Kennedy en su departamento de Nueva York; con Pablo Picasso en España; con Gabriel García Márquez en Medellín, o con Federico Fellini a la salida de un cine en una ciudad italiana.
Distribuidas sobre las paredes de otra habitación se aprecian fotografías que el poeta tomó en viajes por la Rusia profunda; retratos de partisanos italianos; paisajes y rostros del continente asiático, y otras sobre la cultura de Medio Oriente. Algunas son incluso de 60 o 70 años atrás, y muestran al poeta junto a amigos en un barco por la región rusa de Siberia, o bien en una lectura de sus poesías, con un inocultable sesgo juvenil y zapatillas de lona gastadas, al estilo de los Ramones pero con aire soviético.
En otro cuarto se halla una gran exposición de arte de la URSS con obras de Victor Sidorenko, Yuri Vasiliev y Marc Chagall; y otras de origen occidental y de autores muy populares como Jean Miró, Jean Cocteau o el propio Pablo Picasso, a quien Yevtushenko compró una obra durante una visita en su casa en 1962.
Entre las exposiciones se encuentran también algunos objetos pertenecientes al poeta, entre los que destaca una revista Time de 1960 en la que se presentaba a Yevtushenko como parte de la nueva generación de poetas rusos. Y más llamativo aún, un bastón que perteneció al escritor estadounidense Mark Twain.
Del poeta que cautivó al pueblo ruso y llenó estadios de fútbol en el exterior leyendo sus poemas se exhibe unas pocas líneas escritas en inglés. Por lo tanto, si se quiere estar al tanto de jugosos detalles sobre su vida en relación a las obras expuestas, hay que aprender ruso y escuchar a la señora que ofrece las visitas guiadas.
Por supuesto, en el museo no hay rastros sobre su controvertido pasado en relación a las denuncias que realizó, entre otros, el escritor Joseph Brodsky, quien acusó al poeta de ser condescendiente con el poder soviético.
MUSEO PASTERNAK A unos trescientos metros, avanzando entre las angostas calles y con cuidado de no hundir el zapato en un charco o patinarse con los restos de hielo que deja el fin del invierno en esta época del año, se llega a la calle de Gogol, y al museo de Pasternak.
Antes de ingresar en la propiedad uno se encuentra con un portón abierto, que da ingreso a un sendero con filas de árboles a los costados. A unos 30 o 40 metros se observa una casa de color granate con forma de cilindro en el frente, un techo a dos agua con restos de óxido, la salida de una chimenea al fondo y al frente unos ventanales blancos con papeles pegados, que no se sabe si son fotografías o documentos. El jardín que rodea a la casa, de dimensiones generosas, permanece ahora cubierto de una capa ancha de nieve blanca y pura.
En este museo se ofrece sobre todo una visión del interior de la propiedad tal como estaba en los últimos años en los que la utilizó Pasternak. El escritor se mudó allí en 1960 y vivió hasta el 10 de febrero de 1980, cuando falleció en una de sus habitaciones. Esta última precisamente es un cuarto austero con una cama pequeña, una mesa de luz, y un caballete al lado de la ventana que mira hacia el jardín. Sobre el soporte hay una imagen del rostro durmiente de Pasternak, el día que dio su último respiro sobre la cama de esa habitación.
Otro de los cuartos interesantes de la casa está ubicado en la segunda planta, y es donde el escritor trabajaba y ocasionalmente dormía.
Se trata de un sitio espacioso. En un extremo se conservan dos camas, una de ellas de hospital, una biblioteca con libros antiguos, un armario, y cerca de él un sobretodo, una bufanda y unas botas de invierno, que Pasternak utilizaba para sus largos paseos por los alrededores de su casa.
En el otro extremo, en perpendicular a un gran ventanal, hay un largo escritorio con una lámpara, y detrás un mueble secreter antiguo que a su lado tiene una biblioteca con solo algunos libros. Según solía decir Pasternak, “el poeta debe tener una mesa, una silla y una cama. La imaginación creará el resto”. Por esa razón no quería ni siquiera tener demasiados libros. Solo conservaba allí una selección de poemas de Alexander Blok, textos originales de Goethe y Shakespeare, un viejo diccionario ruso alemán y una Biblia.
La casa de Peredelkino fue para Pasternak una especie de segunda vida como escritor. Después de diez años de silencio escrito, el novelista se instaló en la dacha y superó progresivamente su incapacidad para producir nuevos textos. Allí escribió su obra saliente, Doctor Zhivago. La poeta Anna Ajmátova, a quien Pasternak cortejaba, lo explicó así: “Apareció la dacha, al principio para los veranos, después también para los inviernos. De hecho, abandonó la ciudad para siempre. Allí, en los alrededores de Moscú, se encuentra con la Naturaleza. Durante toda su vida, la naturaleza fue su única y verdadera Musa, su interlocutora secreta, su Prometida y su Amante, su Esposa y su Viuda...”.
Lamentablemente, algunas casas famosas no están tan cuidadas o exhibidas como las de Yevtushenko y Pasternak. Es el caso de la propiedad de Kornei Chukovski, un conocido cuentista infantil, cuya propiedad es reconocible por un cartel destartalado que cuelga de un viejo perímetro de madera. Otro caso es la dacha de donde fue arrancado el escritor Isaac Babel en 1940 por el NKVD, el comando policíaco soviético que perseguía, torturaba y asesinaba personalidades que Stalin consideraba desleales.
La historia de este gran dramaturgo y periodista ruso de origen judío, a quien Jorge Luis Borges ya le dedicó un texto (no especialmente generoso) en 1938, es tan propia de Peredelkino y de Rusia como la de Yevtushenko y la de Pasternak. Su muerte aún confusa (ver la nota de Juan Forn en el Suplemento Radar de PáginaI12), representa uno de los rostros diversos de la URSS, cuyo pasado alberga éxitos artísticos como la novela Doctor Zhivago, y pérdidas dramáticas como la de Isaac Babel.