La caída de la actividad económica en Estados Unidos es impactante. La Reserva Federal de Saint Louis publica un indicador de alta frecuencia para medir la evolución del mercado interno norteamericano de forma semanal. A mediados de marzo el retroceso de la actividad era de un 3 por ciento. A finales de abril la cifra subió por cuatro y llevó el ritmo de caída a un 12 por ciento. La situación se completa con más de 30 millones de nuevos desocupados.
Este comportamiento de la economía real impresiona por la velocidad de la caída. Las medidas de aislamiento social para enfrentar la crisis sanitaria ganaron fuerza en las últimas semanas de abril en Estados Unidos. Esta política -clave para contener el ritmo de los contagios- no puede lograrse sin frenar la producción de sectores no esenciales.
Hasta el momento no existen noticias concretas que permitan adelantar el final de la recesión norteamericana en los próximos meses y muchos analistas estiman que la cantidad de solicitudes de desempleo terminará ubicándose entre 40 y 50 millones de personas. Son pocos los economistas que se animan a proyectar una recuperación rápida tras la pandemia y cada vez más los que aseguran que habrá un ciclo prologando de estancamiento.
El panorama de la economía real (nivel de producción y empleo) de Estados Unidos en abril genera contradicciones cuando se revisa la evolución de los principales indicadores bursátiles de Nueva York. En las últimas cuatro semanas –en que el mercado interno siguió desplomándose y no hubo señales para esperar un rebote de corto plazo en la actividad- hubo un aumento de casi el 20 por ciento en el precio de las acciones del S&P 500.
Este repunte revela la falta de conexión entre el mercado financiero y lo que ocurre con la producción y el consumo de la economía. El premio Nobel Paul Krugman publicó recientemente una columna en el New York Times en el que plantea directamente que el vínculo entre el rendimiento de las acciones y el crecimiento económico es inexistente. En su nota recuerda una ironía de Paul Samuelson para hacer esta misma afirmación: “El mercado (la bolsa) se adelantó a 9 de las últimas 5 recesiones”.
El interrogante igual sigue siendo por qué hubo un rebote tan marcado de las acciones norteamericanas en un contexto de fuerte incertidumbre (e imposibilidad para asegurar el futuro de las ventas). Puesto en otros términos: ¿cómo es que se pasó del crac bursátil de marzo al rebote sostenido de abril?
La respuesta que da Krugman es la siguiente: “El repunte de las acciones no es una señal de que todo pronto estará bien. No nos dice que la economía es excelente, sino que las oportunidades de inversión que no sean acciones son pésimas”. El economista asegura que entre los inversores existe la convicción de que el dinero si no va a acciones no tiene dónde ir porque el rendimiento en el mercado de bonos es demasiado bajo.
Parece pronto para afirmar que está hipótesis sea correcta y que las bolsas norteamericanas no volverán a desplomarse. Pero si se cumple no quedará alternativa que reconocer que la Reserva Federal lo hizo de nuevo: con un paquete de recompra de activos ilimitado (inyección de liquidez) consiguió salvar al mercado financiero del colapso igual que lo hizo en 2008. Esto no significa que haya resuelto el gran problema: el rendimiento de los bonos en niveles de cero no evitaría que este año Estados Unidos termine con una desocupación de 16 por ciento.