Una tarde de primavera, con un capuccino o un helado sobre la mesa y la vista del puerto de Trani iluminado por un sol oblicuo. La gente que va y viene dispersa partes de su conversación en el aire; las gaviotas se arremolinan y a lo lejos se divisa la silueta de los antiguos edificios de la ciudad como un cerco dibujado por los siglos. A 40 kilómetros de Bari, Trani es un pequeño mundo aparte que fue definitivamente signado por la agitada historia de Puglia, el extremo noreste de la bota italiana, siempre codiciado por pueblos extranjeros y aventureros de todo tipo. Aquí han sido los romanos, los lombardos y los bizantinos los que dejaron huella; sobre esa huella se construyó una ciudad que brilla por la riqueza de sus monumentos arquitectónicos, la pesca, la producción de vinos y de aceite de oliva: toda una síntesis de la dolce vita mediterránea.
TIEMPOS MEDIEVALES La Tabula Peutingeriana es un antiguo mapa de los itinerarios de ruta del Imperio Romano, trazado por primera vez en el siglo IV y del que solo se conocen copias: en una de ellas, datada en el siglo XIII, aparece Turenum, la actual Trani, que según la leyenda debe su nombre al hijo de Diomedes, uno de los héroes de La Ilíada.
Hoy día está dividida en tres partes principales: la zona moderna, el barrio del siglo XIX y el casco antiguo, que funciona como corazón de la vida social gracias a sus bares y restaurantes, asomados sobre las callecitas angostas de origen medieval cuidadosamente restauradas. Aquí hay que darse un tiempo sí o sí para probar las especialidades locales, especialmente el guiso de papas, arroz y mejillones con cebollas, ajo, perejil y aceite de oliva; y sobre todo las orecchiette –amasadas a mano en la vecina Bari– con una salsa a base de grelos (a las que se agregan en Trani pimienta y anchoas). También el puerto de Trani es un lugar ideal para visitar, temprano por la mañana cuando llegan las barcas de los pescadores, o al atardecer para comer y tomar algo con vista al mar.
Las crónicas veraniegas de todos los años, cuando las ciudades marítimas del sur de Italia brillan gracias a la cercanía de playas increíbles y los puertos donde anclan lujosos yates y veleros en sus recorridas por el Mediterráneo, gustan de reiterar lo que es un secreto a voces: a los VIP del espectáculo les encanta Trani… y a la ciudad le encanta recibirlos con meridional discreción. El verano es una de la época más lindas para la visita sobre todo porque coincide con numerosos festivales patronales en toda Puglia, como el que se celebra con fuegos artificiales sobre el puerto de Trani.
RIQUEZA DE ANTAÑO La prosperidad de la ciudad tiene raíces bien antiguas: florecía ya en el siglo XI y su puerto se consolidó en tiempos de las Cruzadas, cuando se convirtió en el más importante del Adriático. Al punto que en torno al año 1000 se promulgaron aquí las Ordinamenta Maris, una serie de normas relativas a la navegación que se consideran el más antiguo código marítimo de época medieval. No es un dato menor que Trani haya tenido entonces un cónsul en la poderosa Venecia y en varios países del norte de Europa, del mismo modo que las principales familias de las repúblicas marítimas italianas –entre ellas Génova y Amalfi– tenían representantes establecidos en esta punta del sur. La otra particularidad local es la presencia de una importante comunidad judía, la mayor del sur de Italia en la Edad Media, precisamente la época en que nacieron aquí algunos de los grandes rabinos italianos. El auge de Trani coincide con el auge de esta comunidad, del mismo modo que la crisis de la ciudad es paralela a la persecución de los judíos bajo los gobiernos angevino y aragonés. Con el tiempo, los altibajos de la historia le permitieron recuperar brillo bajo la dinastía borbónica, e incluso fue capital provincial en tiempos de Napoleón. Todas estas capas sucesivas de la historia pueden leerse hoy en el centro histórico como si fueran las páginas de un libro, materializado en edificios y monumentos, en calles e iglesias que son el testimonio concreto de un pasado glorioso.
EL CASTILLO SUEVO Varias ciudades del sur de Italia, de Bari a Brindisi, de Andria a Cosenza, están jalonadas de castillos suevos construidos por orden del emperador Federico II, que había heredado del reino de Sicilia de su madre, la princesa normanda Costanza de Altavilla. Entre ellos el de Trani es uno de los mejor conservados y un elemento clave del sistema de castillos defensivos establecidos por Federico II sobre la costa de Puglia, muchas veces sobre la base de construcciones preexistentes.
Levantado sobre el modelo de los castillos de los cruzados en Tierra Santa, explícitamente defensivo de probables ataques desde el mar, el Castello Svevo –tal su nombre en italiano– tiene una sencilla base cuadrangular reforzada en los extremos por torres cuadradas de igual altura y está rodeado de una cinta amurallada en todo su perímetro, así como un foso inundado regularmente por el mar. Su silueta maciza, cercana a la emblemática catedral, es uno de los símbolos de la ciudad y sobre todo la manifestación visible de la voluntad de Federico II, que quiso sus castillos y palacios como una señal concreta de su sagrado poder real, generando propaganda y simbolismo sagrado a través de la arquitectura. Funcional a ultranza, este castillo era a la vez una fortaleza defensiva apostada vigilante sobre la costa, una residencia para la familia real y una sede administrativa del imperio.
El monumento que completa la historia de los poderes en Trani es la cercana Catedral de San Nicolás Peregrino, magníficamente ubicada junto al mar y un ejemplo sobresaliente de arquitectura románica levantado sobre una serie de construcciones religiosas medievales con una cripta y una iglesia superior. Ambos, castillo y catedral, se pueden apreciar desde el paseo de la Villa Comunale junto al mar, que cuenta también con un pequeño tren turístico. Muy cerca del duomo está también la Iglesia de Todos los Santos, con su herencia de los caballeros templarios.
Como tantas catedrales medievales, la edificación de la de Trani duró siglos, hasta que se completó en el siglo XIII con un campanario, contiguo a la fachada principal decorada con un rosetón, de 59 metros de altura. El interior conserva restos del pavimento original cerca del altar mayor y permite imaginar que esta iglesia hoy austera de tres naves habrá sido colorida y vívida en sus tiempos de apogeo, como la mayoría de las catedrales italianas: desde aquí se puede bajar a la cripta de San Nicolás, sostenida en 28 columnas de mármol griego, y que funciona a la vez como acceso hacia la cripta de Santa María, situada sobre el lugar donde estuvo antiguamente la iglesia primitiva. Allí, desde una escalerita sobre el pasillo izquierdo, se accede al Hipogeo de San Leucio, una pequeña sala oscura que contuvo las reliquias de San Nicolás.