Ustedes sabrán disculparme, pero qué poco democráticos son cuando se rasgan las vestiduras porque hay salames en el poder en dos países tan poderosos como EEUU y Brasil. Están a un paso de pedir el voto calificado, alfabetizados míos, si creen que los tontos, los que no leen libros ni diarios, los que se comen todos los amagues de las fake news, no deberían elegir un candidato que los represente. Avívense, cultos de mi corazón. Los tontos, en una ostentación de la importancia de la idiotez, han hecho su revolución y han puesto al poder a tipos semejantes a ellos. A joderse.
¿Y por qué los tontos deberían elegir candidatos inteligentes? ¿No es lógico que elijan a uno como ellos al que además le ha ido bien en la vida, sea por suerte, sea por saber hacer uso de la viveza criolla? Cartón lleno, admiradores del Quijote. Qué pretensión la nuestra, creer que los que debemos tomar las decisiones somos los que leemos a Freud (ponele) y no los que siguen al pie de la letra las peripecias de Verónica Castro y Thalía.
Ya sé que la educación y la cultura… bla… bla. Eso es lo que creemos nosotros, que nos tomamos la atribución de hablar en nombre de los que no han accedido a ninguna de las dos cosas, sea por acción, omisión, tradición o imbecilidad declarada.
Qué vergüenza, dirán ustedes, con sabiduría progresista, al escuchar a Bolsonaro, a Trump y a sus seguidores. Pero olvidan que el tonto no siente ese tipo de vergüenza. No le importa o no entiende dónde está el problema. No sabe por qué no debe aplaudir a un tipo que habla como mono y dice idioteces. Quizá ni lo escucha una vez que lo votó.
¿Tiene solución esto? Ahijuna, qué pregunta. Creo que es tarde para aplanar esa curva. Quizá el mundo siga así. O bascule de una opción a la otra. O se reacomode después de un peste o de alguna guerra nuclear.
Obvio que no todos los votantes de estos pelandrunes son tontos. Los hay prendidos al negocio o que votan por ideología, aunque sea confusa, para distanciarse del populismo o de la izquierda. Y siempre hay una cuota de odio en votar salames: contra los negros en EEUU, contra el peronismo acá, contra la izquierda en Brasil. Como si te dijeran: ¿así que querías peronismo? Mirá lo que te hago, y zas, un voto más al salame.
De ahí a tomar lavandina o a rezar para vencer a un virus hay un paso.
Y ustedes preparándose toda la vida para entender el Ulises. Qué ingenuos.
La mirada progre sobre la vida termina siendo un problema, letrados míos. Nosotros creemos que sabemos lo que le conviene al tonto. Lo sabemos porque leemos libros, y entre ellos los que nos explican que el tonto debe salir de su tontera y elegir a alguien a quién no entienden. En cambio el tonto es más directo, nos habla como si nos diera un coscorrón, como si nos dijera “mirá lo que te hice por decirme que soy tonto”.
A los intelectuales de la sala les pregunto en qué momento la masa, el populacho, el pueblo pasó de ser la elegida para protagonizar revoluciones de izquierda a deslizarse como capital de la derecha. Este es el quid de la cuestión, la pregunta del millón. Ahí tienen un tema para escribir libros por los próximos diez años. De nada.
En tanto intelectual, yo hago mi aporte: los tontos no se organizan yendo a reuniones o informándose. Se organizan no yendo a ningún lado y desinformándose, que es más barato y simple. Basta con quedarse en sus casas y mirar la televisión idiota de cada día. Es una de las ventajas de ser tonto. Otra es no gastar en libros ni perder el tiempo en leerlos. Por eso es muy difícil desarticular esa energía, redireccionarla.
La historia nos está dando otra lección, bibliófilos. ¿Querían democracia, manga de griegos tardíos? Ahí tienen. Porque si este no es el gobierno de las mayorías, esa mayoría donde está.
Nace una nueva forma de democracia. Bueno, tampoco es que hasta acá se hayan elegido siempre a los sabios de las tribus. Tuvimos al Turco que lo Reparió y a los egresados del Newman que entre todos no habían leído un solo libro, y el Resto del Mundo aportó a Berlusconi, Rajoy y a Bush. Pero de ahí hasta hoy la cosa no ha hecho más que empeorar. O mejorar desde la visión de los tontos.
La pregunta final es si conviene traerlos al corral nuestro. Porque a juzgar por lo sucedido en Brasil y EEUU son muchos más que nosotros. Y no se detienen en minucias a la hora de hacer valer el derecho de votar como se les da la gana. Ni siquiera los desalienta el esfuerzo que significa tener que leer muchos zócalos televisivos.
¿Para qué queremos tontos en nuestras filas? Ah, también votan, claro. Y se supone que un mundo mejor es con todos adentro, idea que es cada día más difícil de sostener.
Tal vez la solución sea “si no puedes vencerlos únete a ellos”. O seguir insistiendo con el Ulises. Ustedes sabrán. Cada uno sabrá. Pero el futuro no espera.